La sorpresiva acción militar rusa sobre Ucrania ha generado una nueva polarización en el mundo. Gobiernos, medios, organizaciones sociales y, por supuesto, movimientos políticos de izquierda y derecha han cerrado filas con uno u otro bando.

Rusia alega que no es una invasión, sino una “operación militar especial”, eufemismo que justifica por la supuesta masacre de población ruso parlante en algunas zonas de Ucrania. Este primer argumento lo usa para un público. Para otro público alega que Ucrania podría convertirse en una amenaza para su nación si se incorporaba a la OTAN, pues colinda con sus fronteras, pero en cadena nacional, dos días antes de la invasión, Putin hizo una declaración en la que defendía la tesis de la Gran Rusia y de Euroasia, alegando que Ucrania nunca debió existir, que siempre fue parte de Rusia y que fue un acto de cobardía de un Lenin enfermo. Se refería a esta posición de Lenin:

«Nosotros no somos partidarios de los Estados pequeños. Estamos por la más estrecha unión de los obreros del mundo contra los capitalistas ‘propios’ y de todos los demás países, pero, precisamente para que tal unión sea voluntaria, el obrero ruso, que no confía ni por un minuto en la burguesía rusa o en la burguesía ucraniana, defiende hoy el derecho de los ucranianos a la separación, sin imponerles su amistad, sino esforzándose por conquistar su amistad al tratarlos como sus iguales, sus aliados y hermanos en la lucha por el socialismo».

    1. Lenin, Sobre la cuestión de Ucrania, 1917

Si bien es cierto que las acciones innecesarias e irresponsables de la OTAN sentaron bases a lo que está ocurriendo, también es cierto que desde hace años había señales importantes del camino que estaba tomando el Kremlin. El partido de Putin, los partidos que lo apoyan y especialmente su principal ideólogo y asesor Alexander Duguin (recomiendo artículo Antonio Elorza “Alexander Dugin, el pensador que inspira a Putin”) , vienen construyendo una doctrina que funde ideas etnicas y ultranacionalistas de la Alemania nazi con las lógicas autoritarias stalinistas, en lo que han llamado el Nacionalbolchevismo, de donde derivó el partido La Otra Rusia, organización fascista de extrema derecha que actúa militarmente, por cierto, en las milicias separatistas del Dombás.

No solo en el plano teórico y narrativo hubo avisos, en 2008 Rusia invadió Georgia; en 2012, ante la petición de Ucrania de incorporarse a la UE fomentaron insurrecciones independentistas en Dombás, lo que deriva en 2014 en la invasión a Crimea y su anexión a Rusia. Luego en 2020 y 2022 también intervino militarmente en  el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, así como en las rebeliones en Kazajstán.

Todo este brevísimo recuento evidencia que Putin y su entorno político desarrollan desde hace años una doctrina abiertamente imperialista, ultra conservadora y etnonacionalista, que tiene como objetivo la restauración del viejo imperio ruso.

Por todo esto, en el campo de la izquierda mundial no han faltado condenas a esta invasión, sin embargo, hay algunos sectores de la izquierda, heredera de las peores tesis del stalinismo, que han salido en defensa de Putin y su invasión, alegando unos que tenía derecho a invadir para resolver los problemas de racismo y, a su vez, desmilitarizarla, otros diciendo que defiende su “espacio vital”. Curiosamente, esta izquierda ha coincidido en estas posturas con personajes de la extrema derecha como Trump, Bolsonaro y actores fundamentalistas de la política venezolana. ¿No es extraño ver estas coincidencias?

El asunto es que esta izquierda stalinista dejó atrás hace mucho tiempo los principios universales del internacionalismo, la defensa de los pueblos, de los oprimidos y asumieron una lógica “campista”, binaria, en la que cada conflicto se debe definir identitariamente, los que están con Estados Unidos y los contrarios. En ese sentido todo es válido en atención a esa supuesta contradicción principal con el imperialismo norteamericano.

En Venezuela, esta izquierda identitaria representada en el madurismo tiene tiempo operando y siendo cómplice de la destrucción del país. Recuerdo que cuando uno planteaba en las filas de la izquierda la denuncia contra la corrupción, por ejemplo, te decían que esa era una contradicción secundaria y por tanto debíamos ignorarla. Lo mismo ocurre ahora, cuando les muestras los bombardeos sobre ciudades ucranianas. ¡Qué extravío!

Hace poco vi a una feminista madurista publicar un meme que decía “si estas confundido sobre qué lado debes apoyar en un conflicto, ubica el lado de Estados Unidos y apoya al lado contrario”. Es decir, no gastes tiempo analizando lo que ocurre, solo fija una postura del lado contrario a Estados Unidos. Lo importante es la identidad, con quién te fotografías. Así de moralista y mediocre es esta izquierda. Si ante sus narices aparece un nuevo Hitler, ellos lo apoyarían por estar en contra de Estados Unidos.

Resulta que para los pueblos vecinos de Rusia, el imperialismo más amenazante es el ruso. Los pueblos asiáticos tienen en su honda cicatriz histórica al imperialismo japonés y para los africanos el imperialismo son ingleses o franceses. No hay un solo imperialismo. Su odio a Estados Unidos (entendible por los desmanes causados en Latinoamérica y el mundo) imposibilita que vean que hoy Estados Unidos no es el imperio que puede imponer su decisión al mundo.

En el conflicto ucraniano, ni Putin es un liberador antiimperialista, ni todos los rusos lo apoyan, ni el gobierno ucraniano está libre de pecado, ni la OTAN es un grupo de mansas palomas. El conflicto actual no se puede leer bajo lógicas moralistas identitarias, sobre todo porque hay potencias nucleares involucradas. Para esto existe el derecho y tratados internacionales. Debemos tener un sentido práctico para encontrar una solución pacífica y posible, siempre poniendo por delante el interés del pueblo ucraniano y sus vecinos.


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