“Venezuela está resuelta a repetir cuantos 23 de enero sean necesarios para defender la democracia y ejercer libre y dignamente sus derechos”, proclamó Miguel Otero Silva en su discurso en el Congreso de la República al celebrar el primer aniversario de esta histórica jornada. Las imágenes de esa fecha evocan lo que se ha llamado el “espíritu del 23 de enero”, que privilegia la unidad y el compromiso político en la lucha por la libertad.

Esa faena heroica requirió de la participación de todos los sectores de la vida nacional, que se fueron articulando en un trabajo político de gran calado, hasta que al poder militar, ante la fuerza de los hechos, no le quedó otra opción que zanjar la situación.

Hay que recordar que el año 1957 se inicia con un aparente control militar por parte del régimen, con represión desbordada, presos políticos, tortura y violación de los derechos humanos. Pedro Estrada tenía luz verde para la persecución a mansalva. Laureano Vallenilla Lanz (rectius: Vallenilla Planchart), por su parte, era el cerebro de la política y Marcos Pérez Jiménez el jefe indiscutible de las Fuerzas Armadas.

Todo apuntaba a las elecciones que debían celebrarse en diciembre de ese año, ante un cuadro en el cual la dictadura no parecía tener ninguna posibilidad de una victoria electoral, por el repudio cada día mayor hacia el régimen.

En este contexto ocurre un hecho relevante que tuvo influencia sobre los acontecimientos futuros: el 29 de abril de 1957, el arzobispo de Caracas, Rafael Arias Blanco, promulgó una pastoral con ocasión del Primero de Mayo de ese año que desnudó la verdadera condición en la que vivían los venezolanos. La pastoral “fue leída en las parroquias de Caracas. A fines de la semana le había dado la vuelta al país”, relata Gabriel García Márquez, quien era reportero en esa época. De esta manera, el régimen pierde una de sus patas de apoyo: la Iglesia Católica.

En la dictadura militar de Pérez Jiménez había mucho cemento, fue conocida como los años del bulldozer, “porque el tractor era el mejor colaborador del gobierno” (como lo llamó Laureano Vallenilla Planchart en un artículo escrito con el seudónimo R.H en El Heraldo el 8 de septiembre de 1954), pero eso no se veía reflejado en las condiciones de vida del pueblo, como lo denunció el arzobispo Arias Blanco.

Los errores políticos se convierten en moneda corriente a partir del desajuste que le produce a la dictadura la inteligente pastoral. Se agitó el sector estudiantil, como lo afirma el mismo Vallenilla Planchart (Escrito de memoria. Versalles, Lang Grandemange, 1961, p.453); malestar que se extendió al sector empresarial. Los partidos políticos (Acción Democrática, Unión Republicana Democrática, Copei y el Partido Comunista) estaban bien dirigidos, bien organizados y actuaban con sentido estratégico. Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, pese a sus diferencias, demostraban su compromiso en la conquista de la libertad. En este ambiente nace la Junta Patriótica, alianza de distintos sectores opositores que tenían un objeto común: derrocar la dictadura.

El mandato presidencial estaba por concluir -según lo previsto en la Constitución de 1953- y el dictador buscó su reelección mediante un proceso electoral hecho a su medida. En ese momento, no estaban dadas las condiciones para garantizar el sufragio, porque había partidos inhabilitados y dirigentes políticos presos o en el exilio, al tiempo que el régimen controlaba al Consejo Supremo Electoral: una dictadura que se precie de tal debe tener partidos inhabilitados, dirigentes políticos presos o en el exilio, control del Poder Judicial y del Poder Electoral.

Así las cosas, los miembros de la Junta Patriótica pensaron que podía haber un candidato de unidad nacional para enfrentar al dictador, y que este podría ser Rafael Caldera, quien se encontraba en Venezuela. Caldera es detenido el 20 de agosto de 1957 -y sale al exilio en enero de 1958-: ¡los dictadores no admiten la posibilidad de ser derrotados en las urnas!

Ante la imposibilidad de obtener un triunfo electoral solo quedaba abierto el camino del fraude, por medio del “plebiscito”. El dictador, encomendó a Laureano Vallenilla Planchart y a Rafael Pinzón la redacción del decreto para convocar el “plebiscito” de 1957, el cual contaría con el apoyo de las Fuerzas Armadas, como lo señala el mismo Vallenilla Lanz (p. 452). El Congreso aprueba sumisamente la ley electoral, al tiempo que se desarrolla una vigorosa campaña en contra del fraude. Estos hechos no hacían sino estimular la unidad en la oposición.

Lo que ocurre después es una sucesión de hechos que van sellando el desplome de la dictadura. El 1º de enero ocurre el alzamiento de Hugo Trejo (Ejército) y Martín Parada (Aviación); y los mayores Edgar Suárez Mier y Terán y Néstor Rodriguez vuelan sobre Caracas. Este intento para derrocar al dictador “fue derrotado”, según Pérez Jiménez. El 10 de enero, por presión del Alto Mando Militar, cuyo vocero fue el general Rómulo Fernández, salen Laureano Vallenilla Planchart y Pedro Estrada. El dictador, percatado de lo que había significado la presión de Rómulo Fernández para descabezar a sus dos apoyos civiles, lo detiene y expulsa de Venezuela, pese a que en ese momento era el ministro de la Defensa. De esa manera, Pérez Jiménez asumió su barranco.

Los hechos arrinconan sin respiro y sin reposo a la dictadura, al tiempo que encuentra una oposición unida y bien articulada. El 21 de enero se convoca una huelga general y, a los dos días, el 23 de enero, se produce el quiebre definitivo y las Fuerzas Armadas exigen la salida del dictador, quien abandona el país en la Vaca Sagrada. No hubo necesidad de disparar un tiro por la decidida acción de la mayor parte de la sociedad contra el régimen opresor.

Los mensajes de la Iglesia, la presencia de los estudiantes y empresarios, la responsabilidad histórica de los partidos políticos y de sus dirigentes sirvieron de acicate al poder militar para su participación definitiva. La historia necesariamente no se repite, pero recordar los hechos que precedieron el 23 de enero sirve para evitar errores y emular aciertos. Solo así es posible darle vida a la frase del poeta Miguel Otero Silva, que sirve de introducción a este artículo.

 


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