La guerra contra las drogas vive y prospera en Palacio Nacional. 

En la mañanera de ayer, el vocero de la Presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, presentó un documento titulado “Campaña contra las adicciones a sustancias químicas” y donde se detallaba una estrategia comunicacional para prevenir el consumo de algunas drogas ilícitas entre los jóvenes. Al parecer, el esfuerzo incluirá material gráfico, anuncios en radio y televisión, y contenidos para Internet.

No es la primera vez que se lanza una campaña de este género. De hecho, no ha habido ningún gobierno federal en los últimos 40 años que no haya hecho algún esfuerzo similar. Y con mensajes parecidos: el consumo de drogas es intrínsecamente peligroso, toda forma de uso lleva inevitablemente a la adicción, no hay mejor respuesta que decir no a las drogas (y sí a la vida), etc.

La sutileza no es la marca de la casa en estos temas. Las consecuencias que se presentan son extremas, las imágenes son apocalípticas, la música y las voces que las acompañan son ominosas. El objetivo es generar miedo para prevenir el consumo de drogas.

Pero el problema es que difícilmente logran su cometido. El Observatorio Europeo de las Drogas y la Toxicomanía hizo una revisión sistemática de 14 evaluaciones de impacto de campañas masivas para prevenir el uso de drogas en la población joven, lanzadas en diversos países entre 1991 y 2011 (https://bit.ly/3EiyjwV). La conclusión es demoledora:

“En resumen, este metanálisis no encontró ningún efecto sobre la reducción del uso y un efecto débil sobre la intención de usar sustancias ilícitas. También identificó informes de posibles efectos no deseados en términos de jóvenes que declaran que les gustaría probar drogas.”

Una evaluación similar, realizada en Estados Unidos sobre un programa de prevención (National Youth Anti-Drug Media Campaign), encontró resultados parecidos: “Es poco probable que la campaña haya tenido efectos favorables en los jóvenes y puede haber tenido efectos desfavorables rezagados. La evaluación cuestiona la utilidad de la campaña.” (https://bit.ly/3twVb5H)

De hecho, prácticamente toda la bibliografía científica sobre el tema llega a las mismas conclusiones: las campañas masivas dirigidas a reducir el consumo de drogas no tienen ningún impacto sobre el uso actual, prácticamente no inciden en la intención de usar sustancias y, en algunos, tienen efectos contraproducentes de mediano plazo (algunas personas deciden probar drogas después de ver los mensajes de prevención).

Esto no es difícil de averiguar y se sabe desde hace muchos años. Entonces, ¿por qué gobierno tras gobierno decide insistir en algo que es francamente inútil? No lo sé, pero van tres teorías.

La primera es la llamada falacia del político: “Hay que hacer algo. Esto es algo. Hay que hacer esto”. Frente a un problema complejo, los políticos se agarran de lo más sencillo para no ser acusados de indiferencia. Si la medida sirve o no sirve, es irrelevante.

La segunda es la inercia institucional. Hay áreas enteras del gobierno dedicadas a hacer estas campañas y estos mensajes que, en ausencia de instrucciones superiores, hacen lo que siempre hacen.

La tercera es el cálculo político. El público objetivo de estos mensajes no está compuesto por jóvenes que consumen o pueden consumir drogas, sino por un público más amplio y con sesgo conservador que tiene miedo a las drogas y quiere ver una condena moral por parte del gobierno. Y eso es lo que obtiene.

Pero lo que se pierde no es menor: la posibilidad de tener una política racional frente a las drogas, orientada a reducir daños, no a ganar votos.

Artículo publicado en el diario El Universal de México


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