Cipriano Castro

A principios de 1897, un viejo compañero de Cipriano Castro en el Congreso, Domingo Antonio Olavarría, lo señaló en un documento público «como un buen candidato para reemplazar al general Joaquín Crespo en el proceso eleccionario que debería efectuarse a fines del citado año» (21) con el apoyo del Partido Liberal Amarillo.

El caudillo tachirense no pudo resistir la tentación del poder y aceptó de manera impetuosa la comprometedora propuesta de Olavarría. Sin embargo, el lanzamiento no fue tomado en serio por muchos políticos, a quienes «causó más bien hilaridad. La insinuación de Olavarría se tomó como un acto humorístico, y la aceptación de Castro fue vista como un rasgo de su pretensión y petulancia» (22).

La indiferencia de Crespo hacia el líder tachirense cuando intentaba visitarlo un par de años antes, fue recordada por los políticos caraqueños como muestra de su escaso valor político para el caudillo guariqueño, quienes habían puesto en boca del General la perorata expresión de que «Castro es un indio que por su pretensión no cabe en el cuerito».

A su aspiración presidencial, Crespo le respondió de manera determinante e irónica: «que para el consejo era demasiado tarde y para la amenaza demasiado temprano» (23).

La guerra es la respuesta 

La historia de esos días está llena de intrigas políticas y alianzas cambiantes. En 1898, el doctor Santiago Briceño logra una entrevista entre Cipriano Castro y el presidente Ignacio Andrade, pero la reunión no da frutos. Sin embargo, la visita de Castro a Caracas le permite reunirse con un grupo de adversarios de Andrade en casa del General Ramón Ayala.

Entre los presentes se encuentran los doctores Raimundo Andueza Palacio, Juan Pietri, Carlos Urrutia, Carlos Alberto Urbaneja, José María Ortega Martínez y los generales Francisco Tosta García, Manuel Modesto Gallegos y Neftalí Urdaneta, en contacto con los generales José Ignacio Pulido exilado en Curazao y Ramón Guerra. Juntos, le proponen a Castro organizar una nueva rebelión contra Andrade.

El asalto sorpresivo y a mano armada por el gobierno de Andrade de las elecciones estadales, además de la burda manipulación al enviar la convocatoria electoral el mismo día de su realización a los distintos pueblos del estado Táchira, en horas de la tarde y de la noche, para no dar tiempo a nada a sus adversarios, dieron un nuevo argumento político para el alzamiento.

Así, «burlada, pues, una vez más -relata el expresidente Eleazar López Contreras- la esperanza de las mayorías andinas de alcanzar un proceso cívico donde el secreto del voto aseguraba el triunfo, solo quedaba el recurso de ocurrir al duro y tremendo expediente de la guerra. Esta situación fue planteada entre elementos representativos de los partidos rangelistas y castristas, dando por resultado reanudar conversaciones y propósitos, alentados por la farsa del gobierno de Crespo en las elecciones para hacer a Andrade Presidente de la República» (24).

El trágico suceso de la Mata Carmelera, animó en Cipriano Castro unas palabras a sus más íntimos que el historiador Ramón J. Velázquez salva del olvido: «Muerto Crespo no hay a quien temer» (25).

Con su invasión de «los sesenta», Castro avanzó a marchas forzadas hacia Caracas con la idea fija de acampar a la sombra del Capitolio Federal. Ante su campaña militar victoriosa, muchos políticos que antes rieron de él «se espantaron cuando lo vieron aparecer con sus huestes andinas en las llanuras de Carabobo»(26).

El presidente Ignacio Andrade pone los pies en polvorosa y marcha al exilio. Antiguos prohombres del guzmancismo y el crespismo  rodean al caudillo andino: Francisco González Guinand, Francisco Tosta García, Arnaldo Morales, Juan Pablo Rojas Paul, entre otros.

Una vez en el poder, Castro se ufana de ser «el salvador de la unidad liberal» y da inicio a una nueva tiranía que hace retroceder la práctica electoral. La historia de Venezuela sigue siendo una lucha constante por el poder y la libertad.

Constituyente a la medida

La política está marcada por el poder y la lucha constante por la libertad. En 1901, el dictador Cipriano Castro convocó a una Asamblea Constituyente para dar una organización constitucional a la República. Sin embargo, como en el pasado, esta Constituyente fue un organismo subalterno integrado por diputados nombrados desde la Presidencia de Estado.

El sistema electoral prácticamente desapareció ante la imposición de un fuerte poder central que se daba legitimidad con farsas sistemáticamente calculadas. «Ahora no se practicarán ni los simulacros electorales de Crespo . Desde 1901 y durante 35 años, cada cuatro o siete años, según el lapso de tiempo que señalen las leyes vigentes, los Jefes Civiles de las parroquias y de los Distritos llenan meticulosamente los registros electorales y nombran Juntas Electorales que van a escrutar unos misteriosos votos. Nadie sabe a qué horas ni quiénes concurrieron a las urnas. Pero allí están los votos que son cuidadosamente contados, vueltos a contar, registrados en libros pulcramente llevados. Luego los elegidos bien sea el Presidente de la República, los Presidentes de los Estados, los Diputados, Senadores o Concejales, reciben su credencial» (27).

La Constitución de 1901 estableció el derecho de sufragio solo para los venezolanos varones mayores de veintiún años, «con excepción de los que estén sometidos a interdicción declarada por sentencia ejecutoria» (28). Pero en el mismo documento se burla ese derecho al establecer que «los Concejos Municipales de cada Estado votarán para Presidente, primer Vicepresidente y segundo Vicepresidente de la República, declarando como voto del Distrito el de la mayoría absoluta de sus miembros. El resultado de la votación se remitirá a la Asamblea Legislativa del Estado» (29).

El periodo presidencial será de seis años correspondiendo el escrutinio de los votos regionales a las Asambleas Legislativas de los Estados, el escrutinio general corresponde al Senado y la proclamación del candidato victorioso la hacen las Cámaras reunidas en Congreso. La historia sigue siendo una lucha constante por el poder y la libertad, y la práctica electoral sigue siendo una asignatura pendiente en la consolidación de la democracia en el país.

«El designado de los pueblos»

La vieja historia de la farsa electoral se repite una y otra vez. En el año 1902, las Municipalidades de Venezuela ejercieron su derecho a elegir al Presidente de la República por primera vez. Pero esta elección no fue más que un teatro para revestir de legalidad al déspota que ya había sido designado de antemano: el general Cipriano Castro para el periodo 1902-1908.

Este hombre, que se autoproclamaba como «el designado de los pueblos para presidir sus destinos» (30), llegó al Congreso con la promesa de Ley en la mano. Pero su elección no fue más que una burla del derecho al sufragio, ya que había sido previamente acordada por unanimidad.

La flamante Constitución de 1901, producto del «Pacto del perfecto Estado liberal», no duró mucho tiempo. En 1904, el Congreso Nacional se convirtió automáticamente en Congreso Constituyente para producir una nueva carta magna. ¿La razón? Los deseos del régulo de reanudar y alargar su período presidencial, a pesar de que la reelección inmediata estaba prohibida por ley.

La nueva Ley Fundamental de 1904 estableció que «los venezolanos mayores de veintiún años eran electores y elegibles, siempre y cuando cumplieran con .las condiciones expresadas en la Constitución y en las leyes» (31). Pero esta ley también incluyó una variante: para la elección del presidente de los Estados Unidos de Venezuela, se estableció ¿un Cuerpo Electoral compuesto por catorce miembros del Congreso Nacional» (32)

Una burla del derecho al sufragio que solo sirve para revestir de legalidad a los déspotas que buscan perpetuarse en el poder. Una triste realidad que ha marcado la historia democrática de este país.

Entre la sumisión y la irreverencia electoral

El 5 de junio de 1905, el Cuerpo Electoral se reunió para elegir al presidente de la República para el período 1905-1911 en un grotesco espectáculo de sumisión. Uno a uno, los miembros del cuerpo dieron su voto por el general Cipriano Castro, en una burla del derecho al sufragio.

El relato de lo sucedido es vergonzoso. «Rojas Paúl que no ha podido asistir envía su voto por escrito. Celestino Peraza dice que ‘en Secretaría reposa un lujoso álbum de firmas de los elementos más distinguidos del país, los cuales piden la elección del general Cipriano Castro para la Presidencia. Todas las Municipalidades y todas las Asambleas Legislativas se han pronunciado en igual sentido’, concluye Peraza. El general Asunción Rodríguez dice que ‘expresado como está el sentimiento público en tan lujosas manifestaciones doy mi voto por el general Castro para Presidente’. El doctor Revenga, dice: ‘En mi carácter de representante del heroico pueblo venezolano doy mi voto por el general Castro. El doctor Luciano Mendible pronuncia un largo ditirambo. El doctor López Baralt afirma que su voto ‘vale por tres: el del venezolano, el del zuliano y el del castrista'» (33)

Por último, el doctor Revenga propone que todos vayan a participarle a Castro su elección. El Presidente afirma que su proclamación ‘es insólita, espontánea decisión del pueblo venezolano. Soy el director escogido, soy el responsable de la suerte y del porvenir de la patria’, les dice. Todos aplauden» (34).

En 1907, cuando se habló que correspondían la elección de Presidentes de estados, José Rafael Pocaterra y Salvador Carvallo Arévalo que tenían en Valencia un periódico llamado «Caín» lanzaron una lista de candidatos en la cual aparecían los nombres de de los políticos perseguidos.

Pero el gobierno nacional lanzó sus propios candidatos, y aquellos que se atrevieron a desafiar al régimen pagaron con su libertad la irreverencia de su aventura electoral. Un día después «el tren los conducía a Puerto Cabello. Del Castillo Libertador los trasladaron luego al de la Barra».

Cambio sin traumas

El golpe de Estado de Juan Vicente Gómez contra su compadre Cipriano Castro en diciembre de 1908 marcó el fin de las ilusiones del castrismo. La repugnante anuencia de la clase política que rodeaba al jefe de la «Causa de Diciembre» dejó en claro que la democracia era solo una farsa, una ilusión que se desvanecía ante el poder del régimen.

Los mismos congresantes que se habían arrojado a los pies de Castro ahora se postraban sin solución de continuidad ante Gómez, sin importar las razones de su acción. Para ellos, era algo natural que Gómez asumiera la presidencia en sustitución de Castro, sin importar que esto significara una ruptura del hilo constitucional.

El órgano legislativo acometió la reforma constitucional, reduciendo el periodo constitucional a cuatro años, eliminando el «Cuerpo Electoral» y encomendando al Congreso Nacional la elección del Presidente. Todo esto fue justificado por la necesidad de establecer un periodo provisional hasta 1910, pero en realidad, todo estaba diseñado para designar a Gómez como Presidente Provisional y luego elegirlo para el periodo 1910-1914. «Esta es la única aspiración de los ciudadanos» (35), dice uno de los oradores y el resto de los congregantes aplauden ardorosamente.

En medio de todo esto, los días del Centenario del 19 de abril se celebraban con vistosos desfiles y la llegada de numerosas delegaciones extranjeras. «La prensa se permite criticar la gestiones de la administración pública. Hay el intento de fundar un partido moderno los viejos grupos liberales y nacionalistas quieren, cada uno por su lado, definir en su favor al silencioso Presidente» (36). Pero todo esto era solo una ilusión, una farsa que se desvanecería ante el poder del régimen. Así es la política en Venezuela, siempre en constante cambio y adaptación al destino que se les presenta.

Impertinencias y provisionalidad 

Se aproxima el año de 1914. Nadie habla de los comicios para el período presidencial 1914-1918. La política en Venezuela estaba marcada por la ambición de poder del General Juan Vicente Gómez, quien buscaba perpetuarse en el gobierno a cualquier costo. La candidatura del doctor Félix Montes fue lanzada por el impertinente Don Rafael Arévalo González desde las columnas de «El Pregonero», pero «La respuesta no tarda. Arévalo va a La Rotunda y Montes escapa al exterior después de vivir durante semanas saltando de escondite en escondite»(37).

Gómez no podía presentarse a las elecciones debido a la prohibición de la reelección inmediata, pero con astucia y maquinaciones políticas, inventó una invasión liderada por su antecesor, Cipriano Castro, para suspender el proceso electoral en curso.

El 29 de julio Gómez anuncia al país que José Gil Fortoul se ha encargado de la Presidencia de la República y que él sale de campaña pues el orden público está alterado. (…). «Se suspenden las garantías. Gómez con su ejército se establece en Maracay. El conflicto entre la pauta constitucional y el deseo personal está resuelto» (38).

Siguen las maniobras políticas. El 10 de enero de 1915 el presidente del estado Yaracuy se dirige a Gil Fortoul para decirle que «estando alterado el orden público no habían podido efectuarse las elecciones de concejales, ni de diputados a las Asambleas por lo que no pueden renovarse los poderes el día en que expidan los mandatos constitucionales y que por tanto se deben tomar medidas oportunas. Gil Fortoul le responde que el Ejecutivo Federal obedece y acata la decisión de los Estados y que no intervendrá para solucionar el problema pues es un celoso defensor de la autonomía de la rama municipal del Poder Público»(39).

La trama se va desenvolviendo sin tropiezos. A pedir de boca. Las maniobras políticas continuaron y los presidentes de Estado organizaron las elecciones de Municipalidades y Asambleas de Plenipotenciarios que renovaron el tren de funcionarios locales y nombraron a su vez Plenipotenciarios del Estado a un Congreso de Diputados Plenipotenciarios de los Estados Soberanos que se reuniría en Caracas.

Finalmente, el 19 de abril se dictó un Estatuto Constitucional Provisorio (40) para dar cabida a un presidente títere, el doctor Victorino Márquez Bustillos, a quien se designó como presidente provisional con el general Gómez como comandante en jefe del Ejército, que ejercería hasta su último aliento, independientemente de si ocupaba o no el puesto de presidente de la República. Estas decisiones dejaban como letra muerta el Artículo 8.- Son electores y elegibles los venezolanos mayores de veintiún años» (41).

Dos meses después se aprobó la reforma constitucional que establecía el periodo constitucional de siete años, con la posibilidad de ser reelegido, lo que le permitiría a Gómez gobernar hasta 1922 y se dejó en manos del Congreso su elección. El Congreso designó a Gómez como Presidente Constitucional cumpliendo con el artículo 74 de la nueva Carta, consolidando así su poder y su dictadura en Venezuela.

Pero la disposición transitoria del Artículo 137 establecía que «el presidente provisional de la República, los vicepresidentes, los vocales de la Corte Federal y de Casación y el Procurador General de la Nación ejercerán sus funciones hasta que tomen posesión de sus puestos los nuevos funcionarios constitucionales, según la cual el presidente provisional permanecería en el ejercicio de su cargo hasta que tomara posesión el funcionario constitucional, sin fijar plazo alguno» (42). Un juego perverso que encubría la patraña para justificar un pelele.

El doctor Pedro Manuel Arcaya, Ministro del Interior, comunicó a los Presidentes de Estado la noticia del nombramiento de Gómez. «‘Los pueblos de Sucre celebran con delirio la fausta nueva’ le respondió Silverio González desde Cumaná. Eustoquio Gómez desde Táchira le contestó: ‘La decisión del Congreso indica que si toma en cuenta los reclamos de la opinión pública’. El general José Antonio Baldó desde Guanare fue más efusivo y extenso al relatar: ‘La fausta nueva se extendió a poco por todo Guanare. Se reunió en torno mío toda la ciudadanía sin distinción de matices y en medio de armonías musicales y fraternales armonías del espíritu nos entregamos hasta avanzadas horas de la noche a ruidosas y sentidas manifestaciones de alegría'» (43). Pero el Interinato de Márquez Bustillos duró siete años, bajo el consentimiento de Gómez, que ostentaba el verdadero poder.

Dinastía fallida

En el año de 1921, el Benemérito, ya en sus 64 años, comenzó a sentir los estragos de una vida marcada por los «amores ancilares» y el precio infeccioso que estos conllevan. La molestia en su próstata se hacía cada vez más angustiosa, al punto de hacerle pensar en su propia muerte y en el futuro de su régimen.

Fue entonces que, en un intento por asegurar la continuidad del poder, La reforma constitucional de 1922 creará así dos vicepresidencias que ocuparán su hermano y su hijo: el régimen de Gomez, ya despótico, se volverá dinástico.» (44).

Sin embargo, el asesinato en 1923 de su hermano y primer vicepresidente de la República, «el General Juancho», y la posible traición de su hijo «Vicentico» en 1928, acabaron con esa idea.

La reforma constitucional de 1928 puso fin a las vicepresidencias y Gómez volvió a tener un poder incompartido. Pero antes de eso, la reforma de 1925 estableció que el asiento del Poder Ejecutivo estaría donde se encontrara el presidente de la República, lo que permitió a Gómez gobernar desde Maracay, aunque Caracas continuara siendo la capital.

Esta reforma constitucional reforzó «hasta el extremo límite la centralización, aunque formalmente se mantuvo la forma federal» (45). Además, se estableció que los funcionarios regionales podrían ser nombrados por el Ejecutivo y se creó «el situado constitucional como un aporte anual del poder central a los Estados de la Unión» (46).

La Constitución seguía siendo un traje a la medida de Gómez. «Las siguientes reformas, especialmente las de 1929 y 1931, se hicieron para unir o separar la condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y presidente de la República según el interés o el capricho del Benemérito» (47). En definitiva, estas reformas consolidaron el régimen despótico de Gómez y su búsqueda constante de poder absoluto.

Tiranía pura y dura

La reelección y la sumisión enterraron la alternativa electoral en Venezuela. Las maniobras políticas tenían un solo objetivo: mantener al Benemérito en el poder. La Constitución de 1914 permitía la elección del mandatario en manos del Congreso y lo más importante para Gómez, permitía la reelección. La tiranía se había consumado.

Aunque teóricamente los diputados eran elegidos por votación popular directa y secreta, todo el mundo sabía que los seleccionados para esos puestos de representación serían los que estuvieran en las listas que Gómez enviara a tales efectos. Desde entonces, en Venezuela se realizarían comicios periódicos sin ningún contenido cívico real, en los que se escogían para todos los cargos electivos a aquellas personas que el Benemérito decidiera. Los cargos de presidente y vicepresidente los manejaba el general en la forma y al ritmo que le indicara lo que él mismo considerara que más le convenía.

La oposición a Gómez ensayaría variadas conspiraciones e intentonas de golpe, pero la alternativa electoral estaba por completo descartada. Por imposible. La última vez que se habló de elecciones fue en 1914, cuando aún se pensaba que iba a haber elecciones. Pero para los 20 años siguientes, la oposición a Gómez apostaría por otras vías para derrocarlo, ante una profunda falta de democracia y libertades civiles.

Venezuela se convirtió en un país gobernado por un hombre que se perpetuó en el poder durante más de 27 años, y cuyo legado político aún resuena en la historia del país. El país quedaría sumido en una dictadura que tardaría décadas en ser superada.

Notas bibliográficas 

21.- Eleazar López Contreras, El Presidente Cipriano Castro, T. I., p. 173

22.- Ibídem, p.174

23.- Idem

24.- Ibídem, T. II pp. 188-189

25.- Ramón J. Velázquez, Op. Cit., p. 203

26.- Eleazar López Contreras, Op. Cit. T. I., p. 175

27.- Ramón J. Velázquez, Op. Cit., p. 204

28.- Constitución de los Estados Unidos de Venezuela de 1901

29.- Idem

30.- Ramón J. Velázquez, Op. Cit., p. 205

31.- Constitución de los Estados Unidos de Venezuela de 1904

32.- Idem

33.- Ramón J. Velázquez, Op. Cit., pp. 205-206

34.- Ibídem, p. 206

35.- Ibídem, p. 207

36.- Ibídem, pp. 207-208

37.- Ibídem, pp. 209

38.- Idem

39.- Idem

40.- Estatuto Constitucional Provisorio 1914. Artículo 27: «Todo lo relativo a la Administración General de la Unión que no esté atribuido a otra autoridad por este Estatuto, es de la competencia del Poder Ejecutivo Federal, y éste se ejerce por un Magistrado que se llamará Presidente Provisional de la República, en unión de los Ministros del Despacho, que son sus órganos en todas las atribuciones que este Estatuto le confiere» (40).

41.- Idem

42.- Constitución de los Estados Unidos de Venezuela de 1914

43.- Ramón J. Velázquez, Op. Cit., p. 209

44.- Manuel Caballero, Historia de los venezolanos en el siglo XX, p. 64

45.- Ibídem, pp. 64-65

46.- Ibídem, p. 65

47.- Idem

 


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