En presencia de esa gran crisis, verdadera debacle económica, debería calcular cuáles beneficios nos reportaría un organismo social en el cual no permanecerían grandes almacenes repletos de productos que no encuentran comprador a precios remunerativos, frente o ejércitos de hambrientos desocupados que levantan su pendón rojo con la insignia: pan y trabajo; en cuyo seno no se anidarán millares de seres prostituidos por el ocio y la ignorancia, frente a minas que no funcionan, campos que nadie siembra, y talleres que disminuyen el número de sus obreros; un organismo social, en fin, en que nadie se arruinará por tener un exceso de productos almacenados sin encontrar quién pueda consumirlos, y en que nadie tuviera que ceder una parte de su trabajo al poseedor de los medios de producción y que sacrificarse en aras de una competencia industrial que no tiene absolutamente razón de ser.

José Ingenieros, ¿Qué es el socialismo?

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América Latina en pleno siglo XXI no ha encontrado los espacios que terminen de destrabarla sobre 500 años de colonización que envolvieron las apetencias de conquistadores sobre los conquistados, y donde los indígenas desde sus espacios históricos, siguen reclamando la validez de sus derechos sobre nuevas formas de explotación, que amputando sus territorios, han creado severas distorsiones al ambiente, así como a la naturaleza en sus distintas formas de vida, que concluyen como severas mutilaciones en las condiciones humanas de las propias comunidades ancestrales, y otras donde el mestizaje es la mayoría de quienes confluyen en pueblos y ciudades.

Las crisis del continente en todas sus manifestaciones, desde las alteraciones políticas que han socavado los espacios económicos y sociales, en los cuales el Estado de Derecho desaparece en sus confluencias ambientales y culturales, hasta la fragilidad de democracias que disfrazadas con mantos “constitucionales” originan otras crisis que pernoctan los derechos humanos, todo ello con una tecnología depravada que arrecia contra las formas de identidad e idiosincrasia, mientras grupos de capitales ilegítimos trafican con las necesidades más esenciales, fundamentalmente de mujeres y niños.

¿Acaso es posible qué entre la Patagonia, los Andes, el Amazonas o el Caribe, ante tanta multiplicidad de riquezas naturales, y de pueblos que convergen en sus connotaciones culturales y sociales, América Latina continúe por el cauce de la pobreza, el hambre, la emigración, la contaminación ambiental y el subdesarrollo? ¿Cómo pueden los gobiernos y Estados en determinados países equilibrar sus economías internas, mientras las externas o de otros países siguen mostrando incongruencias para alcanzar la estabilización social de sus grupos poblacionales? ¿Están situadas las organizaciones multilaterales como la llamada Organización de Estados Americanos en consonancia con las expectativas que esperan los habitantes del continente en áreas de educación, salud y servicios públicos? ¿Responde la OEA a los requerimientos de una amplitud democrática y derechos humanos?

Las crisis latinoamericanas no cesan. Por el contrario, se multiplican en sus complejidades y espacios territoriales. Tenemos gobiernos y Estados que en vez de emerger con políticas públicas que prioricen los derechos: población, sociedad y ambiente; sólo deconstruyen sus planes desde una visión del capital, que en muchos casos menoscaba la importancia geográfica e histórica. Por otra parte, América Latina, que debería ser un centro de integración turística ante sus innumerables bellezas naturales, precisamente combinadas con un pasado arqueológico y ancestral de espacios que se llenan de la magia narrativa de la historia, ni siquiera existe una institución latinoamericana que promueva, genere y construya entre la educación y el turismo un plan de desarrollo que fomente en todo el continente una hoja de ruta que valore los países como un todo, y no un todo en sus partes, lo cual permitiría que la información a los potenciales visitantes estaría sostenida sobre la base de una arquitectura de recreación, conservación y cultura que nos exponga ante el mundo como un centro de maravillas naturales, ambientales y humanizadas que nos relacione por tantas características similares, y no, por las diferencias que pudieran existir entre una nación y otra.

Hace falta que América del Sur pueda estar unida por una red ferroviaria que incluso está muy distante en los propios espacios internos de cada país. Se necesita una América Latina donde exista la coexistencia de desarrollo humano entre sus habitantes y visitantes estableciendo la validación de carreras en las áreas de la educación y la salud en todas sus naciones. Y, sobre todo, es necesario promover la creación de una normativa única que asiente la legitimación de nuestras comunidades ancestrales como un eje social y transdisciplinario en todas sus manifestaciones sociohistóricas, sea cual fuere su origen territorial, y evitar sobre ellos la confluencia de grupos extraños que sólo buscan la explotación irracional de sus recursos y espacios de vida.

América Latina, a pesar de ser un inmenso continente con una gama de territorio e historia que precede unas generalidades muy antropocéntricas, han sido las diferencias ideológicas y políticas las que han constreñido hasta la unión de pueblos fronterizos que han convivido a lo largo de sus historias de pre y posindependencia, hasta la contemporaneidad, lo cual no sólo termina perjudicando a nuestros pueblos, sino que origina severos retrocesos en los quehaceres económicos y sociales.

Las crisis de América Latina no son delimitaciones circunstanciales porque las mismas se han ampliado en términos de tiempo y territorios, y más aún, en condiciones donde las vulneraciones además de irrumpir los sentidos de desarrollo económico y social del continente, han sido grupos no asociados con el bienestar común, los que han venido adueñándose de una praxis ilegal, que no sólo atenta contra la diversidad humana y cultural de nuestros pueblos, sino que conforma la negación de todo lo que debería contrarrestar un Estado, un país y una sociedad.

La Patagonia, los Andes, el Amazonas y el Caribe: ¿pertenecen a los latinoamericanos? Es obvio que les pertenecen; pero con políticas públicas ausentes que no vean la transdisciplinariedad del territorio, esa ausencia, sólo llevará al continente por la fragmentación humana y una maltrecha multiculturalidad de divisiones y secularización poblacional. Urge comprender el cómo tantas diferenciaciones forzadas sólo han logrado llevar las crisis hasta el más recóndito de sus territorios.

@vivassantanaj_

 


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