Hace unos pocos meses nadie hubiera considerado escribir un artículo de opinión sobre una nueva prenda de vestir. Pero sí, este acontecimiento de la naturaleza, aparte de robarnos nuestra capacidad de controlar los eventos de nuestra existencia, ha convertido lo cotidiano en inusual y lo normal en extraordinario. La vida, en muchos aspectos, será diferente a la que conocíamos.

Este nuevo aditamento al vestuario común es el llamado tapaboca. La mascarilla facial se ha vuelto el accesorio imprescindible más popular del momento, la norma de la nueva normalidad.

Se cree que el nuevo coronavirus se propaga por contacto directo a través de pequeñas partículas virales y gotas que se desprenden después de que una persona tose o estornuda. Una persona sana puede infectarse si esas gotitas virales entran por su boca, nariz u ojos, o por contacto indirecto si se lleva el virus a estos puntos de la cara. Una máscara quirúrgica puede bloquear estas salpicaduras y gotas de partículas grandes y evitar que el usuario transmita el virus a otros, más que protegerlo a él.

La evidencia continúa acumulándose en que la mascarilla facial puede ser una forma efectiva para limitar parcialmente la transmisión, una especie de “mango bajito”, relativamente fácil de implementar, especialmente cuando se combina con otras iniciativas personales como la higiene de las manos, distancia física y el confinamiento, entre otras.

La última evidencia para recomendar su uso nos viene de un estudio internacional japonés-estadounidense. Este ensayo, que abarcó más de 20 países, encontró que las máscaras podrían reducir el riesgo de morir por covid-19. Los científicos usaron un modelo de computadora para mostrar cómo las tasas de mortalidad de covid-19 eran más altas en países donde las personas tendían a no taparse la boca.

Usar o no la mascarilla ha sido siempre objeto de encarnizado debate entre Oriente y Occidente. Pero claramente la marea está cambiando y la disputa se inclina hacia la escuela asiática, en pro de su uso. Occidente, por estigma social, ha sido lento en adoptar el uso universal de máscaras faciales para el público en general. El uso de mascarillas pasó de la total aversión a su uso y ser mal visto hace solo unos pocos meses, a ser parte de las conversaciones de rutina diarias acerca si llevar o no mascarillas faciales y en qué lugares. De la misma forma, la OMS, que aconsejaba que solo las personas con síntomas o aquellas que se ocupaban de personas en riesgo debieran usar máscaras, ha pasado a recomendar su uso para toda la población. Queda por ver si terminará por integrarse en la cultura occidental en forma definitiva o por lo menos mientras dure esta pandemia.

En la mayoría de los países asiáticos, el uso rutinario de máscaras en público está bien arraigado en su psique colectiva y constituye un verdadero rito, una práctica sociocultural de protección y solidaridad.

En Hong Kong, desde la mortal epidemia de síndrome respiratorio agudo grave del año 2003, el uso de máscaras en público es tan ampliamente aceptado, que aquellos que salen de su casa con el rostro desnudo corren el riesgo de verse sucios o ser regañados.

Han sido precisamente los microbiólogos de Hong Kong,  los primeros defensores del uso de máscaras en la ciudad. En un estudio publicado en la revista médica Lancet, describieron el caso de una niña de siete años que viajó a Wuhan, el epicentro del brote del virus en China, con su familia de 6 personas. La pequeña resistió al covid-19 mientras sus familiares se enfermaron.  La razón: ella usó máscaras durante todo el viaje.

Pero, ¿qué material ofrece la mayor protección? Por logísticas de suministro, las autoridades de salud han recomendado las mascarillas de tela caseras para la población general. Mejor si están hechas de un material más grueso o en capas, para captar las partículas virales, de manera que la luz brillante no pase fácilmente a través de las fibras.

Para los trabajadores de la salud el nivel de protección tiene que ser superior. La mejor máscara médica, llamada respirador N95, filtra al menos 95% de las partículas tan pequeñas como 0,3 micras. En segundo lugar, está el tapaboca o mascarilla quirúrgica típica, hecha con una pieza rectangular de 3 capas y tiene una eficiencia de filtración que varía de 60% a 80%. Los escudos de plástico de cara completa también están ganando aceptación. Todo médico en Venezuela tratando pacientes sin contar con la seguridad adecuada es deplorable. Nadie va a la guerra sin protección.

Con la recomendación del uso universal de las mascarillas, vienen nuevos desafíos para prever suficientes N95 y tapabocas quirúrgicos para trabajadores de primera línea. Actualmente, hay una escasez mundial de máscaras y las compras compulsivas pueden incidir en la escasez de este material primordial.

Como hay movimientos antivacunas, ahora también tenemos la histeria de las Ligas Antimáscaras Pro-Libertad, igual como las tuvimos en la gripe española de 1918. A Los obstinados virus les tiene sin cuidado las teorías conspirativas. Son parásitos intracelulares obligados que “hacen fiesta”  teniendo el cuerpo humano como anfitrión.

Las máscaras no nos van a intoxicar de dióxido de carbono, ni usarlas va a debilitar nuestro sistema inmunológico, como “los noticiólogos de alertas falsas” predican.

En Venezuela, informes de organizaciones internacionales advierten que la pandemia es una «bomba de tiempo”que coincide con otras crisis preexistentes de dimensiones épicas, todas al mismo tiempo, con un potencial impacto devastador y desigual en la población.

Estos virus “nos tapan la cara”, pero no cubren los ojos para ver las deficiencias de nuestro sistema de salud. Éramos muchos y parió la abuela.

El dicho «Nunca se sabe quién está nadando desnudo hasta que baja la marea» nunca ha calzado tan bien cual anillo al dedo, como en esta peculiar encrucijada.

A pesar de lamentar la incomodidad que supone, es nuestra responsabilidad proteger a los demás de lo que no sabemos si está en nuestra respiración. La normalidad de ahora está enmascarada.

“Mi máscara te protege, tu mascara me protege”.

Al mal tiempo, una bella mascarilla.

@santiagobacci


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