“La cuestión del extraño en una sociedad que aleja a todos de ella y obliga a todos a asimilar su propia alineación se encubrirá bajo máscaras dudosas y siniestras”
Norman Manea

La tragedia de vivir bajo la tiranía de un payaso no es una sentencia que busca en ninguna manera regresar las afrentas con más afrentas, las ofensas con procacidades o sencillamente insultar por reacción visceral; nunca utilizaría los espacios de ningún medio para tal acción despreciable, que por demás considero totalmente lejana a los fines de estos espacios, de la letra para la libertad. El calificativo de “payasos” hace referencia a la obra de Norman Manea que lleva por título Payasos, el dictador y el artista. Los payasos para este escritor de origen rumano, quien vivió literalmente aplastado por la tiranía nacionalsocialista y después por el horror comunista de Ceaucescu, los payasos dictadores histriónicos suelen ser crueles y despiadados, de una ferocidad sin paliativos. Estos además esquilman a sus pueblos material y moralmente, haciéndoles vivir la pobreza de las pobrezas, para estos aviesos e inconfesables planes se sirven del vaciamiento no solo de las instituciones y del cimiento del terror, sino del vaciamiento de la palabra, dejando al lenguaje desprovisto de significación y de lógico sentido, para luego entorpecer el pensamiento y hacer torvo y hosco al espíritu, logrando así un conveniente estado de postración colectiva, una catatonia general, que se instrumentaliza de manera perfecta a los fines de lograr el establecimiento del totalitarismo que no es otra cosa que la transferencia  de libertades y derechos individuales a quien se apodera del poder.

El objetivo de lograr la servidumbre perfecta y voluntaria de una sociedad que apoye los desmanes de un régimen que elimina poco a poco todo lo que la sociedad protege, la libertad propia y la de los seres más queridos, demanda al totalitario un trabajo cotidiano y continuo a diferentes niveles. La política arquitectónica se sustituye por una práctica teledirigida de política a distancia, que deforma la realidad ante millones y convierte a un manipulador que habría sido un magnifico payaso, en el centro del poder y de la vida de la sociedad, las sociedades arrodilladas al ignorar el plan concreto de dominación repiten sin cesar las frases panfletarias del régimen en un intento por debilitarlo, cuando en realidad lo refuerzan, calificando de vulgares e ignaros a los payasos en el poder, al desviar la atención de este plan perverso de dominación, y calificar de payasos a los dictadores con dotes histriónicas, la sociedad es presa fácil de dominación y puede incluso llegar a sentir proxémica con quienes los tiranizan, tejiéndose urdimbres complejas y oscuras de complicidad con los captores.

Este trabajo cotidiano contra el bien general, que es desarrollado desde la poltrona totalitaria, tiene una imagen contraria y esta se encuentra en el heroísmo cotidiano de tantos intelectuales contra la dictadura y la intoxicación ideológica que subyace en el proceso de vaciamiento de la palabra, en estos tiempos también saltan a la palestra las turbias complicidades de muchos o la culpable miopía del mundo ante el despotismo.

Estas encrucijadas de la vida reafirman el alegato, apasionado por demás, en contra del sofocamiento del individuo por la sociedad, intentar mantenernos indemnes en medio de las perversas pretensiones de quienes nos subyugan y someten a situaciones innominadas es el gran reto propuesto por Norman Manea, insiliarnos para impedir el abordaje de los paradigmas, mantener la lengua como patrimonio para fundar, conocer, transformar  y comunicar la realidad, la lengua limpia sin intoxicaciones y como herramienta de la verdad es absolutamente necesaria para impedir la toma de los paradigmas y con ello mantener la gnosis dispuesta para pensar con claridad frente al cíclope totalitario, ese terrible Polifemo antropófago que es la suma de mil y una violencias, la esencia de la mentira y el único ojo que ve, la única lengua que habla y la única verdad existente.

El reto estriba en vencer la mentira, esa que se usa como política de Estado, dejar de coquetear con los histrionismos de quienes ejercen el poder. Cada vez que hacemos popular o líquidamente viral las payasadas de nuestros crueles captores, reafirmamos su conducta y validamos su narrativa, en consecuencia, lo importante es advertir que el proceso de vaciamiento de la palabra es reversible. Este daño no desaparece por un proceso evolutivo general, sino por el esfuerzo de las minorías, por la imposición consciente por desechar toda palabra, modismo o conducta no verbal, es decir, imponer que el significado sea la consecuencia de la palabra y no al revés.

Estas líneas son una invitación a la coherencia y a la honestidad en el uso de las palabras, la valentía para negarse a usar el lenguaje de la opresión y del odio requiere de una posición ética ex ante al propio discurso y a la propia acción, las sociedades aplastadas por regímenes de corte gansteril y avieso, suelen transitar por dos distopías: la totalitaria y tenebrosa del horror descrito por Orwell, y la lúdica y nihilista descrita por Huxley. En un solo tránsito en medio de un entorno kafkiano pasamos del control distópico total a un nihilismo propio de las distopías de Huxley, en el cual el producto es un individuo que ha dejado de serlo, moldeable, manipulable e incluso vacío y nihilista; individuos que carecen de todo sentido moral, sin convicciones y movidos no por pragmatismos sino por intereses pecuniarios y crematísticos.

Entonces lo que Orwell temía, que eran aquellos que podían prohibir libros, Huxley temía que no hubiese razón alguna para prohibirlos debido a que nadie tendría interés en leerlos, Orwell temía que se nos privase de información, Huxley temía que el exceso de  información nos condenase a la pasividad y al egoísmo. Orwell temía que se nos ocultase la verdad, Huxley temía que la verdad fuese anegada de mentiras. Para Orwell era imprescindible advertir sobre el horror del control y para Huxley advertir sobre la levedad y la relatividad del mal.

Finalmente, la palabra ha sido vaciada en Venezuela, como lo fue en la Rumania de Manea, controlados por “payasos dictadores y artistas”, confirmamos que la historia es un ciclo sinuoso, a guisa de lo expresado por Giambattista Vico “corsi e recorsi”, perversiones de siempre, megalomanías cual taras históricas que se repiten desde la lejana Roma, en Calígula, Nerón y Heliogábalo, hasta los regímenes totalitarios de Ceaucescu en Rumania, la tiranía de los Castro y la subyugada Venezuela presa de la gansterilidad, de la mentira y la posverdad. La honestidad, decía Norman Manea, es el enemigo moral del totalitarismo y ser honestos pasa por no cohonestar actos de aproximación con la crueldad que destruye todo lo que las sociedades resguardan con celo, como la libertad, la pluralidad y la democracia, los dobleces morales de hoy, los actos que tras el descuido buscan probar lealtades con nuestros verdugos, en el futuro se convertirán en sentencias morales imposibles de ser minimizadas, calificando el peso de cada relato, de cada acto consciente de apoyo a estos feroces y brutales tiempos, así pues, como relata la Biblia en el libro de Daniel: Habrán sido pesados  en la balanza y hallados faltos de peso. El esfuerzo incansable de los intelectuales quienes aún nos resistimos a estos mustios tiempos es la demostración palmaria de la frase de Manea, la honestidad es el enemigo moral del totalitarismo.

¿Por qué continúas predicando si sabes que no puedes cambiar a los malvados?, le preguntaron a un rabino. ‘Para no cambiar yo’,  fue su respuesta”.
Norman Manea

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