Foto: Infobae

El ELN le acaba de propinar una zancadilla a Gustavo Petro con el atentado perpetrado en Guamalito, en el Catatumbo, contra una patrulla del ejército en el que 9 soldados perdieron la vida y 8 más salieron heridos. Ello ocurre en el momento en que la guerrilla se encuentra involucrada en medio del proceso de negociación de paz con el jefe del Estado y cuando están los dos lados en las puertas del inicio, en Cuba, de la tercera fase de los diálogos.

Durante las dos rondas ya celebradas se han producido variedad de atentados demostrativos del caos que reina dentro de las filas de los alzados en armas y de la manera en que eso vacía de sentido cualquier tratativa de paz. Mientras durante los diálogos se monta ante terceros un tinglado que pretende demostrar la buena fe de ambos lados, los guerrilleros siguen acosando a la población, atacando a las fuerzas militares y perpetrando actos destructivos de bienes públicos que afectan a los ciudadanos y a su gobierno. Es eso y no otra cosa la voladura del oleoducto Caño Limón Coveñas hace pocos días y los ataques con explosivos en el Chocó.

¿Pero de qué paz estamos hablando? ¿Tiene esta  fuerza guerrillera voceros con mandato para ser negociadores o se trata de un grupo de facinerosos, criminales y delincuentes que se arrogan la capacidad de comprometer al grupo sin que en realidad exista una delegación de voluntad para pactar alguna forma de entendimiento de paz?

Cinco veces se ha sentado esta guerrilla a negociar con distintos gobiernos colombianos sin que nunca haya sido posible concluir una forma de desarme que conduzca a la paz.

Lo que está a la vista de la comunidad internacional que sigue con interés el proceso colombiano está también a la vista del jefe del Estado, quien insiste en permitir que una parte de la ecuación no solo se burle de la otra sino que lleve a cabo masacres con el único fin de demostrar fortaleza criminal útil a los fines de debilitar al contrario, es decir, el gobierno y el resto de los facilitadores de las tratativas.

La realidad es que la única demostración de fuerza válida ha sido siempre -y lo es más a esta hora- la de las fuerzas militares de Colombia, quienes están allí para cumplir con el propósito de proteger, por las buenas o por las malas, a la ciudadanía pasiva, atrapada ella en una batalla eterna tan cruenta como injusta.

El afán de anotarse un punto a favor -que ante el mundo lo coloque como el gran  componedor, de la misma manera que Juan Manuel Santos se fraguó a pulso su premio Nobel de la Paz- lo ha llevado a otorgar prebendas muy inconvenientes. Hoy los elenos gozan de un estatus de «organización armada rebelde» que impide su sometimiento y les faculta para ser muy honrosos negociadores. Ello es un paso determinante para los guerrilleros ante la sociedad colombiana y el mundo.

La cúpula guerrillera mete su dedo en el ojo del mandatario, pero no explica los crímenes cometidos «en aras de la paz», ni pone orden dentro de sus filas si el atentado fue ideado por detractores de las negociaciones. ¿Hacia dónde va entonces el proyecto estrella del nuevo jefe de la nación vecina?

Lo mismo ocurrió con las FARC en 2019. Lo que se consiguió armar en La Habana en épocas del presidente Santos fue un acuerdo mocho que poco tiempo después redundaría en el nacimiento de las «disidencias de las FARC», que no son más que los mismos criminales guerrilleros que no estuvieron contentos con las condiciones de desmovilización pactadas con el lado gubernamental. Estos se dieron la mano con el gobierno de Nicolás Maduro y el resto es pan comido… un drama para Colombia y otro para Venezuela.

Petro no las tiene todas consigo. Eso es claro. Pero el exguerrillero no se rinde, más por terquedad que por convencimiento de que este proceso, concebido como hasta ahora, se dirige hacia algún lado.

Apoyar a sus Fuerzas Armadas en una batalla sin cuartel ni miramientos contra quienes han sembrado a Colombia de muertos y de desgracias a lo largo de más de medio siglo es lo que toca.

Y, por supuesto, poner de lado a quienes no desean la paz de Colombia: el régimen criminal de este lado del Arauca.


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