Siguen siendo los grandes problemas de la región iberoamericana, sin embargo, la magnitud de ellos se ha modificado, particularmente la comprensión de su importancia, y el desarrollo que han adquirido las fuerzas sociales emergentes, ávidas de soluciones aquí y ahora a una problemática secular pendiente de respuestas constructivas y efectivas cónsonas con los tiempos actuales.

Nuestros historiadores han identificado con claridad que el liderazgo esclavista y terrateniente, que condujo el conflicto liberador en contra del imperio español hace ya más de dos siglos,  se ocupó solo de conquistar la autonomía de nuestras naciones, para disfrutar luego de la explotación de sus riquezas de las cuales se apropiaba sin mayores limitaciones.

La continuidad del proceso independiente se detuvo en toda la extensión del espacio colonial, no hubo avances democratizadores de importancia, mucho menos conquistas sociales relevantes, salvo aquellas obtenidas en el campo de batalla por los combatientes mestizos e indígenas.

Será en la segunda mitad del siglo XIX, cuando bajo el fuego de la Guerra Civil (1859-1863) conocida como Revolución Federal, aparecerán las primeras manifestaciones progresistas en la Venezuela aún esclava y feudal, demandas que serán asumidas por su conductor el mariscal Falcón (2 de julio de 1859), quien en su desembarco en Palmasola levanta por primera vez en el país la bandera de los derechos políticos de nuestros ciudadanos.

Al pisar territorio venezolano, Falcón lanza su proclama en la cual hace conocer sus propósitos “de reivindicar el derecho de las mayorías de elaborar sus propias leyes y denuncia el empeño de los gobernantes en usurparle la soberanía al pueblo como causa de la guerra”.

Hoy, 150 años más adelante en la marcha de nuestra evolución histórica, las banderas de las demandas políticas, económicas y sociales de nuestra comunidad nacional, constituyen los objetivos principales del progreso de nuestra joven República, son las exigencias y aspiraciones al bienestar de las numerosas poblaciones empobrecidas que rodean nuestras ciudades, provenientes del universo campesino que durante décadas se trasladó a los centros urbanos en la búsqueda de mejores condiciones de vida.

Aspiraciones muy justas y comprensibles presentes también en la asombrosa oleada de millones de compatriotas migrantes, que modificaron la dirección de su brújula vital al perder la confianza en la posibilidad, de que su destino y el de sus familias tuvieran un desenlace feliz en Venezuela, extraordinarias y sorpresivas decisiones vistas generalmente solo en situaciones de guerra o en episodios de hambrunas o en graves y mortales epidemias.

Y frente a tan importantes  e inusitados fenómenos, la respuesta del Estado no solo ha sido muy insuficiente, ha pecado de una incomprensión casi absoluta, acompañada de manifestaciones de cinismo y de crueldad, que se expresan en la pretensión de excluir de su condición de ciudadanos a quienes disienten de sus políticas, colocándolos al margen de los beneficios que les otorga la Constitución.

Crueldad llevada al extremo del terror, mediante la utilización de los armas para contener y amedrentar la disidencia poltica y debilitar e incluso aplastar la protesta social, actividades para los cuales los diseños  parapoliciales y paramilitares se han multiplicado y extendido.

Generando elevados niveles de violencia urbana con el destino ampliamente conocido, que no es otro que asustar y controlar políticamente a nuestros ciudadanos de a pie, hechos ampliamente registrados por las Naciones Unidas en el Informe Bachelet.

¿Entonces qué es lo que discutimos Nicolás?, ¿qué es lo que preocupa a tu equipo político y al administrativo más allá de la permanencia en Miraflores y el mantenimiento de sus privilegios?

Creo que es la continuidad de la permanencia de la cúpula política que conocemos como PSUV, en la dirección del desordenado, aporreado y exprimido Estado venezolano, los compromisos adquiridos pareciera que así lo exigen, muy por encima del interés de la República que demanda soluciones efectivas e inmediatas a la catástrofe que la consume.

 


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