Imagino ya algunas cosas que debes tener en mente con este título y no han de ser muy distintas a los mensajes que he recibido este año en las distintas actividades relacionadas con mi investigación sobre el matrimonio. Considero menester destacar que en modo alguno estoy en contra del amor, ni que personas legítimamente se unan de manera permanente y perpetua para ejecutar un plan de vida común guardándose fidelidad, todo lo cual está muy bien, pero de eso no se trata estas líneas, el problema es que ello sea impuesto como una finalidad existencial y que estructuras distintas a los contrayentes, llámese iglesia, estado e incluso sociedad, hoy en día redes sociales dispongan condiciones y consecuencias de tales uniones, de lo que si se tratarán estas líneas, es más bien traer a la mesa puntos de vista y perspectivas de esa importante creación social, cultural y jurídica que es el matrimonio y cuya idea y práctica me atrevo a afirmar ha generado más desventuras que felicidad, no porque exista casos de matrimonios que no resulten excelentes ejemplos de convivencia y apoyo, sino que cultural y socialmente se ha tenido al mismo como se indicó en una finalidad existencial, lo que a su vez pudiera ocasionar que muchas personas al no contraer matrimonio, por no conseguir con quien, al hacerlo y encontrar que no es como se nos había hecho creer que era, o simplemente porque no desea y en entorno social lo empuja a esa vía, puede generar la sensación de fracaso, o de que en algún  momento aparecerá esa persona ideal, que en efecto es no solo un ideal sino también una imposición cuando tal vez si nos detenemos a pensar un poco que probablemente estamos ante una creación ficticia con otras intenciones distintas a las del plano sentimental que nos quieren vender, y aquí se devela otra falacia, y es que pretendemos meter en un mismo saco varías cosas que son distintas como el amor, el sexo, la fidelidad, la solidaridad, lo social, lo jurídico, lo económico, lo espiritual, para no llamarlo religioso, la procreación, y tantos otros elementos que valga precisar que son absolutamente distintos y que pueden, o no, coincidir en una relación.

Atrevámonos a intentar ver a esta creación social y jurídica del matrimonio como una institución de control social y político introducido en la sociedad humana como forma de reducir nuestra naturaleza violenta como mamíferos  en la que los machos procuran su acercamiento a la hembra con fines de procreación debiendo competir agresivamente hasta lograr el fin de la cópula, todo lo cual, si permaneciéramos aún en un estado primitivo, los niveles de violencia serían tales que jamás hubiésemos evolucionado como especie, aunque aún exista muchos de nosotros que como que tal evolución jamás llegó.

Se introduce así la idea de matrimonio como un salvavidas de racionalidad ante la pasión e impulso animal, y con él, la imposición de fidelidad, reforzada con el castigo del adulterio y la bigamia, la presunción de filiación, y más específicamente la de paternidad, con lo que no solo se estaría atendiendo a una gran preocupación social como era la de prevenir malformaciones genéticas como la fibrosis o espina bífida ya que al contarse con una más clara identificación de las castas y estirpes, especialmente en comunidades endógenas se estaría previniendo la procreación entre consanguíneos próximos, sino que también se protegía así y se transmitía el patrimonio familiar, así como títulos y posesiones que conferían determinada autoridad, de mismo modo muchos otros elementos hoy superados (incluyendo por la tecnología) que nos sirvieron de redil de irracionales animales mamíferos humanos para no exterminarnos entre nosotros mismos, ya que al estar algunos, muchos de ellos, casados, se creaban esos límites de no sostener relaciones extramaritales, así como de la limitación de quienes no lo estaban, de aproximarse a aquellas personas marcadas, lo que por lo general se hacía mediante señas y acontecimientos inequívocos para tal fin que van desde la propia ceremonia, publicación de esponsales y hasta la conocida costumbre del anillo. (Aquí sería interesante ahondar un poco sobre la idea del anillo de compromiso como marca de reserva y del anillo de matrimonio como marca de propiedad, pero si abrimos aquí el tema no saldremos nunca este breve artículo que solo tenía la intención de presentar unas perspectivas diferentes de tena que al parecer jamás será solucionado).

No tenemos razones para dudar que en esos primitivos tiempos en los que la irracionalidad humana era casi total, y no es que en muchos aspectos no hemos avanzado casi nada, la imposición de matrimonio tuvo su finalidad, sea desde su una dimensión mística como la religiosa, o mucho más reciente, en una dimensión política, en cuanto al reconocimiento por parte del estado, lo que también pudiéramos estar ante otras falacias y bien orquestado engaño, el de tener que reconocer a éstos, a los estados no solo como una autoridad, sino como una voluntad adicional a la de los contrayentes quien en ejercicio del derecho al libre desenvolvimiento de la personalidad y del derecho de asociación deben tener la absoluta potestad de hacerlo sin que otra voluntad intervenga en su intimidad, sea espiritual, volitiva o corporal, entrando en nuestras casas, en nuestros cuartos, nuestras camas, pero también en nuestras compañías, cuentas bancarias, y tantas otras interacciones, como estamos viendo que ocurre con los agentes tradicionales como la iglesia, el estado y estructuras sociales, el «establishment» que en estos tiempos se ha extendido al plano digital y universal gracias a redes sociales como Tweeter, Instagram y Facebook con su famosa «es complicado» entre otras.

Hace meses la humanidad entera supo del divorcio entre Bill y Melissa Gates, y en el caso de muchos foros y redes sociales en la que participan abogados a modo de broma, pero no por ello ajeno a también profundas reflexiones que deberíamos formular, se hacía referencia a que suerte tendría el abogado que llevaría ese caso de divorcio, ya que esa impuesta noción de matrimonio como finalidad existencial suele asociarse también en casos de ruptura y disolución como sinónimo de contención y litigio, otro vestigio de nuestra irracionalidad y primitivismo.

Como suele ser común en estos casos de divorcios de personajes conocidos, y esperemos que sea superado, la apreciación general es que se considere que se está ante una situación de fuertes y graves tensiones en las que generalmente se piense que existen episodios de infidelidad y de los que se generarían fuertes choques sentimentales, en los que además, de existir algún contenido patrimonial, suele también imaginarse las más encarnizadas disputas, casi como que si de la ruptura de la relación sentimental, en este caso matrimonial pero extensible a cualquier otra, surgiera una suerte de responsabilidad que se parecería más a una reclamación por daños por hecho ilícito en el que una parte debe indemnizar a la otra por no satisfacer esa ficticia y creada idea de matrimonio que originariamente obedeció a situaciones que ya debíamos haber superado racionalmente.

No es de extrañarnos que en esos episodios que conocemos sobre rupturas, aquellas de mayor conflictividad, emocional, económica, jurídica o de cualquiera otra índole, suelen ocurrir en entornos de personas poco dominio racional de su entorno, en la que baste que sólo alguno de los intervinientes tenga limitadas herramientas intelectuales para enfrentar la situación, la cual percibirá como un fracaso del que se victimiza responsabilizando a la otra y a quien pretende exigirle esa suerte de reparación de daños, muchos de ellos por conceptos que si bien pudieran estar previstos legalmente, no son otra cosa que ficciones jurídicas que deberíamos también ya superar y que por el contrario, observamos siguen siendo utilizados como Instrumento de control social y político, incluso de poder, lo que nos recuerda las nociones de Biopoder y Biopolítica de Foucault que bien vale repasar pero que lastimosamente escapan de estas líneas.

Contrariamente, en aquellas relaciones en las que existe, o queremos creer, que existe una aproximación más racional en su extinción, si bien es imposible creer que ellas puedan verificarse sin consecuencias emocionales, jurídicas, económicas y hasta en redes sociales, vemos casos como el también reciente divorcio (2019) de Jeff Bezzos y Mackenzie Scott, en el que no solo el magnate prácticamente no vio afectada su posición entre las personas más ricas del mundo, sino que más recientemente vuelve a impactarnos por su viaje espacial privado que significaría una nueva etapa en los viajes turísticos espaciales, un logro cuya entrega, dedicación y estructura de pensamiento no podría tal vez si hubiese estado casado en términos tradicionales, o por lo menos en el carácter que se tomó en consideración al insertar esa institución en la sociedad, y es que hay múltiples situaciones, actividades y misiones de vida incompatibles con la noción de matrimonio como interferencia de una voluntad ajena a la de los contrayentes, de orden espiritual, ideológico, jurídico, social o mediático, así como de consecuencias no previstas y fijadas por los mismos contrayentes.

Aquí bien vale reflexionar un poco en cuanto a que luego del Bezzos – Scott, ella contrajo nuevas nupcias, mientras que él tiene es «pareja», igual situación que la de otro referente en temas de riqueza, tecnología y ahora exploración espacial, Elon Musk, quien luego de par de divorcios no ha vuelto a contraer nupcias, y es que pudieran muchos considerar que la institución matrimonial, por lo menos como hoy la conocemos sería una especie de lastre, en estos casos en los que literalmente se desea volar y no anclados en la tierra.

Como resultado de esa creencia del matrimonio como finalidad existencial que se estatuyera como requisito para crear familia y perpetuarse mediante la descendencia, hasta para acceder a círculos sociales mínimos que permitan educación, trabajo y salud básicos, no sería de extrañar que haya quienes opinen que el progreso de la sociedad se ralentizó al no poder contar con la entrega de grandes mentes entre los que había personas a otra empresas distintas a la idea tradicional de matrimonio, el de la casita, los niños y el perrito, ya que tal vez algunas de ellas estaban casadas y obligadas a permanecer es ese estadio ante la prohibición y dificultad del divorcio, viendo así limitado su espíritu emprendedor,  así como de solteros que luego de cierta edad eran estigmatizados y rechazados socialmente, lo que también podía afectar su entrega a otras misiones distintas a la de procurar un santo y luego estatal matrimonio. Es curioso destacar que entre los casados, convencidos o no, pero en definitiva limitados de alguna manera (ya sé que este es un tema álgido pero podemos abordarlo en otra situación) o los solteros socialmente entredichos, abría la puerta a una nueva categoría especial de personas en una situación privilegiada entre ambos estados, la del viudo, al que no se le exigía de igual manera la obligación de casarse ni la de permanecer en tal condición, pudiendo dedicarse con mucha mayor eficiencia a empresas libertarias como las de luchas independentistas, surgimiento de nuevas naciones y encontrarse con continentes en medio de viajes de exploración de nuevas rutas comerciales.

Hay chistes sobre cómo hubiese resultado la historia si Simón Bolívar o Cristóbal Colón hubieran estado casados. ¿Sabías que ambos eran viudos, igual que lo era Thomas Jefferson y otros interesantes personajes de la humanidad?

Pablo de Tarso, de cuyas enseñanzas se desarrolla gran parte la noción del matrimonio católico, desde su segunda carta a los Corintios recomendaba permanecer como él, es decir «agamois«, sin casarse, o si enviudase, mantenerse así; afirmación o recomendación nada fácil de asimilar ya que pudiera entenderse como que desaconseja el matrimonio, tema que jamás he visto que se le menciona a los futuros contrayentes en los cursos preparatorios matrimoniales, pero que una vez contraído, deberán los contrayentes permanecer casados, y el algunos casos hasta que la muerte los separe (aquí también hay otros aspectos que acomodaticiamente silencian en los cursos prematrimoniales, pero podemos atenderlos en otra ocasión), lo ideal aquí es que cada uno lea individualmente a Pablo y de esa manera de formar su propio criterio, no solo sobre la idea del matrimonio eclesiástico, sino del matrimonio en general como institución de control social y político y en la que el ingrediente sentimental, el amor, el elemento más importante de todos fungía como señuelo, una simple carnada para permitir otras voluntades invadir nuestra intimidad, la más importante, de la nuestra voluntad.

Tal vez sea momento de repensar en que esa unión libre y voluntaria de quienes genuinamente deseen asociarse para llevar un plan de vida en común no permitan la intromisión de voluntades ajenas como las de las iglesias, los estados y la sociedad, hoy representadas por muchas de las redes sociales que invaden cada día más nuestra intimidad corporal y mental imponiendo normas de conducta y hasta de pretendida justificación ante cualquier situación sentimental que se atraviese como si de alguna manera existiese una obligación de notificar las razones de estar o no en una relación, con quién o de si la misma se rompió. Algo que en lo personal me parece absolutamente patético, pero quien sabe si con el tiempo cambio de opinión y hasta apoyo esas prácticas.

Estamos en el Siglo XXI, en la era de la transformación digital, y aunque pareciera extraño y difícil de comprender, esto no es un tema eminentemente de implementación de tecnología, es más bien un asunto de repensar principios y valores humanos, de la manera en que interactuamos y comprendiendo que todos somos diferentes, y que cada relación sentimental es única, por lo que mal podemos pretender constreñirnos a fórmulas estándar al buen estilo decimonónico y en muchos aspectos hasta medieval, en que quienes en realidad se casaban eran las familias y los contrayentes rara vez podían hacer valer su voluntad.

Cada persona, cada relación debería poder crear su propia idea de matrimonio si así desea, desde aquellos que creen firmemente en el matrimonio católico entre un solo hombre y una sola mujer con fines procreacionales el poder unirse bajo el rito eclesiástico sin necesidad de que surjan consecuencias jurídicas o patrimoniales de los estados, o los que deseen unirse, quieran asociarse  sin discriminación alguna, cualitativa o cuantitativa, para llevar a cabo planes de vida en común  y desarrollar libremente su personalidad, igualmente sin tales consecuencias, sin la necesidad de reconocimiento alguno por ninguna autoridad, y más importante aún, sin imponer ni dejarse imponer ‘pensamientos y consecuencias ajenas a la voluntad de los asociados.

El matrimonio y el divorcio no «son» necesariamente fracaso, tampoco necesariamente elevación personal, será y es lo que cada quien desee hacer, intentemos liberar esas categorías rígidas propias de sociedades tribales y primitivas y pensar en relaciones más genuinas, más sinceras, más libres, en el aspecto más importante que la podamos concebir, la libertad de nuestra voluntad.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!