La Margarita de hoy no es La otra isla, descrita maravillosamente por el amigo y escritor Francisco Suniaga; la de hoy se asemeja más a Casas muertas de Miguel Otero Silva, novela publicada en 1955, ambientada en Ortiz, un pueblo de los llanos centrales, abandonado a su suerte debido a las continuas muertes de sus pobladores por severas epidemias de paludismo y la migración de sus habitantes hacia las grandes ciudades y campos petroleros.

La vieja Margarita, la isla de las perlas, la de la jota, la malagueña y el polo margariteño; la de sus encantos naturales, a pesar de los motores económicos, de la economía productiva y de las recién “inventadas” Zonas Económicas Especiales, es otra isla que nada tiene que ver con la del reconocido autor.

Para infortunio de sus habitantes, la economía productiva no ha llegado a sus playas, las famosas ventas de empanadas en la plaza de Pampatar o al final o a la entrada de la Caracola, lugar de encuentro de los trotadores y caminantes en esa kilométrica playa que nada tiene que envidiar a la de Malibú en California.

Podemos recordar que en los años setenta, el gran impulso lo dieron a la economía margariteña el Puerto Libre y la Zona Franca, los cuales además de acabar con el contrabando, le dieron a la isla la oportunidad de crecer. El sector comercial se desarrolló en forma vertiginosa; le dieron paso a la Media Naranja y al Jumbo; a las avenidas 4 de Mayo y la Santiago Mariño; de ellas solo queda el recuerdo con sus santamarías abajo; y no se diga de los bulevares Guevara y Gómez en el centro de Porlamar. Pasearse por esos viejos recuerdos es como caminar por un cementerio de establecimientos comerciales quebrados por la nueva economía.

El sector turístico igualmente fue uno de los grandes beneficiados, la Margarita del Puerto Libre atrajo a turistas de todo el Caribe y del noreste del Brasil, de Manaos y Boa Vista, quienes preferían venir a disfrutar de nuestras playas que ir a Ipanema. Si ciertamente se hubiera querido desarrollar este sector, no se hubiera cancelado el Puerto de la Mar, hoy convertido en la sede de una universidad sin cátedras ni alumnos; en su lugar pudo haber sido un puerto en la ruta de todos los grandes buques turísticos venidos de Europa. Al final de esta historia, de la nave insignia de aquella época de oro de Margarita, el hotel Bella Vista, solo queda su bohío a la orilla de la piscina, comido por el sol ardiente y un estacionamiento vacío con cientos de habitaciones esperando los turistas por venir.

Con aquel auge, por supuesto, el sector de la construcción no se quedó atrás, muchos venezolanos se enorgullecían de tener un apartamento en Margarita, como un posible lugar de retiro al momento de su jubilación.

Esta triste fotografía, de lo que es hoy Margarita, se debe a que la isla no son los tres grandes centros comerciales recién construidos de unos pocos años para acá, ni los fastuosos maximercados mayameros con sus anaqueles llenos de productos importados del Medio Oriente, en donde se pueden encontrar potes y frascos con jugos tropicales venidos de Turquía, jaleas de Irán o leches de camello para su bebé; lo que sí es cierto es que en esa cesta de productos la oferta de “made in Venezuela” es muy poca, me atrevería a afirmar que no llega al 10%. Tan es así que la verde del águila y la famosa negrita del oso han sido desplazadas de los refrigeradores por las rubias venidas de afuera.

El modelo económico impuesto a la isla con sus 18 motores no ha arrancado y la Zona Económica Especial solo ha sido especial para unos extraños capitales e inversores en desmedro de los pequeños comerciantes nativos y de una población de escasos recursos. Difícilmente se puede demostrar que las inversiones realizadas en los últimos tiempos puede asegurar un retorno donde la gran mayoría de su fuerza de trabajo son jóvenes que sobreviven con un sueldo mínimo, empaquetando en esos maximercados o vendiendo nada en los centros comerciales, donde solo deambulan algunos turistas rusos vitrineando sin comprar nada.

Margarita no son esos centros comerciales. Margarita tiene un atractivo especial, pero imponerle el modelo comercial a Pampatar como si fuera Las Mercedes, La Castellana o Los Palos Grandes no es la solución, mejor devuélvanme la otra isla.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!