Conatel ha cerrado hasta noviembre 80 emisoras de radio

Carlos Rangel nos dice algo que nos asalta incesantemente en medio del insomnio recurrente «No se huye solo por hambre, se huye sobre todo por falta de libertad”.

En Venezuela más de 7 millones de personas han decidido partir, repetimos mucho que lo han hecho por hambre, lo cual es una verdad relativa, quizás la más profunda respuesta sea que han huido porque se sintieron sin esperanzas, sin posibilidades de decidir qué hacer, lo más probable es que hayan optado por la salida porque se dio la combinación inequívoca: tengo hambre y no veo cuales oportunidades tengo de salir de esta encrucijada mortal que puede terminar conmigo y con mi familia. Entre el paso de Darién y Maduro prefiero el riesgo físico, las serpientes, los barrancos y los asaltantes de camino.

En las sombras podemos vislumbrar al autor de esta macabra episodio de nuestras existencias. El Estado omnipotente, el poder tomado por quienes creen que pueden sustituir la capacidad de decidir de cada uno e imponer lo que ellos consideran irónicamente: la mayor suma de felicidad posible, tal como pregonaban hasta hace poco tiempo, o también llevarnos al ponzoñoso mar de la felicidad. El resultado real es habernos hundido en un océano de desesperanzas, dolor, separaciones, huidas y muertes.

Será cierto que bastará “una reforma económica con altibajos, pero que permite a millones salir de la indigencia y trabajar” un cambio sin manifestación de cambio, es decir, una estratagema, redoblar la entrega de bolsas CLAP como remedio al hambre de hoy y la miseria absoluta mañana.

Esos atajos hábiles del régimen replantean la pregunta: ¿Qué representa un Estado omnipotente? Podríamos decir que aquella institución que se atreve a entrometerse en los pliegues de nuestra conciencia, que nos ofrece el paraíso y lo trasmuta en infierno desolado. Es omni (todo) potente porque su poder no tiene límites, empieza por lo material, tus bienes, tu propiedad, tu fuerza física, el hambre y avanza sin clemencia hasta cubrir todo lo que compone nuestra existencia: la manera como vivimos; lo que creemos y como nos relacionamos con otros. Una muestra: Conatel ha cerrado hasta noviembre 80 emisoras de radio, en total 233 estaciones de radio. 332 medios de comunicación clausurados en Venezuela desde 2003. Venezuela, Cuba y Nicaragua son la punta de la represión de la libertad de expresión ¿Por qué tanto miedo del régimen a que estemos informados?

Crean además formas de control directo en el vecindario, los nombrados jefes de cuadra al estilo cubano convertidos en una especie de policía familiar de vecinos. Como sucede en Cuba, este recién encargado como nuevo esbirro, intentará controlar que haces dentro de tu casa, con quién te reúnes, qué hablas con los vecinos, cuáles son tus lecturas, qué acarreas a tu casa cuando vas al mercado. Es decir, alguien que te espiará en tu propio vecindario, entre amigos, a la caza de una expresión de rebeldía ante el poder total del Estado y presto a la denuncia de tu osadía al intentar actuar como un ser libre. Ese es el jefe de la cuadra que acaba de instalar el régimen madurista siguiendo las enseñanzas de sus maestros cubanos. La pregunta típica del jefe de cuadra en Cuba. ¿Camarada vecina, que tenía adentro la bolsa plástica que trajo a su casa hace un momento?

Todo contra nuestra libertad de conciencia. Al Estado omnipotente no se le escapa nada, sea objetivo o subjetivo, por eso repitamos las cifras fatídicas 233 estaciones de radio cerradas, 332 medios de comunicación, 60 periódicos clausurados, más de 200 emisoras de radio intervenidas y 7 cadenas de TV ocupadas casi militarmente. Es la represión a nivel de conciencia mucho más poderosa y exterminadora que la fuerza física.

Ante ese Estado omnipotente que se erige frente a nosotros, cual Frankenstein, la defensa de los espacios de libertad es la tarea de cada día. En las escuelas tratan de enseñar que los héroes históricos son el Che Guevara, Fidel Castro, Mao Tse-tung, autores del real modelo de sociedad que subsiste más allá del mar de la felicidad.

La pregunta persiste: qué anima a tantas personas en el intento de imponer, de someter pueblos, justificar la condena a vivir en sociedades donde el Estado es omnipotente y donde esa creación maravillosa y divina que es el ser humano carece de oxígeno para sobrevivir. Si el Estado es omnipotente el ciudadano no existe. Tiene razón el padre Moronta cuando afirma que ya los venezolanos estamos cansados, no queremos seguir probando esa amarga medicina que nos ofrece cada segundo de nuestras vidas ese Estado omnipotente.

No puedo evitar por simple curiosidad pensar cuáles serán los pensamientos que albergan en sus momentos de intima soledad los personajes que alientan la imposición de ese monstruoso Estado que trata de desplazar nuestras inquietudes, sentimientos, aspiraciones y sueños que pretende ocupar todos los espacios de nuestras vidas. Maduro o Jorge Rodríguez, su hermanita, Diosdado, Padrino, que piensan realmente cuando están callados y solos. O no se atreven a quedarse en silencio y en soledad acompañados solo por sus sentimientos, qué imaginan, qué aspiran, acaso son felices con lo que ven, con lo que han impuesto. Cuál visión de Cuba tienen en su imaginación, una en la cual la gente canta, baila, trabaja y estudia o aquella en la cual millones de personas han huido en balsas o en cualquier objeto flotante. Intentando desesperadamente escapar de ese paraíso tenebroso construido por sus camaradas.

La triste verdad es que los Estados omnipotentes, Cuba, Nicaragua y nosotros, son los artífices, han parido no solo el hambre sino lo peor que le puede pasar a cualquier humano, ser infeliz, no encontrar paz en ningún momento, estar entristecido y acongojado por la manera en que transcurre su vida, a pesar de que Avanti alumbre las noches.

Lo único que puede salvarnos de las garras del Estado omnipotente es que nos opongamos a él respaldados por las instituciones que hemos construido y en las cuales militamos de corazón. Las instituciones que forman parte de nuestra existencia como productores, trabajadores, constructores, donde aportamos nuestras energías para superar la miseria. Aquellas entidades portadoras de nuestros más profundos ideales como la escuela, la universidad, los maestros como batallón cultural, los médicos, enfermeras, periodistas, gente de leyes, sindicalistas, agricultores, ganaderos, industriales, pescadores, deportistas, artistas, gremios, empresarios, trabajadores, todos expresión genuina de la libertad de pensamiento y acción.

Instituciones que encarnan nuestras aspiraciones de libertad, donde aprendemos, compartimos, enseñamos y creamos, aquellas que por definición tienen que enfrentar la pretensión de imponer a mandarriazos el Estado omnipotente. No bastará experimentar la infelicidad de los cubanos, el dolor de los nicaragüenses y nuestra propia desesperanza cuando veamos a nuestros hijos sin futuro, condenados a vivir amargas experiencias como las de las últimas generaciones de jóvenes cubanos, norcoreanos, chinos y muchos más.

Como dice Carlos Rangel, el Estado omnipotente no solo mata de hambre, nos roba la libertad de decidir, elegir, tomar caminos y tener aspiraciones. No basta que haya una leve inclinación en el terreno económico, que permitan negociar en dólares, que abran las importaciones como muestra de una pequeña dosis de oxígeno mientras preparan la solución final. Exculpar al Estado omnipotente, soltarle las amarras y liberarlo para que devore sin misericordia cualquier espacio de libertad. Basta ver la biografía de Manuel Díaz-Canel para ver que los hijos de esa institución en lugar de corazón o alma tiene un dispositivo mecánico o electrónico cuya tarea es matarnos de hambre y robar nuestra libertad como el sentido principal de nuestras vidas.

Mientras, luchemos por la libertad del Tcnel. (EJ) Igbert Marín Chaparro, un hombre de conciencia.


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