Una vez más, con su insoportable y cínica sonrisa, el psicólogo del régimen nos vino la semana pasada con otra más de las suyas. Al parecer, a él y su régimen no les bastó con el duro golpe que sufriera el ya precario liderazgo de Juan Guaidó, a raíz de la intempestiva visita a Miraflores de la delegación de alto nivel de la Casa Blanca, encabezada por el asesor de seguridad nacional, Juan González.

Y es que como para terminar de aniquilar la figura del presidente interino, Jorgito expuso lo que su jefe mayor mandó a decir era el “reformateo” del diálogo con la oposición. Es decir, digamos que Maduro le tomó la palabra a Juan González,que aquel sábado en una de las salas del palacio le sugirió volver a las negociaciones con la contraparte política. El detalle es que, bueno, ¿México?, no, ¡olvídense de eso! Además, mucho menos mientras su negociador estrella, Alex Saab, siga preso en Estados Unidos.

La nueva trampa del gobierno de facto es ampliar la base de los factores de oposición que formarían parte de la mesa de diálogo. Aquí se sumarían, en especial, todos los alacranes y demás especies que se han asociado descaradamente al régimen y que han cohabitado con él validando los últimos procesos comiciales: Asamblea Nacional (2020) y elecciones para gobernadores y alcaldes (2021).

Entonces, la nueva artimaña de Maduro y su combo apunta hacia el mismo objetivo de siempre; construirse una oposición a la medida.

Por si fuera poco, y para asegurarse de que la orden sea cumplida a la perfección, el mismo Jorgito dijo el viernes pasado que ellos no se reunirían más con Juan Guaidó, porque según los aparatos de inteligencia del Estado, este tenía una “estrecha relación” con el narcotraficante colombiano Garafolo Forte Biaggio Bento, capturado por las autoridades migratorias de Colombia el 13 de marzo. Es decir, que ellos, los del régimen, no se reunían con narcotraficantes. Otro montaje más que nadie se puede creer.

Es fácil advertir que, de cara al 2024, ya comienza a tomar forma un ambiente hostil y repleto de triquiñuelas que hará muy cuesta arriba la celebración de elecciones presidenciales libres, justas y transparentes. En medio de esta apreciación, el gobierno de facto se seguirá moviendo en dos frentes. Por un lado, en un contexto internacional complejo dominado por la crisis de Ucrania, tratará de sacar el mejor provecho posible a las necesidades del mercado energético internacional, apuntando siempre a la flexibilización de las sancionesa las que ha estado sometido desde los tiempos de Donald Trump.

A nivel doméstico el régimen seguirá contando con su mejor carta: el continuo deterioro y atomización de la oposición venezolana que hace juego perfecto a la estrategia de Nicolás Maduro de deshacerse de cualquier obstáculo que ponga en peligro la perpetuación del PSUV en el poder.

En última instancia Nicolás tiene reservado un buen plan B; esto es, si la estrategia de construirse una oposición a la medida falla es muy fácil vislumbrar un escenario electoral en 2024, muy al estilo de lo ocurrido en Nicaragua con el inescrupuloso método Ortega: cero contrincantes, victoria segura. Un plan C, un poco más difícil de ejecutar, pero nunca descartado, es la simple no realización de elecciones.

Estos escenarios colocan a la aporreada oposición venezolana en una verdadera situación de orfandad, con un liderazgo cada vez más desdibujado frente a una población a la que se le sigueprivando de opciones y expectativas reales de cambio político. María Corina Machado luchando sola en su mundo virtual dando vueltas por toda Venezuela casi al estilo de Valentina Quintero; Leopoldo López y Lilian Tintori tomándose una foto con Luis Almagro; Henrique Capriles “haciendo de lobista a las petroleras de Estados Unidos” o tal vez al mismo Maduro; y un Juan Guaidó que se mantiene todavía en pie gracias al cada vez más ambiguo apoyo de Washington.

Lo cierto es que asumiendo como única salida política la tantas veces probada inutilidad del diálogo con el diablo, aun en ese escenario, sigue siendo una verdad inexorable que bajo las condiciones actuales de división opositora no es posible y resulta más bien contraproducente ese tipo de aproximación. Sea en México ya casi descartado, en Caracas o en cualquier otro lugar que se escoja, la oposición venezolana debe cumplir con ciertas tareas antes de volverse a mirar las caras frente a frente con los enviados de Maduro.

Se hace imperativo, pues, llegar a un acuerdo en el más corto plazo posible sobre el mecanismo para lograr una verdadera estructura unitaria opositora. Se han dado a conocer ideas como la de Eduardo Fernández que apuntan hacia la elaboración de “un programa mínimo común que una a los venezolanos”; muy bien, pero un pergamino de ese tipo quedaría flotando en el limbo si antes no se produce una renovación del liderazgo opositor que le otorgue credibilidad y dirección.

Ese nuevo liderazgo debe provenir de la voluntad de las bases, de un electorado que en un proceso de primarias u otro mecanismo idóneo que se acuerde por consenso, pueda elegir al mismo tiempo al candidato que representará a toda una Venezuela descontenta en las elecciones presidenciales de 2024.

Con una estrategia y programa únicos y un liderazgo unitario, la oposición estaría en mejores condiciones y en una mejor posición de fuerza para hacer frente a las arbitrariedades y manipulaciones del gobierno de facto.

Si Jorgito insiste en el “reformateo” del diálogo con su fabricada oposición, con los alacranes y demás cohabitantes que le hacen el juego al régimen, hay que dejarlo que siga en su fantasía.

Mientras tanto la posición debe ocuparse de sus tareas más apremiantes. Todavía hay tiempo.

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