Venezuela posee grandes yacimientos de uranio, de torio y de tierras raras, además de petróleo, coltán y diamantes, pero su principal riqueza es el agua y la diversidad, que garantizarán la subsistencia de sus ciudadanos. Obviamente, en los últimos veinte años, después de que quedó claro que la tan cacareada protección del medio ambiente que ofrecía el teniente coronel y sus cómplices era un vulgar aprovechamiento electoral, el agua y la biodiversidad han sido víctimas de las más grandes tropelías. Se destruyen grandes extensiones de bosques con sus habitantes –sean animales, plantas o microorganismos– y se envenenan las corrientes de agua con mercurio, cianuro y otros materiales tóxicos utilizados en la minería.

Desde comienzos de la década de los años setenta se guardaba el secreto de las importantes reservas de torio encontradas en el cerro Impacto, al sur del  río Orinoco. Las prospecciones se hicieron dentro del programa la Conquista del Sur en el más rigoroso secreto. Pocos militares lo sabían. El torio es un mineral radiactivo que puede sustituir con ventajas al uranio en la producción de energía pacífica. Las plantas de torio son más “limpias”, emiten menos CO2.  El gran problema es su extracción.

El cerro Impacto se encuentra dentro de los límites del único parque natural que se ha decretado en los últimos veinte años y que ocupa 75.340.000 hectáreas, el más grande de Venezuela. Es una zona de abundante selva prístina, que ha sido defendida por ambientalistas y científicos. En un tiempo estuvo amenazada con la construcción de una gran represa hidroeléctrica en el Alto Caura, pero los proyectos fueron engavetados. Sin embargo, con la excusa del Arco Minero se ha incrementado la minería ilegal, el desalojo de los pueblos nativos y la desforestación irracional.

En los mapas de uso corriente no aparece señalada la ubicación precisa, pero ahí trabajaron durante muchos años geólogos y científicos que tenían su base San Juan de Manapiare, en Amazonas.  Cerro Impacto tiene 10 kilómetros de diámetro y es rico en torio, bario, cuarzo, titanio y otros minerales de gran valor. Hasta hora se ha mantenido como una reserva estratégica, pero con el desastre económico de los últimos años, después de la destrucción de la industria petrolera y de las industrias básicas de Guayana, ha florecido una tendencia extractivista que puede ser el fin definitivo del país, de su hermosa geografía y de su población.

En esa zona protegida hay cientos de plantas y animales autóctonos que no han sido clasificados ni estudiados, otros tantos no han sido descubiertos, pero su producción más grande es agua potable, ahí se encuentra 84% del agua  con que cuenta Venezuela, y corre peligro. Rusia, Irán y China, junto con emisarios de las FARC-ELN, han hecho sus propias prospecciones y presionan al gobierno para que modifique o deje sin efecto los decretos  que regulan las áreas naturales bajo administración especial, que son los parques nacionales, los monumentos y las zonas de reserva de biósfera.

Los extractivistas, los que no miran las consecuencias, nunca calculan el impacto ambiental. Suponen que la naturaleza está ahí para sacarle provecho, que ellos son los únicos dueños del planeta. Uno de esos personajes publicó  en una página oficiosa que  debajo del suelo de Venezuela hay  3,86 veces el PIB anual de Estados Unidos, que es 16 billones de dólares. Podría ser verdad, pero extraerlos sería tan perjudicial para el planeta como la administración roja-rojita lo fue para Pdvsa, que no solo destruyó las refinerías, sino que también convirtió en inservibles cientos de ricos pozos petroleros. La meta petrolera del país era producir 10 millones de barriles diarios, pero produce poco menos de 600.000, y Rusia ahora suple a su principal cliente, Estados Unidos. Cerrado por falta de energía.

@ramonhernandezg


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