Por Erica Muñoz

«La educación debe ser comprometida, crítica y revolucionaria.

Hay que ver la educación como algo más que un diploma

o instrumento para conseguir trabajo

al servicio de la cultura de una empresa«.

Giroux

El ser humano coexiste en la naturaleza, su dicotomía es necesaria para comprender que una va precedida de la otra, su relación con el pensar se traslada a las diversas culturas y formas de organización e interacción social que se han creado. El hombre en su devenir se convirtió en el centro del mundo, en sujetos de la sociedad antropocéntrica, una nueva percepción de la realidad donde la naturaleza paso a ser un objeto trasformado por la ciencia y la tecnología, un pensamiento de linealidad, reduccionismo, mezclado con liberación. Afirmaba a finales del siglo XIX, Emile Durkheim (1985):

… el hombre no puede vivir en medio de las cosas sin formular sus ideas sobre ellas y de acuerdo a las cuales arregla su conducta. Pero como estas nociones están más cerca y más a nuestro alcance que las realidades a que corresponden, tendemos naturalmente a sustituirlas a estas últimas y a hacer de ellas la materia prima de nuestras especulaciones (p.45).

La naturaleza antropológica del ser humano con base en lo anterior converge entre lo filosófico, lo cultural y lo biológico, para definir, la identidad, el origen y aspectos biológicos propios del ser humano como organismo viviente. Un estudio de la forma física humana, el comportamiento social, sus creencias, lenguas, modos de comportamiento y de realizar acciones, se entrelazan con el trabajo y formas de subsistencias.

Desde esta perspectiva, el desarrollo del homo faber, visión que establece Arendt en su obra “La Condición Humana” (1958) define una división tripartita entre las actividades humanas de labor, trabajo y acción.

El homo faber establece una manera de pensar para transformar la naturaleza a un factor de producción. Explica Arendt (2007):

(…) en los tiempos iniciales de la Edad Moderna, el hombre era, en primer plano, concebido como el homo faber hasta que, en el siglo XIX, el hombre fue interpretado como un animal laborans cuyo metabolismo con la naturaleza generaría la más elevada productividad de la que la vida humana es capaz. Al contrario de esas definiciones esquemáticas, sería adecuado para el mundo en que vivimos definir el hombre como un ser capaz de acción; ya que esta capacidad parece haber tornado el centro de todas las demás facultades humanas (p. 95).

Esta clara ruptura del hombre-naturaleza sumergida en la postura positivista se alzó como noción óntica de vida, en la premisa del orden como condición fundamental del progreso. Se establecieron las ideas mecanicistas, materialista, con legitimidad científica, que reducen la naturaleza a un objeto utilitario, reduccionista, fragmentado y cosificado. Un pensamiento opresor se hizo presente generando a su vez sistemas de opresión que dinamizaron condiciones socioculturales para ello, justificando abominaciones como la distribución desigual de los recursos naturales bajo el sometimiento de la naturaleza para su beneficio. Al respecto Freire (2001) sostiene:

De ahí que la conciencia opresora tienda a transformar en objeto de su dominio todo aquello que le es cercano. La tierra, los bienes, la producción, la creación de los hombres, los hombres mismos, el tiempo en que se encuentran los hombres, todo se reduce a objetos de su dominio. […] De ahí su concepción estrictamente materialista de la existencia (p.53)

Un lenguaje materialista de la existencia que desde el saber –poder obnubila el pensamiento y la relación hombre-naturaleza en la historia del conocimiento, que ha ido despojando los sentidos y símbolos que forman parte de la acción social de los pueblos, pero además se refleja en la profunda crisis actual, ha causado la degradación y destrucción de la naturaleza del planeta. la ausencia de otros lenguajes que han sido ocultados por la visión globalizante y totalizadora, lo que ha desencadenado un desequilibrio alimenticio, biológico, climático, deontológico, energético, vale decir, la ruptura relacional de la existencia con la coexistencia entre el ser y los otros. Alterando la cultura de los pueblos, su lenguaje y su pensamiento.

¿Replantear esta problemática del pensar en el sujeto subyace en el corazón de un pensamiento complejo, una forma distinta del pensamiento y el lenguaje en la relación ser humano-naturaleza-tecnologías?

Un pensamiento para que se resista al poder requiere de una claridad en la relación de libertad mediante el dominio de sí mismo, una hermenéutica del sentido en el arte de la interpretación con una perspectiva epistemológica fenomenológica con base en la experiencia subjetiva como fuente de conocimiento, que se traduce en la comprensión de los fenómenos que existen en equilibrio con la propia existencia y del mundo. El pensar del sujeto para poder realizar este análisis de las relaciones que pueden existir entre la constitución del sujeto, o sus diferentes formas, y el poder-saber subyace en la naturaleza del pensamiento crítico, en lo complejo y creativo de un proceso consciente y deliberado.

En Latinoamérica este entramado del pensar se visibiliza en la realidad social y la particularidad e idiosincrasia de la región, que han estado fuertemente enraizados en sus tradiciones intelectuales con el apoyo de la educación. Hoy se conocen posturas como la teoría de la resistencia del canadiense Henry Giroux (1985) inclinada a visibilizar la reproducción cultural, el poder, el determinismo social y el pensamiento único. Una propuesta que coloca en evidencia las prácticas pedagógicas que nublan en el educador el pensamiento crítico para acceder a la verdad desde otros lenguajes, neutralizando el potencial transformador de la escuela y de un pensamiento crítico para ejercerla.

La idea de la teoría crítica en el pensamiento proviene de la Escuela de Frankfurt que fue aplicada al ámbito educativo, generando una pedagogía crítica que sostiene la formación como pedagogo crítico y de acción reflexiva para enseñar la diversidad de disciplinas, favorecer la formación integral, la humanización y el desarrollo un pensar que se traslada a un lenguaje para vivir en democracia, para entender que los problemas sociales no son hechos aislados, sino consecuencia de los intentos de dominación de unos grupos sobre otros. Una pedagogía crítica actual conlleva a visibilizar las condiciones en las cuales se desenvuelve la tecnología, tanto en el microcosmo de una escuela como en el macrocosmos de la sociedad.

La postura de la resistencia es un rechazo a una educación reproductora de un pensamiento único, reduccionista, que se construye desde la manipulación cognitiva en sus diferentes clases sociales para dividir y legalizar las formas de conocimiento, valores, lenguaje. Una educación usada como un mecanismo de control estatal que legitima los imperativos económicos e ideológicos con el fin de mantenerse en el poder. La emergencia del pensar ante un currículo oculto en esta dinámica social con un gran peso ideológico, es imperativa hoy para derrumbar la construcción de subjetividades que determinan las conductas de servidumbre mental para favorecer el orden ya establecido, reflejando así una representación social.


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