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El derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 en Chile debe ser recordado y preservado en la memoria colectiva de los pueblos latinoamericanos | GETTY IMAGES

El reciente éxito político del presidente de Chile, Gabriel Boric, es un paso importante en la consolidación de la democracia latinoamericana. La firma de la Declaración “Compromiso por la democracia, siempre” por parte de todos los expresidentes chilenos vivos es un hecho histórico que merece ser destacado.

En un acto de responsabilidad y compromiso con la democracia, los exmandatarios se comprometen a cuidar y defender la democracia, enfrentar los desafíos de la democracia con más democracia, hacer de la defensa de los derechos humanos un valor compartido y fortalecer los espacios de colaboración entre Estados.

Este compromiso es un ejemplo de unidad y responsabilidad política que debería ser imitado por otros líderes latinoamericanos. La democracia es un valor que debe ser cuidado y defendido por todos los ciudadanos y líderes políticos. La firma de esta declaración es un importante paso hacia una mayor consolidación de la democracia en Chile y en toda la región.

Esperamos que este ejemplo sea seguido por otros líderes políticos en América Latina, para que juntos podamos construir una sociedad más justa, más libre y más democrática. La memoria de todos aquellos que lucharon por la democracia en América Latina debe ser cuidada y defendida para que nunca más se repitan los horrores de la dictadura en nuestro continente.

Morir de amor

Por esas cosas del destino nací un 11 de septiembre. Y en mi cumpleaños dieciocho la infausta noticia del derrocamiento del gobierno y muerte de Salvador Allende, como era de esperarse de los jóvenes universitarios de entonces, me indignó.

Creo que uno o dos días después, esa misma indignación me llevó junto a centenares de compañeros en una emotiva marcha de brazos encadenados, desde la vieja casona del Instituto Pedagógico de Caracas, en El Paraíso, hasta la plaza El Venezolano, en el centro de la ciudad, a consignar nuestro testimonio de protesta por la barbarie militar dirigida por el dictador Augusto Pinochet que segó la vida de miles de ciudadanos del país austral.

Aquel día marché de ganchos junto con una joven profesora que nos gustábamos y sentí que era el joven protagonista de la novela de Pierre Duchesne Morir de amor, una historia romántica ambientada en el Mayo francés, que había leído en mi adolescencia durante una semana en casa de una tía muy querida y que había encontrado en la habitación de mi primo Carlos.

Puedo decir que aquel día, mientras marchábamos juntos, sentía que moría de amor por ella. La adrenalina de la protesta, la emoción de estar juntos en un acto de rebeldía y la belleza de su sonrisa me hacían sentir que todo era posible. Que podíamos cambiar el mundo con nuestro amor y nuestra lucha.

En esa historia, que esos mismos días vi en el cine, la profesora se enamora de su alumno pero ante la severa oposición de los padres, la intervención de la justicia, la incomprensión del ambiente, etc, la bella mujer acabará suicidándose. Afortunadamente, ese trágico final no fue el nuestro.

Hoy, muchos años después, sigo creyendo en esos valores. Sigo creyendo que el amor y la lucha por la libertad son las fuerzas más poderosas del universo.

Por ese Chile

Aquella jornada por Chile fue para mí una experiencia inolvidable. Un día en el que se mezclaron el romanticismo, el antimilitarismo y el antiautoritarismo en una explosión de emociones y sentimientos que me marcaron por siempre.

Gritamos consignas antiimperialistas, cantamos a Alí Primera y entonamos el «Gloria al Bravo Pueblo» con lágrimas en los ojos. Todo por ese Chile al que nos unía la historia y al que tanto debíamos.

Recordé a grandes hombres como el padre chileno José Cortés de Madariaga, cuya actuación el 19 de abril de 1810 marcó el inicio de la lucha por la independencia de Venezuela y toda América hispana.

También pensé en don Andrés Bello, quien tanto amó a Chile y le legó su primer Código Civil, además de su contribución como rector de la principal universidad del país.

Y no pude evitar recordar al inmenso Mariano Picón Salas, el escritor venezolano que tanto se incorporó a la realidad chilena y cuya labor intelectual fue reconocida por el propio Ricardo A. Latcham.

Pero también pensé en la Misión Chilena, llegada a Venezuela de la mano de Mariano Picón Salas para fundar el Pedagógico de Caracas en 1936, mi amada casa de estudios, hoy en ruinas. Fue un gesto noble y generoso que demostró la estrecha relación entre nuestros países y la importancia que ambos dábamos a la educación.

Por eso marchamos juntos aquel día, por ese Chile que nos unía en la lucha por la libertad y la justicia.

El ancla del futuro

Rememoro estos pasajes tan personales, unos; y del pretérito nacional, otros, porque como curioso de la historia no puedo pasar desapercibido el párrafo con el cual cierra, a propósito de los 50 años del oprobio fascista, la Declaración citada: “Cuidemos la memoria, porque es el ancla del futuro democrático que demandan nuestros pueblos.”

La memoria es un tesoro que debemos cuidar con esmero, pues es el legado de nuestros antepasados y el cimiento sobre el cual se construye nuestra identidad como pueblo. Es por ello que el derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 en Chile debe ser recordado y preservado en la memoria colectiva de los pueblos latinoamericanos.

Allende fue el primer presidente socialista elegido democráticamente en América Latina, y su gobierno, más allá de sus crasos errores, representó una esperanza para aquellos que anhelábamos un cambio en la estructura política y económica de nuestros países.

Sin embargo, su mandato fue interrumpido abruptamente por un golpe de Estado liderado por el general Augusto Pinochet, quien contó con el apoyo de Estados Unidos. Este hecho trágico tuvo consecuencias devastadoras para Chile y para toda la región.

El gobierno de Pinochet instauró una dictadura que se caracterizó por la violación sistemática de los derechos humanos, la represión política y la persecución de los opositores al régimen. Miles de personas fueron detenidas, torturadas y asesinadas, y muchas más tuvieron que exiliarse para salvar sus vidas.

La memoria de aquellos días oscuros debe ser preservada para que nunca se repita una tragedia similar en nuestra región. Debemos recordar a los valientes hombres y mujeres que lucharon por la libertad y la justicia en Chile, y honrar su legado manteniendo viva la llama de la democracia y la solidaridad entre nuestros pueblos.

La Declaración citada tiene razón al afirmar que la memoria es el ancla del futuro democrático que demandan nuestros pueblos. Debemos aprender de nuestro pasado para construir un futuro mejor, más justo y más humano. Y debemos hacerlo juntos, unidos en la lucha por la libertad y la dignidad de todos los seres humanos.

Cuidemos la memoria

La memoria es un tesoro invaluable que debemos cuidar con celo, pues en ella se encuentra la historia de nuestros pueblos y sus luchas por la libertad y la justicia. En el caso de Chile, la dictadura de Pinochet dejó cicatrices profundas en el alma de su gente, pero también sembró la semilla de la resistencia y la lucha por la recuperación de la democracia.

Los chilenos no perdieron la esperanza a pesar de la violencia y la represión, y continuaron luchando por sus derechos y su dignidad como seres humanos. La memoria de aquellos días oscuros debe ser preservada para que nunca se olvide el sacrificio de aquellos valientes hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad y la justicia en Chile.

La Declaración citada tiene razón al afirmar que la memoria es el ancla del futuro democrático que demandan nuestros pueblos. Debemos aprender de nuestro pasado para construir un futuro mejor, más justo y más humano. Y debemos hacerlo juntos, unidos en la lucha por la libertad y la dignidad de todos los seres humanos.

El derrocamiento de Allende es una herida abierta en la historia de América Latina, pero es también una oportunidad para aprender de los errores y luchar por una sociedad más libre, más justa y más democrática.

La memoria es un legado invaluable que debemos transmitir a las generaciones futuras, para que nunca olviden las lecciones de nuestra historia y sepan valorar los derechos y las libertades que hoy disfrutamos. Cuidar la memoria es una tarea urgente y necesaria, para que nunca más se repitan los horrores de la dictadura en nuestro continente.


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