Una imagen desoladora del Palacio de la Revolución de La Habana, mostrando en primera plana a Miguel Díaz-Canel y a su compinche Nicolás Maduro, representa la viva expresión de ese club de los marginados y resentidos del hemisferio occidental. Junto a ellos, Luis Arce, de Bolivia, y otros seis “leales” representantes del Caribe, procuraban ofrecer su mejor rostro ante tan aburrido escenario. Más “inteligente” resultó, seguramente, Daniel Ortega, quien, ya con su “fobia particular a los viajes”, prefirió participar de forma virtual desde la comodidad de su residencia presidencial en Managua, al lado de su amada e inseparable vicepresidenta.

El motivo: la XXI Cumbre de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), convocada por el régimen cubano el 27 de mayo, una vez se había confirmado la exclusión de Daniel Ortega y Nicolás Maduro de la IX Cumbre de las Américas (Los Ángeles, 6 al 10 de junio de 2022).

Este cuadro desolador y en apariencia irrelevante no pasaría de ser una simple reunión de gobiernos renegados si no fuese porque revela lo sintomático de un hemisferio dividido ideológicamente y por otros intereses bastardos, que comparte, en teoría, un marco político-jurídico de valores y principios democráticos cada día más y más vilipendiado. Es un recordatorio, además, del continuo deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y sus pares de América Latina y el Caribe, que tiene su origen, primordialmente, en el marginado lugar que han ocupado siempre estos últimos en la lista de prioridades de la política exterior y de seguridad de Washington.

Lo que parecía ser una reunión de emergencia, no era más que otro eslabón del plan de sabotaje bolivariano a la cumbre hemisférica de Los Ángeles. Un nuevo paso que apunta, por otra parte, al propósito de seguir socavando los cimientos mismos de la Organización de Estados Americanos, aspiración que, dicho sea de paso, ha sido manifestada sin disimulo por el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al proponer la sustitución de la OEA por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), libre de toda injerencia de Canadá y Estados Unidos.

Una cruzada bien planificada

El libreto previamente elaborado por el ALBA en conchupancia con el presidente mexicano se cumplió a cabalidad. Primero, López Obrador, el outsider hermano mayor y principal socio ideológico, se encargó de comandar la cruzada de crítica profunda a la decisión de Estados Unidos de excluir de la cita democrática de Los Ángeles a los gobiernos de facto de Nicaragua y Venezuela, y a los vacilantes y ambiguos mensajes de los altos funcionarios estadounidenses respecto al nivel de participación de Cuba. Sus cuestionamientos obtuvieron gran resonancia en Centroamérica y gran parte del Caribe, así como el acompañamiento de su colega boliviano, Luis Arce, en la decisión de condicionar su asistencia a la cita hemisférica.

Por otra parte, no es mera casualidad que en la Declaración aprobada el 27 de mayo por la XXI Cumbre del ALBA, se ratificara el compromiso de este grupo de países con la “genuina integración regional liderada por la Celac”. Es aquí donde entraba a jugar su papel en la cruzada, el otro socio de la causa y espíritu del Grupo de Puebla y del Foro de Sao Paulo.

En efecto, el mandatario argentino, Alberto Fernández, en su calidad de presidente pro tempore de la Celac, si bien confirmó oficialmente su participación en la cumbre, no desaprovechó la oportunidad para sumarse a las voces de López Obrador y del ALBA, exhortando al gobierno de Joe Biden para que revirtiera su decisión en beneficio de la pluralidad que, según, debe caracterizar las relaciones hemisféricas.

Fernández, otra pieza útil para el descrédito de la Cumbre de Los Ángeles, llevará la voz cantante de reproche en defensa de los “pueblos excluidos”, tal y como está empeñado en transmitirlo un furibundo Nicolás Maduro que sueña con una cumbre de los pueblos de América al estilo de la liderada por su difunto mentor por allá en Mar del Plata, en aquel ya remoto año de 2005.

Pero no sólo eso. En la estrategia de los confabulados defensores de los “pueblos oprimidos” no estaba contemplado dejar cabo suelto. Teniendo en su seno a países caribeños como Antigua y Barbuda, Granada, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves y Dominica, el ALBA se ha convertido en un instrumento de presión para éstos y sus restantes socios de la Comunidad del Caribe (Caricom) en torno a la posibilidad de seguir la línea de no participar, a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, en la Cumbre de Los Ángeles.

Para nadie ha pasado inadvertido que a última hora los equipos diplomáticos de la administración Biden han estado moviéndose como locos para garantizar la mayor presencia posible de jefes de Estado y de Gobierno. Paradójicamente, de esto último, y no de la agenda, dependerá el desarrollo normal, y sin muchas expectativas, de la cumbre.

El gobierno de Estados Unidos está atado de manos. Consciencia tiene de que para remendar más o menos la ya maltrecha imagen de la Cumbre es imprescindible la presencia de López Obrador en Los Ángeles. El presidente mexicano lo sabe y debe de haber pasado unas cuantas semanas regodeándose de los apuros de su vecino del norte, al que, a fin de cuentas y en medio de lo que ya todos pronostican como un fracaso, sólo le interesaría arrear a sus invitados para que suscriban un acuerdo – que de igual forma no será vinculante jurídicamente – sobre las causas fundamentales de la migración irregular. Y de esto último se nutre muy bien, el chantaje de López obrador.

El lema de la Cumbre: “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo para nuestro hemisferio”, así como los demás temas de la agenda: el trabajo conjunto de la región para asegurar compromisos de muy alto nivel y acciones concretas que mejoren drásticamente la respuesta ante la pandemia del coronavirus; el fomento de la recuperación ecológica y equitativa; y la construcción de democracias fuertes e inclusivas, constituyen un mero relleno y alimento para la retórica.

Aquí hay un solo perdedor y todos saben quién es. Y es muy fácil suponer que al final de todo este drama, López Obrador anuncie su condescendiente participación. Después de todo, Estados Unidos es su principal socio comercial y su coartada perfecta para seguir empujando ese discurso progresista y redentor de los pueblos de América. Igual, el trabajo ya está hecho.

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