La perversión se ha definido desde distintas perspectivas a lo largo de la historia.

Mucho se habla de la perversión en la actualidad, pero no siempre se conoce a fondo el verdadero sentido de este concepto. A veces, se le toma como sinónimo de depravación sexual, otras veces se le pone la etiqueta de perverso a aquello que destaca por ser cruel e inhumano, que es el caso que nos ocupa en Venezuela, como consecuencia de la aplicación de maltratos y torturas a presos políticos y militares, que se oponen al régimen socialista mal llamado bolivariano.

Lo cierto es que la perversión tiene al menos tres significados. Uno, el que le otorga la psiquiatría, ciencia que empleó por primera vez este término. Otro, el que le confiere el psicoanálisis, y que es muy distinto al anterior. Y finalmente, el significado popular, al que nos referimos en el primer párrafo.

Según enjundiosos profesionales de la psicología, la personalidad perversa maneja con maestría la mentira y la confabulación, porque su único objetivo es satisfacer sus propios deseos a costa de los demás. No tiene ningún sentimiento de culpa, porque en su mente deforma la realidad, de manera que siempre son los demás quienes son culpables de sus conductas.

Quienes actúan de manera perversa muestran alto nivel de egocentrismo, dependen de la admiración de los demás, suelen tener fantasías de superioridad y ataques de inseguridad si se rompe el sentido de superioridad y dejan de creerse “especiales.

Explican estos profesionales de la psicología que la perversión es también un modo que tiene el sujeto de situarse en relación con la pulsión: como objeto de esta, como el medio para el goce del otro, lo cual implicaría invertir la estructura del fantasma. El perverso asume la posición del objeto-instrumento de una voluntad-de-goce que no es suya sino del  otro. Se suele afirmar que un sistema perverso es aquel que no dice la verdad. No dice lo que piensa y no hace lo que dice.

Cuando la perversidad es la esencia de un régimen de dominación, todos sus participantes, víctimas y victimarios, tienen que hacer esfuerzos superlativos para tratar de saber cuál es el verdadero curso e intención de las acciones que se deciden.

Tratar de convivir con la perversidad implica una lucha constante para mantener la sensatez y no desvincularse de la realidad. La perversidad es una relación insana, enloquecedora, crecientemente costosa y fraudulenta en sus resultados.

No hay duda alguna de que vivimos en un régimen perverso, porque toda su actividad está concentrada en la retroalimentación siniestra de una maquinaria de propaganda, cuyo único objeto es mantener en el poder al inquilino del Palacio de Miraflores.

En el llamado plan de la patria, se trata de “garantizar la continuidad y consolidación de la revolución bolivariana” a pesar de los errores y de su inviabilidad, con lo que demuestran la perversidad chavista-madurista, que utiliza la manipulación de los sentimientos del pueblo, para enfrentarnos unos contra otros. Un régimen que afinó un sistema para instaurar el fraude en todos los procesos electorales sin respetar ley alguna, que lo obligue a entregar el poder.

Sin embargo, subyace en la mente de quienes detentan el poder el miedo, temor y terror de perderlo, en un proceso electoral limpio y verdaderamente democrático, por lo que obstaculizan el libre ejercicio del voto popular, que la misma Constitución Nacional establece.

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