Antes de que en los grandes debates globales sobre el desarrollo y en las principales agendas nacionales e internacionales —del mundo democrático— ocupase un lugar central el llamado «tercer sector», y se generalizasen nociones como responsabilidad social, voluntariado y otras afines, ya en Venezuela existían importantes iniciativas, de carácter solidario, impulsadas por organizaciones no gubernamentales (ONG) de gran prestigio, tanto por su transparencia y efectividad como por el alcance e impacto de su accionar.

Entre esas instituciones al servicio del bien se cuentan, verbigracia, la Fundación Hospital Ortopédico Infantil y la Fundación Amigos del Niño con Cáncer, de las que de acertado modo se puede afirmar que, gracias a una ininterrumpida e invaluable labor —de casi ocho décadas, en el caso de la primera, y de cerca de cuatro, en el de la segunda—, se encuentran tan arraigadas en los corazones de los venezolanos que hablar de ellas es como hablar del Salto Ángel o de la Universidad Central de Venezuela; es decir, de los símbolos que para el grueso de la sociedad venezolana resultan igual de caros que la bandera, el escudo y el himno nacional.

Otras como la Fundación La Salle de Ciencias Naturales, creada por el recordado Hermano Ginés, en 1957, para la educación técnica, la investigación científica y el desarrollo local sostenible, la Fundación Empresas Polar, que desde 1977 ha impulsado la generación de capacidades para tal desarrollo, principalmente a través de programas educativos y del apoyo a proyectos en el sector agrario, y ha llegado además a erigirse en uno de los actores clave en el fomento de la cultura en Venezuela, o, por supuesto, Fe y Alegría, aquella organización educativa y de promoción social que «comienza donde termina el asfalto» y que por el incansable trabajo de una miríada de ejemplares ciudadanos, llevado a cabo con encomiables tesón y compromiso desde su nacimiento en 1955, de la mano del padre José María Vélaz y gracias al desprendimiento de los modestos pero titánicos esposos Abrahán y Patricia Reyes, en la parroquia 23 de Enero de Caracas, se ha convertido en un exitoso movimiento internacional con presencia en más de veinte países —y que solo en Venezuela es responsable de 176 escuelas, 5 institutos universitarios, 23 emisoras radiales, 75 centros de capacitación laboral y un centro para la coordinación de sus propias políticas formativas—, evidencian también esa larga tradición de solidaridad bien organizada y encauzada en la nación; una solidaridad que, lejos de disminuir en estos dos decenios de inducida adversidad, se ha venido traduciendo en cada vez más iniciativas con las que hoy se busca minimizar los efectos de una inconmensurable catástrofe.

De hecho, la lista de las ONG que en estos años han consolidado su compromiso con el bienestar de los venezolanos es dilatada e incluye instituciones como, por ejemplo, Aldeas Infantiles SOS Venezuela, Cáritas de Venezuela, el Dividendo Voluntario para la Comunidad, Doctor Yaso, la Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición, SenosAyuda y la Sociedad Anticancerosa de Venezuela, por solo nombrar un puñado de las más representativas; ello sin mencionar a las que se han dedicado a la tan necesaria defensa de los derechos humanos en el país, entre las que descuellan el Foro Penal, Provea y varias más.

En todo caso, al echarse un primer vistazo al papel asumido por tales organizaciones en estos aciagos años podría resultar difícil de comprender el que, en conjunto, se hayan convertido ellas en uno de los principales blancos de la persecución dictatorial, sobre todo de esa que con particular saña ha emprendido el régimen chavista en los últimos meses, pero en realidad es clara la razón de esta nueva agresión de la que es víctima toda la sociedad venezolana, a saber, la determinación de los miembros de la cúpula opresora de no permitir que el proceso de constricción de libertades y oportunidades en Venezuela sea obstaculizado por las solidarias y efectivas acciones de quienes solo han procurado coadyuvar a la resolución de los problemas de los más vulnerables —que a estas alturas conforman la casi totalidad de la población del país—.

Sin duda, es algo que parece tomado de los rincones más oscuros del pensamiento orwelliano, algo en apariencia inverosímil y propio de las teorías de la conspiración, y no obstante, para desgracia de la nación, es precisamente esa la verdad que con la mayor brutalidad se le ha desvelado a los venezolanos en lo que ya se percibe como una longuísima era de violencia sin fin; la era de la infinita vileza de unos pocos por la que muchos, millones y millones, han padecido y padecen lo indecible.

No es mucho lo que hay que escudriñar dentro del dédalo de la perversidad de una de las más infames tiranías que han existido para que esa verdad brote diáfana ante los que aún se resisten a contemplar su horrenda faz, si es que alguno queda, y únicamente resta preguntarle a los aspirantes al Nobel de una malentendida paz cómo podría negociar con su cruento opresor esta sociedad en un escenario caracterizado por la asimetría que está profundizando, entre otras cosas, la persecución en cuestión si, de acuerdo con los principios más elementales que fundamentan las teorías y enfoques sobre los procesos de negociación, esta solo se establece cuando las condiciones de las partes son de similar índole, porque en caso contrario lo que tiene lugar es la imposición de la agenda de una de ellas gracias a su poder de coacción.

@MiguelCardozoM


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