Entramos en el último tercio de 2022 y la oposición todavía no ha definido la forma y el momento para seleccionar al candidato que competirá en las presidenciales previstas para 2024. En verdad, no es difícil explicar los motivos de este retardo: reina una gran incertidumbre en distintos aspectos referidos a este evento, todos relacionados con las condiciones que el CNE -y en definitiva el TSJ y demás poderes e instituciones sumisos al gobierno- pueden establecer, a través de eventuales e imprevistas decisiones, sobre su efectiva celebración.

Valga decir, en descargo de la Plataforma Unitaria -vapuleada a veces de manera injusta- que el asunto de las primarias es una de esas situaciones en donde cualquier líder, al igual que cualquier consejero o asesor, por sabio y sagaz que sean, no les gustaría estar, por la inexistencia de presupuestos claros sobre los cuales tomar las decisiones. Por mencionar solo algunos de ellos: la fecha de las elecciones, que desde el punto de vista legal y constitucional está muy clara, pero ya sabemos que en este régimen las leyes y la Constitución tienen muy poca importancia (como pudo verse con el adelanto que hicieron con las de mayo de 2018, pese al alto costo de perder, a la postre, su legitimidad en el plano internacional); el cese de la inhabilitación que pesa sobre varios líderes -como el caso de Henrique Capriles- que tienen aspiraciones de ser el candidato opositor, así como la posibilidad -aún más preocupante- de que sea inhabilitado el candidato triunfador en la consulta (como sucedió, a su manera particular, en Barinas, e incluso en anteriores procesos electorales); y, finalmente, la incorporación al registro electoral de los millones de venezolanos mayores de 18 años que han migrado al exterior debido a la pavorosa crisis humanitaria.

La incertidumbre sobre estos delicados aspectos (incertidumbre que solo se presenta en una autocracia populista y despótica como la nuestra), lógicamente, llevan a una serie de consideraciones y previsiones que deben hacerse a la hora de buscar el candidato y determinar el método más idóneo para hacerlo. Hasta el momento ha habido un consenso con respecto al método de las primarias como la vía más adecuada, pero llama mucho la atención que hayan surgido voces que, abierta o sutilmente, han asomado la posibilidad de un consenso, lo cual seguramente es un reflejo de la inseguridad y la preocupación existentes.

Hasta nuevo aviso, las primarias son sin dudas el método más conveniente, el que sale mejor librado cuando se estudian las fortalezas y debilidades: 1. crearían un clima deliberativo que levantará las expectativas y los ánimos de muchos sectores opositores adormecidos o escépticos y del país en general; 2. obligarían a todos los candidatos y sus partidos a aceitar y reactivar sus maquinarias, 3.inducirían a todos los círculos opositores a ponerse en sintonía con los problemas más acuciantes de la nación, poniendo a punto las propuestas y ofertas programáticas.

Por otra parte (sobre todo si se dejan las compuertas prudentemente abiertas a la inscripción de candidatos que reflejen la diversidad opositora), participar en ellas será de por sí un atractivo difícil de resistir para cualquier liderazgo con cierta sintonía y penetración en la opinión pública, disminuyendo en consecuencia la tentación de que se lance por su cuenta, pues la posibilidad de hacerse con la candidatura unitaria comportará réditos muy altos electoralmente hablando (no incluimos aquí, naturalmente, a las candidaturas alacránicas afines al régimen, pues damos por descontado que serán varios los “opositores” de esta estirpe que se lanzarán o ya se lanzaron, como el infaltable Claudio Fermín, o Brito, el subvencionado por Alex Saab, etc.).

En lo que respecta a las debilidades, la que más destaca es el peligro siempre latente en estos eventos de que los ánimos se caldeen más de lo necesario en el calor del debate, y que surjan fricciones e incluso deserciones por cualquier acción o declaración concebida como injusta o arbitraria. Pero, si hacemos memoria, en estos problemas la sangre casi nunca llega al río, y además se pueden evitar o reducir si se establecen reglas de manera consensuada y el organismo encargado de su preparación (el CNE, o en su defecto una o varias organizaciones de la sociedad civil) tiene la experticia técnica necesaria.

De cualquier forma, el verdadero talón de Aquiles de las primarias tiene que ver con la incertidumbre de la que hablamos al principio de este escrito: que la fecha sea cambiada a discreción por Maduro -lo cual explica seguramente las distintas posturas que hay dentro de la Plataforma Unitaria acerca de la de fecha para realizar el evento, ya que a cada parcialidad solo le queda hacer de Nostradamus y realizar las convenientes elucubraciones y deducciones del mejor curso a seguir-; o peor aún, que el candidato elegido sea inhabilitado, acabando en un santiamén con todo el trabajo de filigrana que implica preparar y consumar unas primarias.

Por eso, lo ideal, naturalmente, sería que se restablecieran rápidamente las negociaciones de México y estos puntos fuesen abordados y aclarados -con la certificación y monitoreo de los mediadores participantes-, dejando al país y a todos sus actores políticos con un panorama y un cronograma electoral compartido por todos.

Lamentablemente cada vez luce más claro que las negociaciones son para el régimen sencillamente un vacilón (como decimos en criollo), una especie de grotesca reedición del cuento aquel del gallo pelón, y que solo les interesa entenderse directamente -y a cuenta gotas- con Biden o quien esté a cargo en la Casa Blanca.

En este escenario, creemos, es donde se deja ver la única ventaja que tiene el consenso como método: permitiría elegir un candidato de manera rápida y expedita, tal como ocurrió en Barinas, sin dejar mayores traumas. Pero más allá de eso es obvio que no tiene las virtudes que poseen las primarias. Por tanto, la lógica indica que solo debería contarse con este método en situaciones perentorias y de verdadera urgencia.

Si sirve de consuelo, el régimen, pese a toda la discrecionalidad con la que maneja y administra estos y demás asuntos del país, tampoco la tiene nada fácil. Pese a sus manifestaciones aparentemente eufóricas, por dentro están carcomidos y llenos de preocupaciones sobre el evento presidencial. Si bien es cierto que la mayoría de las encuestas les conceden a los rojos-rojitos (esta denominación hay que reiterarla, porque ellos, desde varios comicios atrás, empezaron a metamorfosearse en otros colores, para quitarse el desprestigio acumulado) un sólido 20% de voto duro, sus posibilidades de crecimiento ante 2024 son exiguas, debido al alto rechazo de la mayoría del electorado.

Si repite Maduro -lo cual está por verse, pues Cabello con seguridad buscará que la candidatura se decida en unas primarias, como se hizo en las regionales de 2021- sus posibilidades no serán precisamente altas, aun en el supuesto de que las elecciones fuesen solo medianamente competitivas. Y, por otra parte, el clima interno amenaza con enrarecerse por diversos motivos, entre ellos la aparición de Rafael Ramírez, cual conde de Montecristo, buscando saldar cuentas del pasado. Este escenario, naturalmente, no puede obviarse y tiene que ser tomado en cuenta por la oposición a la hora de fijar sus estrategias para este intenso período que está por venir.

@fidelcanelon

 

 

 

 

 

 

 


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