“…el valor y la abnegación sin límites de sus hijos al defender la patria, le habían hecho germinar en su mente la idea de relatar la epopeya de su conquista…” José Toribio Medina, Vida de Ercilla [1]

No tiene Venezuela en la médula de su raza y en el  trasfondo de sus orígenes sociales y de su cultura vital, las glorias, la voluntad, el coraje y el patriotismo que con tanto amor le cantara el vizcaíno Alonso de Ercilla y Zúñiga al pueblo de Chile en su Araucana. Tanto más admirable, cuanto que brotaban del pecho de un conquistador que hizo de la alabanza y el encomio de quienes habían sido sus mortales enemigos, los araucanos, motivo y razón de vida. No hubo otro pueblo que encontrara en los hispanos tanta admiración y respeto de entre todos los pueblos conquistados. Desde luego, no entre los cubanos, que le sirvieran de mantenimiento y entretención a la marinería de la flota española, llegada regularmente a la isla para su solaz y placeres. Mucho menos entre las naciones del Caribe, Venezuela entre ellas, de nativos bárbaros, incluso caníbales pero sin una gota de conciencia nacional o patriótica, como fuera el caso del pueblo araucano, que no se rindió ante las armas españolas hasta mediados del siglo XIX, manteniendo una frontera infranqueable al sur del Bio Bio, hasta muy entrada la fundación de la República.

¿Cómo no comprender entre los herederos de Colo Colo, Lautaro y Caupolicán la ferocidad y la garra con que se opusieran los chilenos de todos los tiempos a todos los intentos por dominarlos, de entre ellos el primero, a las huestes de don García Hurtado de Mendoza, entre cuyos hombres se encontrara don Alonso de Ercilla, el notable soldado y poeta autor de ese homérico canto de amor y alabanza al pueblo Mapuche que es La Araucana? Quinientos años después, el rechazo frontal a los halagos y regalos dispensados por los tiranos cubanos para comprar a sus hombres de armas en tiempos de Salvador Allende y la respuesta varonil, recia y combativa que encontraran en los hombres de armas de los ejércitos chilenos, dispuestos a entregar sus vidas antes que someterse al escarnio de ser corrompidos y violados por la barbarie castro comunista cubana. ¿La bandera de Cuba ondeando sobre un cuartel de los ejércitos chilenos? ¿Augusto Pinochet traficando con cocaína? ¿Salvador Allende abriéndose de piernas ante cubanos, rusos, turcos y chinos? Será difícil, si no imposible, borrar la vergüenza y el escarnio que ha significado la entrega de las fuerzas armadas venezolanas y sus sátrapas a la barbarie castro comunista cubana.

El culto a Bolívar Libertador encubrió el más grave de sus crímenes: salir a buscar su gloria en tierras ajenas sobre la sangre del llaneraje sin haber contribuido previamente a conformar la nacionalidad ni fundir el sentimiento necesario para soportar el patriotismo de sus ciudadanos, que jamás llegó a conformarse. Fue el reproche que con muy sólidas razones le endilgaran los valencianos, que hasta a fusilarlo estuvieron dispuesto ante tan grave abandono. Dando pie a la famosa “Cosiata”. Lo que no impidió que bajo ese culto proliferara el entreguismo bárbaro y salvaje con los que las fuerzas armadas se postraran ante el bandidaje castro comunista cubano y el pueblo venezolano soportara una dictadura administrada por un sátrapa colombiano desde La Habana. ¿Imaginarse a un Nicolás Maduro, un Vladimir Padrino o un Diosdado Cabello –no digamos un Hugo Chávez- nacidos en esa “fértil provincia y señalada, de la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y valerosa”? Venezuela no tuvo ese Arauco Indomable ni fue jamás imagen de patria irredenta. Fue y será fácil riqueza petrolera. Más nada.

Es la gran deuda que los venezolanos hemos contraído ante la historia. No solo liberarnos de esta tiranía antipatriótica y antinacional, haciéndoles pagar muy caro a sus agentes y profanadores. Sino hacer el magno esfuerzo que nos permita fundar, por fin, una República liberal y patriótica. Esa, no otra, es nuestra misión histórica.

@sangarccs


[1] José Toribio Medina, Vida de Ercilla, FCE, México, 1948.


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