Venezuela se transformó en estos años de socialismo del siglo XXI y ya no es ni la sombra de lo que fue. Los venezolanos cambiamos y con nosotros la forma de hacer política, aunque algunos, sobre todo en las alturas, no hayan caído en cuenta.

Uno de los cambios más importantes es que la mayoría del pueblo está de acuerdo en que a la sombra del Estado, y sobre todo del gobierno, no se prospera. Se ha dado cuenta de que sólo unos pocos que medran cerca del poder se hacen ricos, mientras las enormes mayorías hacen verdaderas acrobacias para vivir con dignidad.

Esta sobrevivencia significa trabajo duro, austeridad y mucha fe en que las cosas mejorarán en algún momento, confiados en las reservas espirituales y éticas que la mayoría de los venezolanos tienen. No éramos una bandada de delincuentes, no lo éramos ni lo somos, de manera que esto que hemos sufrido es una enfermedad que tiene cura.

Y parece ser que estamos cerca de una salida a la larga crisis, debido a que hay un gran aprendizaje colectivo y algunos líderes que así lo han entendido. A lo largo y ancho del país han emergido mujeres y hombres que están haciendo política distinta, al margen de la política vertical y autocrática tradicional.

En las elecciones de gobernadores y alcaldes de noviembre del 2021 surgió a lo largo y ancho del país una muestra de ese liderazgo renovador, que hubiese sido mayor sin la miopía de los partidos políticos. Muchos liderazgos auténticos o se colaron en los partidos o se ampararon en varios paraguas del momento, pero lo cierto es que muchos de ellos están ejerciendo una nueva forma de hacer política.

Los sucesos de estos días comprueban los cambios de las mayorías. Un liderazgo renovador, auténtico, fresco y transparente que plantea libertad y democracia, justicia y prosperidad, de cara al futuro. Otros que desean mantener viejos privilegios con base a truculentas negociaciones, se encuentran con la  fuerza de unos liderazgos más nobles y más inspirados en el bien común.

La transformación del país es de orden espiritual, en el sentido de que va mucho más allá de la mera satisfacción de las necesidades materiales de la gente, va a rescatar lo que tenemos de verdaderamente humano, como la dignidad de cada persona, la identidad y la necesidad de trascendencia. No somos máquinas de consumir, somos seres humanos que sienten y piensan, que necesitan sosiego y un ambiente de confianza entre nosotros y ante las instituciones.

De eso se trata, de aprovechar estos tiempos de cambio para una verdadera y profunda transformación que promueva el desarrollo humano integral y sostenible, y que Venezuela se proyecte como un país serio, confiable y honesto.

No se trata de un cambio cosmético, ya el pueblo no está para eso, está para la gran gesta cotidiana de vivir con dignidad.


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