La vigorosa expansión del covid-19 por el planeta nos muestra una faceta nunca vista de la humanidad. Un mundo que se contagia velozmente con un virus, capaz de enfermar y matar a millones de seres humanos en muy poco tiempo, y que ha traído consigo una progresiva paralización de la vida social en buena parte de los países.

Estamos  frente a una nueva globalización: la del coronavirus.

La globalización humana,  tecnológica, económica y cultural está abriendo paso a la biológica. La globalización biológica, con sus devastadoras consecuencias en la salud y la existencia humana, genera un desafío para la vida del hombre y del planeta.

La situación que vivimos en estos días, con la expansión por el mundo, del covid-19, está produciendo una revisión de los parámetros hasta ahora vigentes en la vida social, en las relaciones interpersonales y su consiguiente impacto en la política local y global.

Si bien la humanidad tiene importes conocimientos sobre los microorganismos, virus y bacterias, aún los mismos son insuficiente en todos sus aspectos, hasta el punto de producir unos efectos no esperados por la comunidad científica y por los gobiernos.

Es  evidente que la posmodernidad, con su avasallante presencia tecnológica, está generando situaciones jamás vividas por el hombre. El mundo de hoy, con la posibilidad de interconexión física y virtual de las personas, haciendo local cada escenario geográfico y social de alejados territorios, gracias a la instantaneidad de las comunicaciones, no estaba preparado para una expansión veloz de un virus tan letal.

Lo cierto es que este fenómeno ha cambiado y cambiará para siempre la vida social y la de las personas. Y tal circunstancia impactará, más allá de lo que ya está ocurriendo, la política, el derecho internacional y la economía.

A esta hora en que escribo, cada ciudad, cada país, cada región del mundo busca implantar medidas capaces de contener la expansión del virus, en tanto la comunidad científica logra desentrañar sus misterios y la forma de curar y prevenir sus efectos sobre la salud humana.

Es evidente que los países según su cultura, sus capacidades institucionales, científicas y económicas vienen desarrollando políticas públicas destinadas a proteger la vida y salud de sus ciudadanos, pero el tema ha demostrado un efecto supranacional que requerirá nuevas formas para abordar pandemias de esta o mayor fuerza que puedan surgir en el futuro.

Lo cierto es que estamos presenciando una cuarentena global no acordada entre los estados, ni dirigida por una organización supranacional. La necesidad de proteger la salud y la vida la ha impuesto.

Ninguna guerra mundial, ninguna pandemia, ni ningún caos económico habían generado al mismo tiempo en todo el planeta un pánico, una paralización de la vida social, y una preocupación tan elevada como la que estamos presenciando en estos días.

La nueva globalización que surgirá de esta experiencia tendrá que revisar parámetros éticos, ecológicos, biológicos, tecnológicos, económicos y políticos para la vida futura  de la humanidad.

Hace unos meses nadie pensaba que el manejo inadecuado, por razones culturales, en un mercado de la ciudad china de Wuhan, vendría a afectar la vida de todo el planeta.

Lo cierto es que el mundo no será igual a partir de esta experiencia, ella nos muestra que en el plano medioambiental, biológico y sanitario no hay soberanía que sostenga la permisividad de procesos y comportamientos que puedan impactar los equilibrios que garantizan la vida. La humanidad tendrá que producir normas para su adecuado manejo. El llamado efecto mariposa está ahora más que demostrando sus demoledores efectos.

La forma en que los Estados manejan estos fenómenos será objeto de estudio. En el futuro no podrán ocultar información, impedir a la comunidad científica y política acceder a hechos o fenómenos, inicialmente locales, pero potencialmente globales, a fin de limitar sus devastadoras consecuencias.

Ya en otros momentos, en otras circunstancias, se han presentado hechos cuyo impacto global hacen que su tratamiento no sea solo objeto de la comunidad local y de sus gobiernos, sino que los mismos interesen a toda la humanidad. Un ejemplo de esta situación podría evidenciarse con la energía nuclear y la catástrofe de Chernobyl, donde la opacidad y soberbia de un sistema político agravaron los daños de forma exponencial. Algo parecido, igualmente, generó el pánico al terrorismo, luego del atentado a las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Soy de las personas que tienen plena confianza en la capacidad de la comunidad científica para detener los efectos letales del covid19. Creo firmemente en la misericordia de Dios, quien ofrecerá la luz del Espíritu Santo sobre los científicos, para lograr ese objetivo.

Pero no cabe duda de que la humanidad tiene ante sí un nuevo desafío. Vivir los tiempos de la posglobalización va a requerir de una revisión, en la que la ética y la gobernanza cobren un espacio relevante.

No hacerlo va a traer un impacto sociológico, igual o parecido, al surgido en lo que va de siglo, y que se han estudiado en las tesis de “los perdedores de la globalización”, cuyas investigaciones ya han demostrado sus efectos demoledores en el campo político y económico, como bien lo demuestran los trabajos de autores como Hanspeter Kriesi, Edgar Grande, Branko Milanovi y Fernando Vallespin.

Nadie podrá sentirse inmune a los fenómenos físicos, biológicos o ambientales. Estos nos están demostrando que son tan globales como el hombre del presente. Esos temas  nos ocuparán y generarán una reflexión más profunda de la vida social, en los tiempos por venir.


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