La paciencia es un rasgo de personalidad prudente. Es la virtud de quienes sufren y toleran las contrariedades y adversidades con fortaleza. Sin embargo, como se suele decir coloquialmente, todo tiene su límite.

La paciencia, según profesionales de la psicología aporta calma y perspectiva cuando las cosas no salen como esperábamos, y es cuando la frustración se reduce y nos enfocamos en busca de posibles soluciones constructivas, para tomar mejores soluciones.

La paciencia no abunda en la política, ni en la economía, como tampoco en la empresa y en la vida privada. Empero un político no puede estar con los brazos cruzados, cuando la opinión pública pide que se haga algo, incluso cuando no hay nada que hacer, si las circunstancias así lo exigen, para cuyo fin es necesario utilizar correctamente los tiempos.

La paciencia no es una simple espera pasiva. No es sinónimo de pasividad, insensibilidad o indolencia. Tampoco es reactiva, ni pasiva, es proactiva y expectante a la vez. Tiene que ver con o como nos comportamos, y que actitud asumimos mientras esperamos.

La paciencia no es sólo la capacidad de esperar, sino la habilidad de mantener una buena actitud mientras esperamos, pues pone de manifiesto la capacidad de la persona de soportar estoicamente las situaciones que se le presente. En la palabra de Dios, la paciencia es la perseverancia hacia una meta, perseverancia ante las pruebas, o una expectante espera por el cumplimiento de una promesa.

Podemos inferir que la paciencia, es la actitud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades, para conseguir cuanto se propone con valerosa constancia, para oponerse al mal, y que a pesar de lo que sufra el ser humano, no se deja dominar por él.

La paciencia es una virtud que se relaciona con la fortaleza, e impide al hombre distanciarse de la recta razón iluminada por la fe, y sucumbir a las dificultades y tristezas.

El tiempo de Dios es perfecto, y apliquemos la paciencia que es una virtud clave, para conseguir lo que tanto deseamos, que no es otra cosa que el retorno de una auténtica y genuina democracia, y de todos los derechos que establece la carta magna, hoy vulnerada vilmente por quienes amparados bajo una revolución mal llamada bolivariana, mantienen desde hace 24 años al país, en la más cruenta y vil situación de desamparo social, político y económico, jamás vivida desde el nacimiento republicano.

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