El poeta Francisco Arévalo, quien participa del comité de redacción de una revista literaria, me solicitó que le enviara algún material de mi trabajo poético, el cual debería ir acompañado de una fotografía y de un currículo actualizado. La fotografía resultó muy fácil, estoy en una edad en que de la apariencia personal solo nos interesa la pulcritud, el arreglo cada vez menos formal en el vestir y la comodidad del vestuario, que lo que pueda trasmitir la “imagen”; opté por una fotografía que recoge el motivo más grande de mis afectos, una fotografía en compañía de una niña que motiva en mí la más profunda ternura, gracias a ella he conocido el sentido inverso de la palabra abuelo, demandé y recibí del mío muchísima atención, no creo que pueda alcanzar sus dimensiones, si en la vida hay que devolver lo recibido, creo que como abuelo quedaré en mora.

En cuanto a la selección de los poemas, siempre he creído que en cada uno hay un compromiso, un cúmulo  de vivencias, cuando digo vivencia quiero decir vida, emociones  y sentimientos que, al intentar expresarlos mediante la palabra, cosa que creo que es la conclusión del hecho poético, me atan definitivamente al poema. Cada poema, más allá de su destino, libro, baúl o cesto de la basura, siempre vuelve, siempre va conmigo. Con cada vuelta lo revivo, cuando vuelve, nuevamente sufro, amo, lucho, vivo, recupero el éxtasis místico del momento en que invadió mis sentidos hasta que pude liberarlo, despues de tenaz y hermosa lucha con la palabra.

No fue fácil, pero lo hice.

El tercer pedido del poeta Francisco fue más difícil, la palabra currículo golpea muy fuerte mis oídos, oírla me estremece, no puedo evitar vincularla a la palabra trabajo, empleo, auto marketing, venta, promoción, imagen y subsistencia, lo hice tanto que me horrorizo hasta de pensar en escribir mi lejana fecha de nacimiento, mis  ahora innecesarios conocimientos y mis desechadas destrezas. Me retiré tempranamente, siempre estuve en el libre ejercicio, bajé la santamaría de mis oficinas a mis 52 años, todavía permanecen cerradas en un edificio empresarial en el centro de Caracas, me había prometido tirar mi maletín al río Guaire el día que lo hiciera, sin embargo, todavía lo conservo, recuerdo que lo compré en Florencia.

Poeta, si le toca leerlo, le pido disculpas prefiero hablar de mi relación con la poesía, trataré  de ser breve, porque es muy largo el cuento y no quisiera aburrirle.

No sé si el comienzo, pueda ubicarlo con el Ave María o el Padre Nuestro que me enseñó mi abuela o si cuando le dio por leernos junto a mis primos, Hansel y Gretel, seguramente nos leyó algún otro libro, pero es esa historia la que perdura en mí y el leve sonido del Dios te Salve María… me hizo amar el rosario rezado en las novenas dedicadas a los muertos. Creo poeta, que improvisar nuestras oraciones, junto a los pedimentos infantiles a Dios, fueron mi primer acto poético y creo también que un velorio de pueblo, con el aroma del café, el olor de las rosas y la presencia del muerto tienen mucho de poético y conociéndolo, sé qué pensará usted que de necrofilia también.

Luego vinieron los cantos de las monjas de Fátima, el coro en las misas de gallo de monseñor Zabaleta, un padre decimista, los concursos de poesía que organizaba en radio Puerto Ordaz el profesor Sigfredo Sepúlveda, las clases de castellano en el colegio La Salle del profesor Mejías, María Tolete le decíamos; y después de eso, a partir del segundo año de bachillerato, la afición por las buenas lecturas y las malas compañías. Creo que era inevitable, no tenía posibilidades de escapar al afán poético, la lectura frenética y la necesidad de escribir.

Hay otro hecho que usted bien debe comprender: la ciudad, o más bien el hecho de ver un pueblo transformase en una ciudad, mi generación la conforman el grupo de niños que estuvimos acompañando el acto de colocación de la piedra fundacional, o sea que vivimos la explosión demográfica que convirtió nuestro pueblo bucólico en una ciudad cosmopolita, empezamos a oír lenguajes y acentos distintos a los nuestros, que nos traían ecos de remotas latitudes y la certeza de que el mundo, además de ajeno era más ancho que el espacio en que pasamos la infancia, sé que lo entiende porque veo en algunos de sus libros el reflejo de lo que aquella abrupta transformación causó. Disrupción es el término utilizado para describir el impacto que sufrimos y por supuesto, poeta que aquella explosión tenía que buscar cauces expresivos para quienes ya, incluso sin saberlo teníamos necesidad de expresarlo poéticamente.

Y si el fenómeno urbano que estábamos viviendo no hubiera sido suficiente, crecer en la desmesura que es Guayana tendría que conducirnos por el cauce de la expresión poética o artística, no teníamos “más remedio”.

Mientras el pueblo caía irremediablemente en las fauces de la ciudad, resistía culturalmente con sus instituciones pueblerinas, teníamos una humilde biblioteca pública, clubes culturales, y hasta un humilde Ateneo, tan humilde que su sede era una casa de bahareque, cercana a la Casa Parroquial, que también era de barro y al  iglesia que era de tapias. La iglesia era muy pobre pero teníamos a un párroco de lujo, monseñor Zabaleta, las conversaciones con él después de la misa de cinco de la tarde también influyeron en mi compromiso con  la poesía, dormía en un catre, fumaba incansablemente, era flaco como el hambre, solidario y amigo de todos.

Una imagen poética, muy sugestiva para un niño de trece o catorce años, fue verlo afiebrado, despeinados sus cabellos blancos, haciendo esfuerzos para levantarse del seguramente muy incómodo catre, a dar la misa del domingo, mientras  Freddy monaguillo llamaba a misa con las campanas y Orángel Rivas, repasaba la lectura de la homilía. Si todavía no descubre la imagen que guardo, poeta, es la de Miranda en La Carraca con sotana, del cuadro de Michelena.

En San Félix la palabra poesía estaba limitada a los declamadores populares, que también los teníamos, imitaban a Balbino Blanco Sánchez y  a Víctor Morillo.

Comprábamos los discos de Luis Edgardo Ramírez y disfrutábamos la sensualidad de las mujeres de sus carátulas, los prestábamos a nuestras amigas para que les dijera lo que nosotros no nos atrevíamos, mientras Luis Edgardo las envolvía con el erotismo de sus cinco toritos negros, nosotros disfrutábamos su emocionada presencia sin atrevernos ni a esto… contimás a esto…

En cualquier reunión aparecía un declamador, que repetía con voz impostada los poemas de Andrés Eloy y con mayor frecuencia poemas negroides de  Nicolás Guillén  o Manuel Rodríguez Cárdenas, además de la infaltable «Uvas del tiempo».

Para que la poesía en la naciente Ciudad Guayana sobrepasara los límites de la declamación, fue necesario que aparecieran las malas compañías.

Y como siempre aparecen cuando más las necesitas, aprendimos a jugar ajedrez con la orientación de Eduardo Santana, un afamado ajedrecista que ejercía el periodismo, creo que venía de Ciudad Bolívar y vivía frente a la casa del Chuo Bethermín (Jesús Rodríguez Bethermin), declamador oficial del liceo y locutor juvenil que mantenía un programa llamado «Las comunidades» en radio Puerto Ordaz.

Santana seguramente era un buen lector porque además de enseñarnos ajedrez, nos prestaba libros y le pedía al Chuo que declamara algún poema, después el periodista hacía comentarios sobre el autor, por él supimos de las relaciones de Rodríguez Cárdenas con el Retablo de Maravillas, en un pueblo donde no llegaba la señal de televisión, gracias a él, el Chuo llegó a escribir una columna semanal llamada Radar Estudiantil, estas prácticas de ajedrez se convirtieron en mi primera peña literaria.

Fue el primer sitio donde leí para otros, con mucha timidez y tratando de imitar la engolada voz del Chuo, mis primeros poemas.

Antes lo había hecho en el programa radial del profesor Sepúlveda.

Las malas juntas, como usted bien sabe Poeta, tienen  diferentes  polaridades pero se atraen, en el Colegio La Salle, por un convenio con la CVG, se incorporaron un grupo de estudiantes  para formarse como técnicos para ingresar a la naciente industria siderúrgica, dentro de ese grupo venía del Pao un joven exseminarista, con fuertes inquietudes poéticas, además de contar chistes y libar, símbolos inequívocos de la bohemia, no tenía otro tema que la poesía, por supuesto nos hicimos amigos hasta la fraternidad.

Luego cuando pasé al liceo en cuarto año, estreché profundos vínculos con otro amigo contagiado por el germen literario, que por lo visto parece más fuerte que el coronavirus, solo que por desgracia no se hace pandémico, pero perdura para toda la vida. Este amigo a su vez mantenía vínculos con otro que hablaba mucho de la actividad literaria.

Los tres, conocidos suyos, el exseminarista, que llegó desde México, corrido del seminario por una aventura de la que nunca contó totalmente los detalles, pero que tuvo que ver con los obscuros caminos del celibato, Alis Darnott, poeta por los cuatro costados; el segundo Iván José Romero, excelente prosista, de él conservo el original de uno de sus primeros relatos, por supuesto escrito a máquina: “Cuando Blakamán llegó al Tigre”, que ahora adulto me parece tan bueno como los cuentos de Julio Garmendia; el tercero, Alfredo Vallés Meneses, el emprendedor del grupo, relacionista público nato, llego a ser el coordinador de las páginas culturales de los diarios El Expreso y El Bolivarense donde publicábamos nuestros trabajos y de las cuales yo fui el ilustrador, inclusive despues de venirme a Caracas.

Nunca nos identificamos como grupo, pero éramos una peña literaria permanente, era nuestro tema principal de conversaciones y discusiones.

Este periodo abarca la etapa juvenil, yo heredé el programa de radio «Las Comunidades» y lo mantuve por dos años, en ese periodo fundamos junto a P. Celestino B. e I. Figueroa el periódico Barriada del cual fui miembro de comité de redacción (1969). Alis  en esa época, hacia periodismo radial y a través de él conocimos al periodista Velásquez Rivas, quien publicó, no sé si me equivoco, el primer libro de poesía de San Félix, el que contenía un poema que se oía por la radio, titulado «Yo soy el dueño de mi esquina».

Velásquez Rivas presidía el Ateneo de San Félix y después que él se fue de la ciudad, al igual que Guaidó, junto a un  excelente amigo un tanto mayor que yo (Noel Marín), tomamos el Ateneo y nos autonombramos (como se estila ahora) presidente y vicepresidente, después que nos vinimos a la universidad desapareció el “Ateneo de San Félix” y la Casa de la Cultura pasó a liderizar la actividad cultural.

Como verá poeta, esto es más una biografía intelectual que el currículo solicitado y la corto aquí por razones de espacio.

Como bien puede entender, poeta, uso una frase trágica y muy conocida para concluir, el camino poético “ya me resultaba irreversible”.

@wilvelásquez

 

 

 

 


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