En nuestro país no hay paz. Nada más lejos de ello. Un despotismo depredador no puede generar paz, sino destrucción, violencia abierta y encubierta, complicidad, acomodo, injusticia y desigualdad. De nada de eso surge algo que sea verdadera paz.

La supuesta paz de las burbujas del poder es una caricatura de paz para la abrumadora mayoría de la población. Es una cruel bofetada para las necesidades del pueblo.

Sin democracia no hay paz. Con una hegemonía disfrazada de democracia no hay paz. Los mandoneros del poder lo saben y sus cómplices también. Acaso estos sean peores que aquellos. A ninguno le interesa la paz, sino la quietud forzada de la nación. Y eso no es paz.

Sin derechos políticos, económicos y sociales no hay paz. Sin pluralismo, convivencia y tolerancia, no hay paz. Una catástrofe humanitaria en salud, educación, alimentación y seguridad, es lo contrario de la paz.

La propaganda para suscitar expectativas de una mejoría nacional no lleva a la paz sino a mayores frustraciones. Lo opuesto de la falsa paz no es la guerra. Es el camino a una paz de verdad.

¿Ese camino es posible iniciarlo y recorrerlo? Sí lo es. Pero ello pasa por la superación de la hegemonía despótica y depredadora. No nos engañemos al respecto.

La paz que necesita Venezuela es la paz bendita del sosiego, del trabajo, de la libertad, de la justicia, del respeto, de la esperanza. Bendita sea esa paz que necesitamos.


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