El 19 de Abril de 1810, la hasta entonces provincia de Venezuela se sumergió en una revolución que cambiaría el curso de su historia. Para siempre.

La acción de la Junta Suprema de Caracas – constituida en gobierno de facto por los patricios ejecutores del audaz acto revolucionario – marcó ese día como «fecha fundacional de la independencia de Venezuela» (1).

El grito independentista de aquel «Jueves Santo» fue un gesto decisivo. Se escuchó cargado de significaciones que, pese a sus avatares, marcaron el comienzo de la accidentada ruta electoral del país.

El voto es el camino que Venezuela transitó desde su nacimiento, en el cual siempre ha creído, lo ha perfeccionado, le ha servido para legitimar su existencia y hoy, más que nunca, debe ejercer para recuperar la democracia.

Sería, pues, la primera expresión de «la larga marcha hacia la democracia», como diría el historiador Germán Carrera Damas (2).

El sorpresivo y rústico civismo de Vicente Emparan en su consulta al pueblo sobre si quería o no su permanencia en el mando, así como la astucia del sacerdote José Cortés de Madariaga, quien lo orienta a decir «NO», abrieron un cauce suficiente para que se expresara la voluntad popular en un tumulto asambleario.

De esta forma, los ciudadanos agolpados en la Plaza Mayor de Caracas dieron una contundente respuesta en lo que se transformó en el trance simbólico primigenio de la nacionalidad republicana y democrática.

Con votos tumultuarios, se deshizo la farsa de que entre el pueblo y Dios había un Rey al que se debía obediencia.

Al grito de «No, no queremos, no queremos», emergió la  respuesta a ese Emparan que representaba al monarca Fernando VII, caído en desgracia con la invasión napoleónica al reino de España.

El voto fue el instrumento

Aunque restringidos, se dieron los primeros pasos democráticos al decidir consultar vía el sufragio la elección de «las personas que por probidad, luces y patriotismo» el pueblo creyó dignas de la confianza para esbozar los cimientos de la naciente República como arquitectura institucional de la nación.

Ese llamado al voto para elegir la Constituyente de 1811, no puede decirse que fue a todos, no pocas fueron las excepciones que incluían a «las mujeres, los menores de veinticinco años a menos que estuviesen casados y velados, los dementes, los sordomudos, los que tuviesen causa criminal abierta, los fallidos, los deudores a caudales públicos, los extranjeros, los transeúntes»

También fueron apartados «los vagos públicos y notorios, los que hubiesen sufrido pena corporal aflictiva o infamatoria, y todos los que no tuviesen casa abierta o poblada; esto es, que viviesen en la de otro vecino particular a su salario y a expensas o en actual servicio suyo a menos que, según la opinión común del vecindario, fuesen propietarios por lo menos de dos mil pesos en bienes, muebles o raíces libres» (3).

El sufragio inició el tránsito hacia la independencia iluminando el camino como fuente de legitimidad y legalidad.

Se aseguró el respaldo social a una inmensa obra civil en la que los patricios electos – incluidos los que tenían grado militar como Francisco Miranda o el Marquez del Toro – reunidos a partir del 2 de marzo de 1811 comenzaron a expresar el ideario institucional que le dio tamaño a la esperanza de los venezolanos en la gesta civilista del Acta de Independencia del 5 de julio y la Constitución de 1811.

La inspiración civil en el sufragio, fuente de legitimidad de los orígenes de Venezuela, le puso aroma democrático al futuro.

La imperfección de esas elecciones no impidió al voto mantenerse durante la deriva de la guerra de independencia, persistir pese al hundimieto de la primera República, y más allá.

De hecho, podemos verlo como una constante histórica que se ha sostenida por más de doscientos años.

Tras el fracaso de la primera y la segunda República, Simón Bolívar, trató de restablecer los cánones institucionales en el Congreso de Angostura en 1819 con representantes bajo títulos electivos.

El sufragio se mantuvo incluso cuando se estableció el Congreso Constituyente de Cúcuta el 6 de mayo de 1821.

Elección censitaria

La naturaleza censitaria de las elecciones era congruente con el sistema social de la esclavitud y las diferencias económicas «como elementos definidores de la ciudadanía».

Pero al mismo tiempo era producto del pensamiento liberal europeo dominante en la primera mitad del siglo XIX, más que de presuntos prejuicios heredados de una cultura colonial.

El paradigma liberal pregonaba que «solamente la persona con propiedades y rentas seguras, era capaz de participar racionalmente, sin estar sometido a la presión personal de una dependencia que pudiese afectar la libertad de su juicio y acción política; la propiedad, además permite la seguridad de disponer del tiempo necesario y libre para dedicarse a cultivar la capacidad de pensamiento autónomo, con una base de ilustración que la respalde cualitativamente» (4)

Benjamin Constant, pensador y político liberal, citado por el historiador Alberto Navas, afirmaba que «… sólo la propiedad asegura el ocio necesario (…) sólo ella capacita al hombre para el ejercicio de los derechos políticos» (5)

Entre 1830 y 1857 se convocaron siete procesos comiciales, con sus altibajos por su cuestionable pulcritud. “Las votaciones están diseñadas de modo escalonado y cada escalón pone requisitos más exigentes para acceder a él, de modo que solo alrededor del 10% de la población puede participar en el nivel más básico, y los venezolanos que alcanzan el escalón donde se escoge el presidente apenas llegan a 0,3% de los habitantes del país» (6).

Los estrechos márgenes para el ejercicio del sufragio no impidieron que ese tipo de elecciones se convirtiera en «la forma habitual de designar a los gobernantes venezolanos de ese siglo y, en particular, al presidente de la República. Fueron pocos quienes llegaron a tal cargo como producto de guerras, golpes o revoluciones, y sólo en dos ocasiones —los casos de Julián Castro y de la dictadura de José Antonio Páez—, esos accesos no terminaron refrendados por posteriores elecciones que los legitimaran» (7).

El sistema electoral establecido a partir de 1830 – fecha en la que se retorna a la certidumbre de vivir en las fronteras primitivas de la República de Venezuela – que fundaba la calidad cívica en la riqueza y la capacidad intelectual, permitió el libre juego de las candidaturas presidenciales.

Fue el mecanismo que le dio fuente de legitimidad al poder político. El orden político caudillista no fue un poder absoluto, requería de elecciones

Ese voto restringido permitió que caudillos como Páez, Soublette o los Monagas pudieran llegar al poder y ejercerlo con legitimidad.

Pero también ese mismo voto le impidió llegar al poder en  una ocasión al propio Páez, en dos al general José Tadeo  Monagas y nunca favoreció el sueño presidencial del prestigioso «libertador de Oriente», general Santiago Mariño.

De igual modo, las elecciones tampoco fueron exclusiva fuente de poder de los caudillos militares que lo ejercían reivindicando su épica independentista.

La ruta electoral dio espacio para civiles como José María Vargas e incluso para la resonante aspiración de Antonio Leocadio Guzmán en 1846, que derivó en un enfrentamiento sangriento.

Primeras maniobras electorales

El cuidado puesto por la Constituyente de 1830 para concebir un sistema electoral que fuera lo más imparcial posible no podía impedir que la política se ejerciera a plenitud con todos sus vicios y manipulaciones.

En la elección de 1834 aparecieron denuncias de presunto fraude por maniobras electorales con espacio en el proceso que produjeron enfrentamientos, en esa ocasión el general Santiago Mariño se convirtió en el principal adversario a eliminar por parte de sus contendientes: el doctor José María Vargas y el general Carlos Soublette.

Así, cuando el Congreso procedió a perfeccionar la elección hecha por los colegios electorales de las provincias, sobre la base de los tres candidatos más favorecidos, en las primeras rondas algunos partidarios de Vargas, en clara maniobra política, votaron por Soublette, quedando el «imbatible» Mariño descartado y sumido junto a sus partidarios en un hondo resentimiento pronosticando terribles conflictos para el país.

En su discurso de toma de posesión de la Presidencia, Vargas dijo: «La voluntad popular constitucionalmente expresada me ha llamado a dirigir vuestros destinos (…)».

Los mariñistas repicarían en el Manifiesto de los reformistas (Revolución de las Reformas) que «El Congreso del presente año, violando expresamente el artículo 47 de la Constitución anuló la elección de Representantes y Senadores de la Provincia de Cumaná, con escandaloso despojo de la parte que le cabía en la Representación Nacional. De este modo fue que el doctor José María Vargas se elevó a la primera magistratura, con vilipendio y baldón de otros candidatos, ilustres por su valor y por sus distinguidos servicios a la causa patriótica». (8)

Votos y balas

La convocatoria de 1838-1839 fue prácticamente una aclamación para el general José Antonio Páez, quien gozaba del privilegio de la leyenda como la «primera lanza» de Venezuela. «En octubre, al reunirse el colegio electoral de Caracas, de los 60 electores 59 votaron por él. Y el 26 de enero de 1839, al practicar el Congreso los escrutinios, de los 222 votos sufragados 212 fueron suyos» (9)

Vuelve Páez a la presidencia de la República pero las circunstancias son difíciles: enfrenta la terrible crisis económicas de 1843 debido al descenso en los precios de los productos de exportación de Venezuela, escasea el circulante, los agricultores se han endeudado más allá de sus posibilidades y no pueden ahora cumplir sus compromisos por los efectos de la usura legalizada por la Ley de libertad de contratos o Ley del 10 de abril de 1834, condenada con severidad y argumentos por Fermín Toro en sus «Reflexiones sobre la Ley del 10 de abril de 1834».

Además, le toca atender la convulsa convocatoria electoral de 1846 que deviene en el alzamiento de Ezequiel Zamora y el «indio» Francisco Rangel a favor de los liberales que aupaban la candidatura de Antonio Leocadio Guzmán.

La violencia se agudizó en las convocatorias de 1852  y la de 1857 que ha sido considerada la más escandalosa. No obstante, en general todas esas elecciones son creíbles y los resultados son reconocidos como legítimos por la mayoría. Las normas establecidas se siguen en la medida de lo posible, y hay una competencia real entre opciones políticas con diferencias doctrinarias y políticas.

Lamentablemente, las constituciones venezolanas, que fueron muchas, “servían para todo”, expresión atribuida a Diego Bautista Urbaneja dada a José Tadeo Monagas para justificar el uso perverso del poder de la fuerza, en el día de su asalto al Congreso Nacional el 24 de enero de 1848.

En este oscuro capítulo de nuestra historia en el que el «ocaso del civilismo parece encontrar su escena en la sustracción de Juan Vicente González tras el llamado fusilamiento del Congreso, en su pusilanimidad al reaparecer como secretario de una Cámara de Diputados teñida en sangre, el escritor incisivo y fulminante se torna en amanuense de la iniquidad, aún cuando aquella asamblea representara los intereses de una aristocracia» (10).

A pesar de los conflictos, todo el período de 1830 a 1857 fue relativamente «limpio» en relación con situaciones posteriores, pese a que la Constitución de 1857 establece por vez primera el sufragio universal de los varones mayores de 21 años, y elimina los requisitos de propiedad o saber leer y escribir.

Situación que no variará en lo que resta del siglo. Pero sí se modificarán los cargos que pueden elegir esos votantes: desde concejales hasta presidente, en algunos trechos; en otros, solo concejales y legisladores provinciales.

Notas bibliográficas 

1.- Carole Leal Curiel, El 19 de Abril de 1810: la ‘mascarada de Fernando’ como fecha fundacional de la independencia de Venezuela

2.- Germán Carrera Damas, «La larga marcha hacia la democracia» en Comprensión de nuestra democracia

3.- Mario Briceño Iragorry, El 30 de noviembre de 1952, p. 23

4.- Alberto Navas, Las elecciones presidenciales en Venezuela del siglo XIX. 1830-1854, pp. 83-84

5.- Ibídem, p. 84

6.- Diego Bautista Urbaneja, La cultura electoral del venezolano

7.- Idem

8.-Presidencia de la República, Documentos que hicieron historia, T. I., pp.404-405

9.- Manuel Vicente Magallanes, Tiempos de Páez, socialdemocracia y régimen de condiciones, p. 35

10.- Miguel Ángel Campos, La fe de los traidores, p. 71

 

 


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