Las pretensiones de algunos expresidentes de seguir gobernando por interpuesta persona tutelando a un candidato y la reacción asertiva de este de reafirmar su independencia una vez que asume el poder, se conoce en América Latina como “la patada histórica”. Cuando fue electo presidente Juan Manuel Santos, habiendo sido el favorito de Álvaro Uribe, la gente se preguntaba quién gobernaría, él o su padrino Uribe. Pronto Santos le propinó a Uribe la “patada histórica”. Más tarde, llevado de la mano de Uribe, llega a la presidencia Iván Duque. Entonces se volvieron a preguntar quién gobernaría. Como antes Santos, el electo Duque le propina a su padrino Uribe la “patada histórica”.

En estas elecciones, sin que las “patadas históricas” de Santos y Duque le hubieran servido de experiencia, Uribe seleccionó un nuevo candidato que le garantizara gobernar por mampuesto. Fico Gutiérrez, exalcalde de Medellín, fue el favorecido y durante toda la campaña electoral no se trataron, no se reunieron, no se refirieron públicamente el uno al otro, con la esperanza de que el elector no advirtiera que Fico era propiedad de Uribe. Nada indicaba que Fico, cuya ideología según su propia confesión es el “sentido común”, tendría el coraje de Santos o Duque para propinar la “patada histórica”. Ya nunca lo sabremos. La “patada histórica” ha sido siempre inevitable porque es parte de la condición humana. En Venezuela, por ejemplo, los casos abundan y en todos los tiempos: Bolívar y Miranda; Páez y Bolívar; Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez; Medina Angarita y López Contreras; Carlos Andrés Pérez y Rómulo Betancourt; Luis Herrera y Rafael Caldera, Juan Guaidó y Leopoldo López.

La oligarquía colombiana, pese a ser la más incompetente, la más corrupta y la más codiciosa del continente, por primera vez, después de dos siglos en el poder, sufre el mayor revés de su historia. No debería extrañar a nadie. Después de 200 años en el poder aún mantienen al país en los niveles más altos de desigualdad de los países en desarrollo del mundo y en una pobreza que sólo en los dos últimos años aumentó de 35% a 42%. Los jóvenes colombianos, que viven un desempleo de 21%, salieron a las calles en 2019 y 2021 a protestar y fueron asesinados por la policía.

La historia vergonzosa

Quizás el mayor esfuerzo intelectual para revelar las interioridades de la oligarquía colombiana fue del historiador y agudo periodista Antonio Caballero, autor de Historia de Colombia y sus oligarquías. Caballero explicaba con sarcasmo que Colombia es tan oligárquica que la historia que no se ha contado de la oligarquía tenía que ser contada por un oligarca como él, que creía o quería hacer creer que no es oligarca. “Fue descrito como un rebelde de su origen y desde su juventud escribió contra el establecimiento al que pertenecía”. “Esa historia de Colombia” solía decir Caballero “casi siempre trágica es muchas veces vergonzosa”. Un día Álvaro Uribe contestó los dardos de Caballero por Twitter con lugares comunes y una peor sintaxis. Llamó a Caballero un representante del “resentimiento de los riquitos buena vida de izquierda; ¡qué peligro para el país! contemplado y zángano”.

En realidad, lo que le acaba de ocurrir a la derecha de Colombia es más que un revés, es la primera vez en la historia que la usurera oligarquía ve su enorme poder difuminarse gracias a la descontrolada ambición de Uribe, Santos y Duque. Los antiguos líderes históricos del conservatismo colombiano eran ladinos y pícaros, pero astutos y con tronío. El modelo del conservador del siglo XXI es Álvaro Uribe, una especie de lagarto, como llaman en Bogotá a los advenedizos, que ha navegado por las procelosas aguas de la política colombiana con más suerte que intelecto. Aún en cárcel domiciliaria de procesado penal Uribe presumía de un poder que ahora parece que se extingue.

La oligarquía colombiana, adueñada de Colombia por siglos, deberá enfrentar no solo a Petro, un hombre de izquierda, sino a Francia Márquez como vicepresidente, una afrocolombiana nacida en Yolombó, Cauca, quien en sus años mozos fue sirvienta, pero desde los 13 años es una activista del ambiente y hoy una figura política de considerar que le eriza los cabellos a la élite bogotana. Después de Estados Unidos, Brasil y Haití, Colombia cuenta con la mayor población negra del continente. Históricamente, han estado completamente ausentes de los todos los gobiernos y muchos de sus asentamientos alrededor de la costa del Pacífico han permanecido en extremo subdesarrollados.

¿Para bloquear un cambio, la oligarquía ha maniobrado para tratar incluso de arrebatarle la hoja de parra que le queda a la “democracia” colombiana, el voto? Pero Petro se ha deslizado sin demasiado esfuerzo, propinándoles un varapalo histórico que la derecha colombiana merecía desde hace tiempo en aras de una mejor democracia. ¿Cómo lo hizo? Nuestro historiador Mariano Picón Salas sostenía que en ocasiones, como fue el caso de Cipriano Castro en 1898, se llega al poder, no por una brillante campaña política y militar, sino que irrumpen en el palacio de gobierno para recoger el poder del suelo. Castro entró a Miraflores donde el desprestigiado presidente Ignacio Andrade había dejado el poder. Gustavo Petro entrará igualmente al Palacio de Nariño a recoger el poder del suelo donde lo dejaron Iván Duque, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.  Así llegó Hugo Chávez a Miraflores donde yacía el poder que dejó la democracia representativa de Acción Democrática y Copei en su última etapa terminal de degeneración.

Particularmente destructiva ha sido esa “retórica maniquea”, como la llamó Caballero, de los fanáticos uribistas que estigmatizan como chavista-cubano-comunista del siglo XXI a todo aquel que no vea en el gansterismo uribista, un modelo democrático. Ellos, con su sectarismo miserable, engendraron a Gustavo Petro quien, para suerte de los colombianos y desgracia del uribismo, no luce como el bellaco ladrón de Hugo Chávez, de Lula o Correa, ni el moroso mental de Bolsonaro ni el ignaro de Pedro Castillo o el rústico bandido de la coca de Evo Morales. Petro y Francia Márquez devinieron en el castigo del pueblo colombiano a la futilidad, la arrogancia y el rastacuerismo de ese proceso de degeneración política terminal de Uribe, Santos y Duque. Un trío de marrulleros mosqueteros que en vez de dedicar sus energías a Colombia decidieron seguir el motto de luchar “todos contra uno y uno contra todos” en busca de sus apetencias personales. Uribe, Santos y Duque fueron aspiraciones fallidas, equivalente en Venezuela a tres réplicas también fallidas de nuestro quehacer político, quienes afortunadamente no hicieron tanto daño porque no alcanzaron el poder: Eduardo Fernández, Claudio Fermín y Henry Ramos Allup.

Aparentemente estas elecciones colombianas trajeron consigo una novedad, las “patadas históricas” ahora no las propinan los  políticos marrulleros, sino el pueblo. Un progreso democrático impresionante, si lo permiten.

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