Miguel Gutiérrez / EFE

Durante la instalación de la Asamblea Nacional, los líderes del madurismo hablaban como si hubiesen obtenido un triunfo apoteósico en unas elecciones concurridas, competitivas y transparentes. Hay que recordarles que la abstención fue cercana a 80%; los principales partidos de la oposición y sus líderes fueron inhabilitados; y, debido a la covid-19, la campaña tuvo más restricciones que las impuestas normalmente por el oficialismo.

El madurismo fracasó en la convocatoria. No logró movilizar al electorado, a pesar de las enormes presiones que desató sobre los sectores más humildes para que acudieran a los centros de votación. También encalló en su intento de construir una «oposición oficial». El sector que participó de la opereta obtuvo menos de 10% de los miembros de la Asamblea. De 277 diputados, apenas se quedó con 20. Una cifra marginal. Tanto, que Nicolás Maduro no tuvo la gentileza de considerarlos para integrar la directiva del parlamento, después de haber intentado lavarle el rostro a unas elecciones concebidas para tapar todas las rendijas del Estado autoritario. La mesita de noche quedó convertida en una minúscula linterna de bolsillo. No ha logrado elevar la imagen de la AN en el mundo democrático. La Unión Europea ratificó su cuestionamiento.

Resulta interesante apreciar cómo Maduro sigue atornillándose en el poder y desbrozando el terreno que le permitirá repetir como candidato presidencial en las elecciones de 2024, evento del cual habló en días recientes con euforia. Designó a su pupilo Jorge Rodríguez presidente del foro, relegando a Diosdado Cabello a ser el jefe de una fracción parlamentaria que tendrá su epicentro no en el Palacio Federal, sino en Miraflores. A Cabello, Maduro le concedió un cargo mucho más formal que real. Los principales proyectos de ley no serán cocinados a fuego lento en la AN, sino en palacio. Desde luego que Cabello no está liquidado. En política afirmar tal cosa puede resultar muy apresurado, pero, por ahora, recibió su buen mazazo. Quédate tranquilo con tu cargo y tu programa de televisión, le dijeron.

Maduro y su régimen completaron el cerco alrededor del Estado y la sociedad a pesar de carecer de popularidad, legitimidad y representatividad. Como buen alumno de los cubanos, no las necesita. Más de 80% de la población lo responsabiliza de la crisis nacional. Su elección en 2018 no es reconocida por sesenta países democráticos, además de que en esa consulta la abstención fue muy elevada. La elección del 6 de diciembre fue un adefesio a la que concurrió una escuálida minoría. Esos no son problemas que le preocupen. La legitimidad –ya lo decía Mao Tse-tung- se encuentra en la boca de un fusil. Maduro se ha ocupado de montar una sociedad militarizada en la cual el elemento dominante no son las fuerzas armadas oficiales, sino los cuerpos paramilitares, que se confunden con la delincuencia.

El Observatorio Venezolano de la Violencia, dirigido por Roberto Briceño-León, señala en su último informe que la mayoría de los crímenes cometidos en el país, el segundo más violento del mundo, son extrajudiciales. En ellos participan los cuerpos de seguridad creados para reprimir y atemorizar a la gente de las barriadas populares y a los opositores que se atreven a incursionar en los sectores pobres para promover la organización ciudadana. La popularidad tampoco es obstáculo que Maduro no sepa cómo eludir. Convoca las elecciones previstas en las Constitución, previamente inhabilita a partidos y dirigentes adversos, les quita las tarjetas a las organizaciones opositoras, les corta los suministros financieros a los grupos que lo critican, y, a la vez, les concede todas las ventajas a sus partidarios. Las cifras de abstención y participación las maquilla con el CNE designado a su conveniencia. Finalmente, gestiona el apoyo de los países autoritarios con los que mantiene alianzas.  Todo resuelto.

Hay que esperar a ver cómo será el comportamiento del gobierno de Joe Biden con Maduro para tener el panorama más claro. De acuerdo con lo poco que se sabe, la nueva administración norteamericana desarrollará una iniciativa diplomática más envolvente que incluirá a China y a Rusia como factores clave. El objetivo primordial será lograr elecciones presidenciales justas y supervisadas por la comunidad internacional en el menor plazo posible. La diplomacia tendrá que agudizar todos los sentidos si aspira alcanzar esta meta. El madurismo ha resultado un hueso duro de roer.

La oposición agrupada en torno a Juan Guaidó, junto a las facciones dirigidas por Capriles, María Corina y algunos líderes que viven en el exilio, deberán esforzarse por hallar zonas de encuentro que les permitan llegar a acuerdos mínimos. Nos encontramos en un punto en el cual la oposición democrática puede cubanizarse. Es decir, puede pasar a ser insignificante por su incapacidad de tramar acciones y desarrollar iniciativas que pongan en peligro la estabilidad del régimen. El entendimiento resulta más urgente ahora que el Estado volvió a ser rojo, rojito.

@trinomarquezc

 


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