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Hay que admitir que la maestría política de Hugo Chávez para asegurar la implantación de su modelo de estado estuvo en la articulación de una estrategia para la creación de una oposición a su medida. Al igual que Acción Democrática, URD y Copei en 1958 diseñaron una política para asegurar el sostenimiento del estado de partidos, que luego fue consagrada en la Constitución de 1961, el chavismo plasmó su política de estado de partido único en la Constitución de 1999 tomando las previsiones para más nunca entregar el poder. Parte esencial de este modelo es la coordinación de una fuerza política que a través de varios partidos diluya la energía de las protestas en eternas negociaciones y elecciones presentándose a sí misma como una oposición al régimen, aun cuando solo sea una de las patas que lo sostiene y lo valida.

Una vez desmantelada formalmente la estructura del Estado consagrada en la Constitución de 1961 y reducidos los poderes públicos al papel de serviles del Estado chavista la única forma de participar políticamente en Venezuela, sin arriesgar la vida, es respetando rigurosamente las reglas de juego impuestas por el régimen chavista en su Constitución de 1999. Y por supuesto se trata de un juego donde el resultado ya se conoce con anticipación. Se podrán hacer 100 elecciones en los próximos 100 años. Mientras el chavismo controle el aparato del Estado, el resultado siempre será el mismo.

Por eso el chavismo y sus operadores se llenan la boca con una prédica que aparentemente alienta la oposición y la disidencia. El mismo Chávez no se cansaba de repetir que durante su mandato se habían hecho más elecciones que durante el llamado período democrático. Y efectivamente bajo el chavismo se han realizado más elecciones que bajo ningún otro régimen político en Venezuela. Por supuesto el control total del Consejo Nacional Electoral y el de todas las demás instancias del poder público le permite al chavismo disponer de una inmensa fábrica para manufacturar resultados electorales. Aun tomando en cuenta pequeñas adjudicaciones a la falsa oposición y hasta algunos errores de diseño como el resultado de las elecciones de 2015 no hay forma de que se pueda alterar la ecuación de poder del chavismo siguiendo su juego electoral.

Pero este diseño, para que funcione, requiere de un actor cómplice que le permita operar. Sin una contraparte dispuesta a asumir el papel de ser esa oposición colaboradora y complaciente con el régimen, esta estrategia no podría funcionar. Este es el espacio reservado con todos sus privilegios y prebendas, para los operadores y partidos políticos de la falsa oposición. A ellos les toca el papel de crear la apariencia de una fuerza que supuestamente se opone al régimen e intenta cambiarlo cuando en realidad todos sus esfuerzos y retórica van dirigidos a validarlo.

La falsa oposición ha sido muy bien entrenada por el chavismo para, cual perro de Pavlov, salivar y responder a ciertos estímulos que condicionan y controlan su conducta, en este caso adecuada a los convenientes intereses del régimen chavista. La mejor evidencia de esto es la trinidad de los temas Constitución, negociaciones, y elecciones. Estos son temas recurrentes que van, vienen y desaparecen por un tiempo para luego regresar nuevamente y así seguir un ciclo que no termina.

La defensa irracional de la Constitución chavista de 1999, la insistencia en una fantasiosa salida negociada y la urgencia por participar en cuanta elección convoque el chavismo es lo que define políticamente la agenda de la falsa oposición. Esta “hoja de ruta” es adornada con falacias para maquillar un vil acto de traición y presentarlo como el más soberbio acto de patriotismo. Esa es la tarea que el régimen chavista le ha dado a la falsa oposición: crear la apariencia que solo mediante una adoración fetichista a la Constitución chavista de 1999 y su régimen político será posible que algún día el cambio llegue a Venezuela, como por arte de magia. A esto se reducen estas dos décadas de combate donde los venezolanos no solo han tenido que luchar contra la tiranía chavista sino también contra sus cómplices de la falsa oposición.

A veces no resulta fácil explicar a extraños y desprevenidos la verdadera naturaleza de la relación establecida entre el régimen chavista y la falsa oposición. Por ejemplo, la persecución y encarcelamiento selectivo de unos opositores y no de otros podría llevar a pensar que aquellos representan un grave peligro para el régimen y por eso son perseguidos. Pero no hay tal peligro para el régimen por parte de elementos que con su conducta lo que hacen es contribuir a su sostenimiento. Pero, si es así, ¿por qué los encarcelan? Primero porque al hacerlo le dan más credibilidad a la retórica electorera que ellos defienden y luego porque se trata de una forma eficiente de validar a la falsa oposición como la única que habría que apoyar por efecto de su sacrificio y de su martirio.

De esta forma el régimen chavista con su política de garrote y zanahoria ha logrado amaestrar a su falsa oposición. Con una balanceada dosis de castigos y recompensas el chavismo ha logrado que la falsa oposición adecue su conducta a lo que realmente le importa al régimen: defensa perruna de su Constitución, eternas negociaciones y cotillón electoral. Entonces, es necesario y legítimo preguntar sobre el tratamiento selectivo que el régimen chavista le da a unos y otros opositores. ¿Por qué unos opositores pueden transitar libremente por Venezuela y otros son perseguidos? ¿Por qué a unos opositores se les deja escapar y a otros no? Más aún, hay que preguntarse, incluso con más vehemencia y rigor, ¿por qué los presos políticos militares no reciben el mismo trato ni tienen la misma suerte para milagrosamente escapar de sus celdas?

@humbertotweets


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