El analista chino-estadounidense Gordon G. Chang, autor de varios importantes libros sobre China, publicó hace pocos días un útil resumen sobre las formas en que la irresponsabilidad e incompetencia de la Organización Mundial de la Salud han contribuido a la propagación internacional del covid-19.

En primer término, la OMS aceptó y diseminó la narrativa inicial del gobierno chino, según la cual el covid-19 no era transmisible de persona a persona. Ello a pesar de que ya el 31 de diciembre de 2019 el gobierno de Taiwán había advertido acerca de dicho problema y la amenaza que representaba. De hecho, también algunos profesionales honestos de la organización sospechaban lo mismo y lo advirtieron a sus jefes, pero sus opiniones fueron desechadas.

En segundo lugar, en sus declaraciones la OMS apoyó los intentos del gobierno de Xi Jinping, dirigidos a impedir las prohibiciones de viajes desde China a otras partes, una vez que empezó a regarse la noticia del nuevo y peligroso virus. Fueron precisamente esos viajes los que en buena medida difundieron el virus hacia el resto del mundo.

En tercer lugar, la OMS respaldó las estadísticas falsas publicadas por el gobierno chino, que minimizaban el número de casos de covid-19 y de muertes causadas por el virus. Según la doctora Deborah Birx, coordinadora del grupo asesor de la Casa Blanca sobre la pandemia, las informaciones recibidas de parte de la OMS hicieron creer durante un tiempo crucial a los decisores estadounidenses que el nuevo virus no sería probablemente peor que el SARS (virus epidémico 2002-2003), que afectó tan solo a casi 8.000 personas en 26 países. No fue sino hasta que el covid-19 atacó con fuerza en Italia y España que el gobierno de Estados Unidos concluyó que el régimen chino, con el apoyo de la OMS, había estado mintiendo.

En cuarto lugar, y de modo totalmente injustificable, la OMS retrasó hasta el 30 de enero la declaración de la epidemia de covid-19 como una “emergencia de salud pública de carácter internacional”.

Han sido muchas las denuncias realizadas contra la OMS en general, y varios de sus principales directivos en particular, por su negligencia, su desidia, y también su deliberada actitud de servidumbre hacia los designios y propósitos del Partido Comunista chino. De manera especial, se ha denunciado la sumisión del presidente de la Organización Mundial de la Salud a los deseos del gobierno en Pekín.

La OMS ha quedado ante el mundo como una organización burocratizada hasta los tuétanos, incapaz de cumplir con sus deberes fundamentales, politizada en extremo y sometida a los dogmas de la imperante corrección política, que entre otras cosas exige considerar a China como un poder inocente y benevolente.

Es de esperar que los estragos de la actual pandemia generen un cambio profundo en las relaciones entre el Occidente democrático y el régimen dictatorial chino. De igual modo, es razonable que Washington someta a una revisión la situación de la OMS, reconsidere y mantenga en suspenso su contribución financiera al organismo, e impulse un severo proceso de reformas de la organización, que tiene merecida una gran dosis de oprobio y desprestigio, así como una verdadera sacudida en sus propios cimientos.

 


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