La tan nombrada y actual situación, en la que agonizan no solo los cuerpos pluricelulares de quienes sufren alguna variante del covid-19, o sus secuelas, sino las mentes y los corazones de seres sociales que se fortalecen, nos estigmatizan y afirman bajo ambientes de contacto físico y comunicación. Esta enfermedad generó no solo barreras imaginarias de distanciamiento, necesarias para su control. Sino que separó a cada quien, acentuando una especie de individualismo de supervivencia, donde solo se permite procurar en la seguridad sanitaria del círculo más cercano, mientras el miedo consume las mentes y los corazones promoviendo ideas y conductas disruptivas que afectan la psiquis y los sentimientos más profundos de cada individuo.

Al parecer el desamor reina. Aun cuando está afirmación tiene una severidad implícita y un tanto antagónica frente a las múltiples acciones de entrega, bondad y valor persisten en todo el mundo ante diversas y apremiantes situaciones. Acciones heroicas y plausibles que resaltan en nuestro hermoso país, sumido en el mayor aprendizaje social-histórico que jamás haya experimentado la nación. Sin embargo, se hace presente el desamor, caracterizado por un terrible miedo que se apodera de nuestras mentes y paraliza. Temor a contagiarnos, a secuelas de la enfermedad, incluso antes de sufrir el contagio. Sentimos pánico a relacionarnos con personas desconocidas, de cualquier procedencia, porque vulneran el círculo más cercano. Sentimos miedo a la muerte, dolor, desamparo y soledad. Frustración por no controlar la enfermedad ni la cura, desconfiamos de las vacunas, nos abruma el terror. La incertidumbre también se apoderó de mentes y corazones, a tal punto que hemos olvidado cómo amar.

Acaso ¿la antítesis del miedo no es el valor? -La antítesis del miedo es el amor. Nos da esperanza, valor y fuerza, más allá de lo racional. Nos permite apartar el individualismo, haciéndonos parte de algo más grande que nos supera de facto. Entonces, bajo este análisis, se trata de una pandemia de desamor, donde un pequeño organismo de alto contagio nos encierra para enfrentarnos con nuestros propios monstruos. Desafía nuestros hábitos y costumbres, nos fuerza renovarnos, no solo para mejorar el sistema inmunológico sino reenfocar y direccionar más saludablemente la vida.

El amor empodera, transforma y trasciende la existencia de todo ser. No se trata de convertirnos en seres inconscientes, descuidados e irresponsables, que no comprendamos los tiempos y nos rebelemos frente a medidas de control social en materia de sanidad. Debemos ordenar nuestras mentes y percibir la situación desde el amor.  Acaso, ¿alguien puede añadirse a sí mismo vida sin procurarse hábitos saludables? Entonces, amemos haciendo las cosas con disposición de corazón. Pensemos positivo y sigamos soñando a pesar de las limitaciones. Muchos han transformado desiertos en lugares para siembra y cosecha de frutos, y, desde ellos, cimientan un legado a la humanidad. Esa también puede ser tu historia.

Sobrevivir al covid-19 a mediados del primer semestre de este año me dejó varias enseñanzas, entre ellas que la vida sigue siendo un regalo, no debemos menospreciarla. La batalla de supervivencia ante cualquier circunstancia está en la mente, primer lugar de confrontaciones personales. El verdadero valor no está en ser osado y retrechero necesariamente, sino en hallar paz en medio de una circunstancia, y aceptar que los procesos difíciles nos hacen más fuertes y, en medio de ellos, podemos aumentar nuestra estima individual y amar a otros. Después de todo, los sistemas tienden a desordenarse: es decir, el caos en una tendencia natural, pero, enderezar o corregir requiere esfuerzos mayores. Ordenemos nuestras mentes y corazones, confiemos en Dios. Seremos victoriosos en Él y, si fuese el tiempo de partir de este plano terrenal, amemos, perdonemos y pidamos a otros que nos otorguen su perdón.

 

 


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