¡Qué difícil es lograr mantener la paz en medio de las luchas cotidianas de la vida!. Es lo que todos querríamos, pero qué difícil es. La misma paz está en juego siempre en la lucha por mantenerla.

Escribo sobre este tema porque ha sido mi lucha en estas semanas. Son muchas las cosas que nos intranquilizan: la pérdida de algún bien (dinero, salud, proyectos, la vida misma), el temor por el futuro, y tantas cosas más que nos vienen a sacar del presente para lanzarnos a lo indeterminado con angustia.

No controlamos muchas cosas. Otras podemos planificarlas con acierto. A nuestra estatura, sin embargo, no podemos añadirle ni un solo codo, como dice la escritura, pues hay cosas que hay que dejar en manos de Dios al no depender del todo de nosotros. Después de hacer lo que podemos hay que confiar en que todo lo que sucede y se escapa a nuestras manos es permitido por Dios por un bien mayor. Como digo, no es fácil verlo y mucho más difícil es permanecer en paz ante el dolor, pero “Dios es lo bastante bueno y poderoso como para utilizar a favor nuestro todo el mal, cualquiera que sea, y todo el sufrimiento, por absurdo e inútil que parezca” (Jacques Philippe).

Confiar en que siempre vendrá algún bien tras un mal no es fácil, pero así es, pues la realidad es ontológicamente buena por existir, por ser, y el mal, como su carencia, es ausencia de bien, aunque se vea con fuerza y asuste. Por eso el bien siempre es el fundamento.

No es igual ser hombres de fe a no serlo. Creer que Dios lo quiere o lo permite todo por un bien no puede ser igual a ver el mal y quedarse con él. Resistir simplemente no nos aporta una respuesta. Creer que algún bien se oculta siempre tras todo lo que ocurre, sí. Queremos, sin duda, que las circunstancias cambien y hay que luchar por ello, pero lo cierto es que somos nosotros quienes debemos cambiar con las circunstancias. No es fácil. Nunca es fácil sobrellevar el dolor y superar los obstáculos, pero creer que Dios no va a permitir que nos falte nada de lo necesario según sus designios da paz, y aunque a veces nos lleve al límite para probar la fe, viene en nuestra ayuda para que confiemos.

El futuro es indeterminado. No existe. No ha llegado aún. Por eso la mejor estrategia es estar centrados en el presente, en lo que traemos entre manos, en lo que tenemos que hacer hoy. Fijarse en lo bueno, en todas las bendiciones que recibimos cada día. En los hijos, en los seres queridos que nos apoyan, en la naturaleza en cuya majestuosidad se ve la bondad de algo superior, en los bienes que no nos faltan. Y si alguno considerado esencial falta, pensar que algún bien oculto está latente en esa carencia, pues Dios, que nos cuida y protege, sabe ya que nos falta.

Hablo de esto porque como tal vez se ve, llevo semanas meditando ante problemas que se escapan de mis manos porque no los puedo cubrir ni solventar. Uno experimenta, sin embargo, que Dios provee y sale en nuestra ayuda. Sucede que nos cuesta confiar y queremos muchas veces que las cosas se resuelvan según nuestras ideas y planes y tal vez son por otra vía por donde lleguen las respuestas. Tal vez lo que imaginamos que va a pasar no es necesariamente lo que va a pasar y confiar en Dios ante la indeterminación es una prueba de fe muy grande que cuesta, sin duda, pues es como “una presa que no queremos soltar”, como dice Jacques Philippe en su libro La paz interior. Todo sucede por alguna razón y aunque no veamos el bien que seguirá a un mal en el instante, como dice Philippe, tarde o temprano lo veremos, pues “Dios no permite sufrimientos inútiles”, como decía santa Teresita.

La generosidad divina depende de la confianza que pongamos en Dios, a la apertura a la vida y a sus dones, pues da “en la medida en que esperamos en El”, en palabras de san Juan de la Cruz.

El tema elegido tiene que ver con mi vida de las últimas semanas y aunque es difícil de digerir, sigo haciéndolo, pues creo que es el camino. Dios a veces nos prueba como probó a los israelitas en el desierto. Da el maná día a día para ver si estamos identificados con su voluntad. No quiere que guardemos reservas para el día siguiente, como advertía a los israelitas que no lo hicieran, pues quería ver si confiaban en que El se los daría día tras día.

 


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