En la anterior entrega se hacía mención a cómo en América Latina, posterior a la crisis sanitaria del covid-19, se han multiplicado los problemas sociales. El hambre, la pobreza, el desempleo y los bajos salarios existentes han empujado a una parte importante de la población a la emigración como medida extrema para intentar salir del foco de miseria en que se encuentran en sus países, lo que que ha originado que algunos de ellos fallezcan en el intento de atravesar peligroso territorios como la selva del Darién, en Panamá.

A pesar de que durante las dos primeras décadas del siglo XXI los gobiernos de la región han estado oscilando entre ideologías de izquierda y derecha, los problemas sociales no se han solucionado, menos aún en naciones como Venezuela, Nicaragua y Cuba donde el  neototalitarismo, además de destrozar las economías de tales países, ha impuesto salvajes violaciones de los derechos humanos, al punto de que se han promulgado inconstitucionales leyes del “odio” para reprimir y encarcelar cualquier vestigio de protesta y disidencia contra quienes allí controlan el poder político.

La pobreza en América Latina, sobre todo en países con los más altos niveles de inflación en el continente, como la Venezuela petrolera y la Argentina agrícola, no solo refleja los grandes desequilibrios macroeconómicos, sino que consolida la tesis de que tales alteraciones están presentes en sus estructuras de Estados ineficientes. Unos Estados marcados por leyes y procesos tecnológicos obsoletos que aumentan las brechas hacia el anhelado desarrollo, que a su vez obvian los principios fundamentales de alianzas estratégicas con sus vecinos y las interrelaciones con inversionistas.

Está claro que el problema de América Latina, inmensamente rica de recursos naturales pero desprovista de políticas públicas eficientes, es que han hundido a varias generaciones en el atraso y sin posibilidades de acceder no solo a servicios públicos eficientes de agua, electricidad y gas, sino a la educación y la salud. Se violan los derechos ciudadanos, mientras los sistemas de justicia se convierten en herramientas políticas de los gobernantes de turno, lo cual genera una mayor destrucción del tejido social y liquida los espacios ambientales que son explotados sin mínimo cumplimiento de las normas ecológicas. Es decir, lo que estamos viendo en América Latina es exactamente el cauce de la contaminación política, y por ende, la praxis negativa que ninguna nación debe aplicar porque tales acciones solo llevan al camino de la podredumbre económica y social.

Aunque América Latina ha generado algunas iniciativas de integración como la otrora Comunidad Andina de Naciones y el Mercado Común del Sur, estas no han sido suficientes para establecer un marco de políticas agrícolas, industriales y tecnológicas que permitan un oxigonio de equilibrios arancelarios, productivos y socioeducativos para generar los recursos que necesita la región, que continúa importando parte de la materia prima que requiere hasta para la siembra. La misma está supeditada a la multiplicación de modernas y novedosas maquinarias como la creación de motores eléctricos, que ni siquiera están siendo conocidos en los componentes curriculares de escuelas técnicas y universidades.

En tal sentido, el problema de América Latina no solo se encuentra en el comienzo de esta década anclado por un aspecto de volatilidad e incremento de la deuda externa que limita los recursos económicos, sino que toda la estructura de los Estados se quedó en una prerrogativa “institucional” del siglo pasado, ante un mundo cada vez más cambiante en el plano del conocimiento. O sea, ¿cómo un Estado o nación puede lograr espacios para el avance económico y social, cuando a estas alturas tenemos un sistema educativo que todavía “enseña” con tiza? ¿Cómo se pueden alcanzar niveles de exigencia a la par de las naciones con altos índices de desarrollo humano, si América Latina aún rebrota con poblaciones que apenas si pueden comer una vez al día?

El problema de América Latina requiere de una visión geopolítica integral. Es mentira que cada nación por sí sola podrá afrontar con éxito el camino hacia el desarrollo, porque lo que un país tiene en grandes cantidades, solo los otros países en forma conjunta pueden cubrir sus debilidades. Tampoco es posible generar desarrollo, si los Estados no establecen convenios en sus contenidos educativos y generación de profesiones. O sea, si partimos de que el conocimiento es la clave para generar más desarrollo, pues el problema debe comenzar por recomponer sus atrasados sistemas educativos que deben estar articulados con sus empresas en las áreas de la agricultura, industria, turismo, comercio y, por supuesto, tecnológica.

América Latina ni está aplicando políticas públicas asertivas ni tampoco está formando los recursos humanos necesarios para enfrentar los cambios y transformaciones que requiere para entrar en el siglo XXI de manera próspera y con beneficios sociales. Nada logra el continente con exportar materias primas que luego son importadas y transformadas en equipos de reciente generación que, en muchos casos, o bien los mercados no están en capacidad de adquirirlos, salvo un pequeño grupo de la población, o para operarlos requieren capacitación exógena ante la obsolescencia de nuestros sistemas de aprendizaje, que en muchos casos siguen apoyados en las teorías de Piaget para la praxis de sus sistemas educativos contemporáneos.

Y mientras la virtualidad sigue entrando en nuestras realidades, pareciera que nadie se interesa en que nuestra realidad pueda entrar en tal virtualidad y explorar cómo pudiéramos (de)construir Estados modernos, eficientes y prósperos que materialicen una forma de gobernar que aparte los convencionalismos políticos de ideologías que siguen ancladas en el marxismo del siglo XIX o un capitalismo del siglo XX, cuando el neocorporativismo también se adueña de los principales estadios de la economía y sus industrias en todos sus niveles de producción.

No se ha comprendido en América Latina lo lejos que estamos del desarrollo en la actual confrontación ideológica y política. Hay que adelantarse al tiempo con nuevos esquemas políticos. Ya la política no puede ser lo que privilegie el hecho social y la praxis económica. Ha llegado el tiempo de la tecnoeducación y la neopolítica, asumiendo esta con un enfoque de Estado muy diferente al que conocemos, tema sobre el cual profundizaremos en la siguiente entrega.

@vivassantanaj_


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