Un acuerdo aceptable para todos es la única salida que tenemos, al menos en estos momentos, para superar la catástrofe que ha provocado el régimen bolivariano por un desgobierno usurpado, que ha construido con profunda eficiencia una crisis que ha dejado de ser coyuntural, exclusivamente política, para convertirse en una crisis estructural insostenible que abarca todos los sectores; por lo que acertadamente se ha calificado de emergencia humanitaria compleja, con las importantes implicaciones que conlleva, sobre todo en el plano internacional.

Los países que han apoyado el restablecimiento de nuestra democracia: Estados Unidos, Canadá, Noruega, la Unión Europea, parecen hoy agotados ante un proceso que no ha encontrado la dirección correcta y el final esperado, por falta evidentemente de un liderazgo que lo pudiera guiar con éxito. Todos en el lado opositor coinciden en que el camino hacia la transición democrática en el país se basa en una elección libre y justa que refleje la verdadera voluntad de los venezolanos; pero es la transición en su plena expresión lo que debe constituir el verdadero centro de una negociación, pues una elección libre y justa, supervisada por actores independientes, deberá llevarnos a un proceso de transición en el que se recurrirá a todos los mecanismos o procedimientos que conforman la justicia transicional.

Lo más importante es saber que vamos a hacer el día después de una elección libre y de un cambio de gobierno. Estos nefastos años han sucedido muchas cosas. Ha habido violaciones graves de derechos humanos, crímenes internacionales y ofensas que no serán fáciles de curar. Durante estos años se han cometido crímenes muy dolorosos. Asesinatos y torturas, desapariciones y ajusticiamientos, todo lo que tendrá que ser considerado en su oportunidad en el marco de la justicia transicional que se deberá activar en su momento. Si queremos superar la crisis en forma definitiva y rehacer el país, sus instituciones y la vida en democracia, debemos desde ahora hablar de justicia, de reconciliación, de paz, de futuro, de un país en el que todos debemos caber.

Hasta ahora se ha mantenido en la negociación iniciada un hermetismo saludable. Entendemos sin embargo que todo lo que se conversa y se negocia debe basarse en la realidad del país y que cualquier acuerdo que se logre deberá responder al sentir de todos los venezolanos. No es el régimen y un sector de la oposición, por muy respetable que sea, los que van a decidir el destino del país. Son los venezolanos a quienes corresponde tomar esas decisiones.

El centro ha sido hasta ahora la negociación de nuestros derechos civiles y políticos. El régimen nos ha secuestrado, ha vulnerado todos nuestros derechos y ahora nos llama a una negociación para ver hasta qué punto podría aceptarse el reconocimiento de tales derechos. Es paradójico y canalla, pero pareciera que todo forma parte de un paquete que hábilmente han construido.

El régimen lleva a la mesa de negociaciones, como si se tratara de prebendas o concesiones, el disfrute del derecho que tenemos todos de elegir y ser elegido, a no ser enjuiciados políticamente por órganos controlados por el poder, a que cese la persecución y de la discriminación por nuestra manera de pensar, a la libertad de expresión, en definitiva, de todos los derechos inherentes a la persona humana. Algunos hablan de “avances” pero realmente lo que vemos a diario es todo lo contrario.

Al mismo ritmo que se “avanza” en las negociaciones se insiste en el juego perverso. Mas persecución, más detenciones arbitrarias, la de Javier Tarazona de Fundaredes imputado políticamente por “terrorismo, traición a la patria e incitación al odio”, es un ejemplo; la destrucción de las instituciones, los anuncios de reformas del poder judicial a cargo del teniente Cabello, por supuesto inaceptables y contrarias a todo, es otro. Mas torturas, menos libertad, más discriminación en todas sus actuaciones al margen de las “negociaciones” que podrían alejarse de la transición y acercarse más a tácticas dilatorias que alargan la sobrevivencia del régimen, agotan a la oposición y abren el espacio a una cohabitación que nos someterá para siempre.

En su estrategia perversa el régimen solicita, además, como condición para “negociar” que se levanten las sanciones, lo que muestra lo que todos sabemos, ausencia total de flexibilidad. Las sanciones son como hemos dicho la herramienta política mas importante que tenemos para lograr que el régimen se siente y avance, para lograr lo que todos queremos que es la transición hacia la democracia, un camino que va mucho más allá de un acuerdo electoral. Levantarlas antes de lograr todo, absolutamente todo, sería suicida.

El proceso avanza y probablemente se asome algún acuerdo en las próximas semanas, un acuerdo que en cualquier caso deberá responder a los intereses de todos y no solamente los de algunos sectores de la oposición. Lo que se acuerde, para que pueda ser viable y pueda tener un significado práctico, debe ser aceptado de alguna manera por todos los venezolanos. Sin entrar en los detalles de representatividad debemos confiar en quienes en estos momentos pueden avanzar ese proceso que suponemos tienen una clara visión nacional y que no tienen intereses y proyectos personales.

Limitarse a “negociar” nuestros derechos es absolutamente insuficiente, si queremos superar la crisis que hunde al país. Es la transición lo que está en juego.


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