¿Cuál es ese fantasma iridiscente que vuela en la sombría noche, que extiende sus alas sobre la humanidad infinita, a quien todo el mundo invoca e implora y que desaparece con la aurora para renacer en el corazón? Este es uno de los enigmas que la princesa Turandot (de la célebre ópera de Franco Alfano y Giacomo Puccini) presentaba a sus pretendientes. La respuesta es: la esperanza.

En Venezuela la esperanza tiene las alas cansadas de tanto volar inútilmente. Pero no ha desaparecido. Se nos presenta en este nuevo año 2023 bajo una forma nueva, más fuerte y curtida. Hoy es una esperanza recia, sin candideces de ninguna especie. Es una esperanza renovada que no espera nada de los políticos, ni de los militares ni de otras “fuerzas vivas” de la nación, porque sabe que allí no hallará nada que le sirva. Su atención está centrada ahora en la historia, la experiencia, el fluir de los acontecimientos y en el ciudadano común. Todo ello le induce a pensar que la tragedia venezolana está próxima a finalizar. No es posible que el país se hunda, mucho más de lo que ya lo ha hecho, en la mediocridad, la corrupción, la ineptitud, la indigencia y la inmoralidad. Todas las cosas tienen un límite y un final y el mal de Venezuela no es la excepción.

La nueva esperanza no es una quimera. Reposa en el fondo de la Caja de Pandora que Hugo Chávez puso en manos de Maduro cuando la fortuna, generosa con él hasta el final, se lo llevó antes de que el inmenso estercolero de sus acciones lo sepultara vivo con gorra, uniforme militar, saludo marcial y gesto altanero que todavía enamoran a sus incondicionales acólitos. De ese arcón de calamidades saldrá volando la esperanza para posarse en los pétalos de la bella flor que será Venezuela cuando escape del tremedal.

De todas nuestras locuras, la actual es la peor, no solo por el destrozo material causado a las industrias básicas, especialmente a Pdvsa, y el inmenso daño infligido a la infraestructura de los servicios públicos, sino también por haber frustrado la incipiente institucionalidad democrática que se venía gestando desde el 23 de enero de 1958 y por haber pisoteado los valores morales y éticos de los venezolanos, que nunca fueron muy elevados, pero que desde la época de la democracia se venían tratando con un cierto respeto que desapareció engullido por la voracidad corruptora del régimen.

Los que hemos vivido suficientemente intuimos lo que pasará en Venezuela en cualquier momento. Desde el pasado siglo XX, con el gomecismo, la “revolución” de octubre de 1945, el convulso trienio adeco de 1946-48, el golpe militar de ese último año, el perezjimenismo subsiguiente, el 23 de enero del 58, el bipartidismo adeco-copeyano de 1958-98, hasta el chavismo-madurismo y militarismo-castrista de nuestros días, hay una vasta experiencia histórica que nos dice que este último desatino nuestro terminará de la manera menos pensada.

Las cosas son como son. Es un dicho perogrullesco que intenta decir que las cosas ocurren por alguna razón. Venezuela, con más de doscientos años de vida independiente, con una inmensa riqueza natural al alcance de su mano, con una unidad cultural, étnica, religiosa e histórica envidiable y con una posición geográfica privilegiada, no ha podido salir del subdesarrollo económico, político, cultural y social. Algo muy dañino menoscaba nuestra sociedad y Bolívar sabía qué era: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, dijo en el Congreso de Angostura de 1819, cuando presentó su proyecto de constitución de la Gran Colombia, cuyo fracaso posterior confirmó plenamente la veracidad de sus palabras. Esa situación no ha cambiado.

Eso explica nuestro fracaso como nación. Las clases dirigentes de este país, integradas por las élites políticas, económicas, culturales y sociales, no han tenido la formación ética y cultural necesaria para estar a “la altura de su tiempo”, como lo exponía José Ortega y Gasset refiriéndose a la España de principios del siglo XX. Esa vital carencia ha impedido que Venezuela alcance sus mejores fines y por eso seguimos estancados en el desconcierto, la corrupción y la ineficiencia. La nueva esperanza reconoce esa realidad. Sabe que la misma ha afectado a todos nuestros procesos socio-políticos y que el chavismo no está al margen de su acción. Es solo cuestión de tiempo y este ya ha hecho un largo recorrido. ¡Feliz año 2023!


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