Ilustración: Juan Diego Avendaño

Causan indignación y tristeza las declaraciones emitidas por Luiz Inácio Lula da Silva sobre el régimen chavista. Dijo en Brasilia al recibir a Nicolás Maduro que el autoritarismo en Venezuela “es una narrativa construida”. Resulta incomprensible que el antiguo luchador por los derechos humanos –y especialmente de los trabajadores– pretenda por fidelidad partidista (¿sin fundamento ideológico?) hacer olvidar los crímenes cometidos por el grupo político-militar que está al mando en “el país llanero” (interesante calificación). Y tristeza porque revela la falta de solidaridad de ciertos demócratas brasileños con el pueblo venezolano, que en su momento dio refugio a algunos cuando fueron perseguidos.

Según el líder de cierta izquierda suramericana, la opinión existente en el mundo sobre Venezuela –¡al menos admite que es general!– es resultado de “una narrativa construida por adversarios políticos”. No responde, pues, a una realidad, sino a una campaña promovida por un país (Estados Unidos) al que “no le cae bien” el régimen de Nicolás Maduro. Como una noticia falsa (o “fake new”), tan comunes en estos tiempos.   Se trata, a través de la misma, de elaborar un relato o una argumentación basados en hechos engañosos, aunque para darle credibilidad, se construye casi siempre a partir de algún elemento real. Apelan frecuentemente a prácticas de ese tipo casi todos los gobiernos (ahora sabemos que desde la antigüedad, pues se han descubierto en inscripciones egipcias) o grupos interesados. Es tarea –a veces principal– que se confía a las agencias de información, especialmente en casos de conflicto (o en tiempos electorales).

No es la primera vez que el presidente brasileño, molesto por una opinión pública contraria a uno de sus amigos, trata de cambiarla, atribuyéndola a campañas interesadas. Cuando en 2010 muchos en el mundo manifestaron su solidaridad con los presos políticos cubanos en huelga de hambre los llamó “delincuentes comunes (“bandidos como los de Sao Paulo”) que debían respetar la justicia y el gobierno cubanos”. Y hace poco ante la condena casi unánime de la invasión de Ucrania emprendida por Rusia, quiso disminuir la responsabilidad de V. Putin (“en la guerra no hay un sólo culpable”) alegando que otros (Estados Unidos y Europa) podrían haber “solucionado el problema” y que V. Zelenski –“parte del espectáculo”– es “tan responsable” como aquel. Por lo demás, es conocida su admiración por el caudillo venezolano: “no basta un siglo para producir un hombre de las cualidades de Chávez” escribió en marzo de 2013.

Según Lula da Silva es un cuento que en Venezuela ha habido elecciones fraudulentas desde 2013 (por lo menos), aunque lo han constatado observadores imparciales (y la empresa encargada del manejo de las máquinas de votación); que se convocó ilegalmente una “asamblea constituyente” sólo para sustituir al órgano legislativo de mayoría opositora; que se designó con violación constitucional a los titulares de los otros órganos del poder público. No es cierta la supresión de los derechos políticos y las limitaciones impuestas a los partidos de oposición. Es una mentira la supresión de la libertad de información, conseguida con el cierre de más de 300 emisoras de radio, el bloqueo de más de 50 páginas web informativas y la desaparición de 114 periódicos (apenas circulan 3 diarios). Es un mito la confiscación de las instalaciones y bienes de Radio Caracas TV y El Nacional, los dos medios más importantes del país.

Es una invención de tribunales y organismos de distintos países que funcionarios y allegados del régimen se apropiaron entre 300 y 500 millardos de dólares (al menos) de los ingresos del estado (lo que han admitido algunos inculpados); que los servicios públicos esenciales (educación, salud) dejaron de funcionar; y que la infraestructura existente (electricidad, vías, etc) colapsó a causa de la incompetencia y corrupción de los encargados. Es sólo leyenda el aumento de la deuda pública hasta el 307% del PIB (octubre.2022), la caída de la producción petrolera, la altísima inflación (971.233.440.134% entre 2013 y 2022) y la estatización de tierras, industrias y comercios (que dejaron de producir). Es una conseja el empobrecimiento de 94,5% de la población (76,6% en pobreza extrema) y la emigración (emprendida por muchos a pie) de más de 7,2 millones de personas (415.500 asentados en Brasil, que no se ven desde el Palacio de Planalto).

Llama Lula da Silva “narrativa construida” la difusión de los crímenes ejecutados por fuerzas del régimen contra los venezolanos. Desde 2016 han muerto 34.432 personas en “enfrentamientos” con agentes del Estado. Desde 2014 cientos de venezolanos cayeron muertos o fueron heridos y miles fueron detenidos en manifestaciones de protesta. “Foro Penal” reportó en mayo pasado 285 presos políticos, hombres y mujeres, con frecuencia sometidos a torturas. El Consejo de Derechos Humanos (ONU) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han comprobado la violación constante de los más elementales derechos. El 30 de marzo pasado el fiscal de la Corte Penal Internacional desestimó un recurso de representantes de Nicolás Maduro y decidió continuar la investigación abierta por considerar que existe una base razonable para creer que en Venezuela los cuerpos de seguridad han cometido crímenes contra la humanidad, sin que se haya enjuiciado a los responsables ni reparado a las víctimas.

Según Lula da Silva están equivocados los casi 60 gobiernos del mundo que han negado legitimidad a Nicolás Maduro. Como muchos líderes y personas (algunos que ni siquiera conocen la ubicación geográfica de Venezuela) así lo manifiestan. Por supuesto, han sido engañados la mayoría de los miembros de la Asamblea General de la ONU y de otras organizaciones internacionales que, reiteradamente, han denunciado las acciones del régimen de Nicolás Maduro. No dicen la verdad ong independientes (como Amnistía Internacional, HRW o World Justice Project), cuyos informes han mostrado la violencia del poder y la carencia de servicios para atender a la población. Calla sobre los daños causados al medio ambiente en Guayana y Amazonas. No ignora el presidente brasileño que casi todos creen que el “madurismo” es una dictadura:  confesó que tuvo que discutir con muchos sobre el asunto. Al parecer solo él tiene una visión correcta de la historia.

Resulta indigna la actitud de Lula da Silva. Es el líder de un país que sufrió una larga dictadura militar (1964-1985) que interrumpió su desarrollo democrático, violó los derechos humanos de millones de personas y fomentó la destrucción de la Amazonia. El mismo fue víctima de ese régimen (como también su sucesora, Dilma Rousseff), situación que ambos sufrieron con dignidad. El mundo celebró su elección en reconocimiento a su trayectoria democrática y su propuesta de erradicación de la pobreza. Aunque mejoró la situación, no realizó cambios estructurales profundos. Ahora, el apoyo a una dictadura de corruptos y narcotraficantes que ha causado males inmensos a la población de un país latinoamericano traduce renuncia a las ideas y las luchas. Y también inconsecuencia para con los venezolanos que dieron refugio a brasileños perseguidos (entre otros, el educador Darcy Ribeiro y el político Fernando Henrique Cardozo) y animaron el proceso de democratización (1985).

Pero, también la postura de Lula da Silva (amistosa hacia los tiranos) provoca tristeza. Sus expresiones indican que o bien no está debidamente enterado (lo que no es admisible dada su condición de dirigente de un país que aspira figurar entre los que deciden el futuro del mundo) o ha abandonado la lucha (para mantener el liderazgo dentro de su “foro” o “grupo” internacional). Se puede afirmar que, sin duda, no era ese el comportamiento esperado de él (niño trabajador, conductor de los obreros metalúrgicos, organizador de huelgas contra la dictadura). Más bien el de un líder de la libertad, comprometido con las causas sociales, promotor del uso racional de los recursos y, especialmente, los de la Amazonia. Por eso, los gestos mencionados de Lula han sido duramente criticados tanto dentro (en el Parlamento Federal) como fuera de Brasil, incluso por gente de su campo, como el chileno Gabriel Boric.

Lula da Silva mereció el reconocimiento de los brasileños, cuyas condiciones de vida intentó mejorar. Y también el aprecio de otros pueblos por mantener cordiales relaciones con países muy diversos. Respetó las instituciones democráticas y garantizó los derechos ciudadanos, aunque dio su apoyo a las dictaduras de Fidel Castro y Hugo Chávez y toleró las prácticas corruptas de Odebrecht que buscaba beneficios ilegales en el exterior. Parece ahora un gobernante diferente. La cárcel –¿injusta tal vez?– amargó su corazón. De continuar así, sus penas influirán en sus decisiones y le impedirán tomar las más convenientes para el futuro de Brasil.

*Profesor Titular de la Universidad de los Andes (Venezuela)

Twitter: @JesusRondonN 

 


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