¿Existe ahora la posibilidad de construir un mundo nuevo? Rotundamente sí. No porque la codicia ceda espacio a la generosidad o el lucro al altruismo, sino por razones de seguridad, más las que puedan derivarse de los Objetivos del Desarrollo Sostenible y de la amenaza del calentamiento global.

La enorme dependencia de la producción mundial de bienes y servicios “deslocalizados” territorialmente, es decir, productos esenciales para el funcionamiento de la sociedad que dependen de cadenas de suministros lejanos, con distintos regímenes políticos y jurídicos, diferentes culturas y, sobre todo, disímiles intereses, ponen de manifiesto una enorme debilidad para la seguridad en materia de alimentación, salud, comunicaciones y muchos otros asuntos. Esto se puso de manifiesto de manera patética con la pandemia.

El tema de las vacunas para el covid-19 es emblemático. Prácticamente la humanidad entera depende de unos cuantos monopolios que controlan las patentes o el de sus componentes, de tal manera que un problema que paralizó al planeta, que casi acaba con los transportes de bienes y personas y con el comercio mundial, está sujeta a unos laboratorios ubicados en muy delimitados lugares, cuyos productos deben viajar largas distancias en condiciones muy particulares, para llegar a sus destinos, donde la gente desesperada, espera. Entidades públicas y privadas alimentan a los monopolios para que produzcan las vacunas, pretendidamente salvadoras.

Por otra parte, crecen las preocupaciones por las desigualdades en el desarrollo humano y el deterioro de la calidad de vida de la gente, el calentamiento global, la contaminación y el crecimiento de la basura, el abastecimiento de agua, la pérdida de la biodiversidad, el control monopólico de la información, el incremento del terrorismo y muchos otros temas. Crece la conciencia de que el modelo predominante de crecimiento económico no es compatible con un planeta finito, pero tampoco con la dignidad de la persona humana, ni la posibilidad de su sostenibilidad en el tiempo.

Todo conduce a pensar que, si la sensatez gana terreno, existe la posibilidad de promover un mundo nuevo, con menor crecimiento y mayor desarrollo, orientado a la satisfacción de las necesidades humanas y no al consumo desorbitado, respetuoso de los sistemas naturales, con más sabiduría que simple información. Un mundo más espiritual y menos materialista.

Tendrá que ser un mundo menos global y más local. Más diverso y heterogéneo. Con más dudas que certezas, pues ya no es tanta la confianza ciega en la globalización, la sociedad de la información, la ciencia y la tecnología. Deberán existir variadas formas de conexiones globales, más alternativas y con mayor seguridad y confiabilidad. Existirá una mayor valoración del territorio. Un mundo mucho más consciente desde el punto de vista ambiental.

Los organismos multilaterales tendrán que evolucionar hacia estructuras menos burocráticas y menos lentas, más eficaces en el cumplimiento de sus objetivos y con mayor autonomía de acción. Las organizaciones de la sociedad civil tendrán que multiplicarse, sobre todo desde lo local con interconexiones globales, en alianzas de cooperación.

Y tendrá que multiplicarse el capital social, es decir, las relaciones interpersonales, las comunicaciones, las conversaciones, los acuerdos y la construcción de confianza entre los ciudadanos, entre las personas y las instituciones y entre las instituciones mismas. La libertad, la democracia y la justicia permitirán un mayor grado de bienestar.

No es sostenible este modelo materialista, no lo es. Por ello no hay más alternativa que su transformación hacia uno más humano y más respetuoso de la naturaleza. Con un humano que se considere parte de ese ecosistema. El hombre tendrá que tomar conciencia de que su existencia está articulada a la del ambiente del cual forma parte.

 


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