Cubazuela es tierra de nadie y de todos. Una colcha de retazos controlada por invasores. Sus borradas fronteras originales la han convertido en territorio interiormente secuestrado por bandas narcotraficantes y terroristas locales, fronterizas y foráneas, cada una dueña de un trozo. ELN, FARC, Hezbolá y pranes chavistas dirigen la vida rutinaria total o fragmentada de ciudades y dispersas poblaciones que configuran a los estados Amazonas, Bolívar, Apure, Táchira y Zulia. Ese sur-este ya perdió su institucionalidad civil, cívica, civilizada. Es gobernada desde las armas bélicas en manos del pranato militarista.

El resto todavía es parcialmente nacional centrado en la ciudad capital más dos o tres estadales ya infiltradas por los mismos piratas que sin o con uniformes castrenses dominan el tránsito domesticado y exterior, la distribución de los inservibles antes llamados servicios públicos, a saber, agua potable, electricidad, gas, alimentos, medicaturas y medicamentos, en conjunto la vida que fue comunitaria por mandato constitucional, hoy es sobrevida carente del denominado Estado de Derecho que desapareció por vía revolucionaria constituyente.

Las básicas instituciones disfuncionales que sostienen a este régimen son brazos consulares de Cuba a través del G2 con su cable submarino y en orden jerárquico son: Fuerte Tiuna, Miraflores, FAES, Guardia Bolivariana y otras muchas oficinas anexas destinadas a vigilar escuelas, universidades, negocios privados y todos los detalles de vidas particulares, por igual de militantes y disidentes. Estilo que conduce al llegadero históricamente fatal de las víboras que se autodestruyen en su propia barbarie.

A un costado de esta selva late por ahora un oasis, en vías de liquidación, hoy móvil pues le fue arrebatada la sede legal donde se firmó su antigua carta magna. Ese pedacito que se titula con el respetable nombre de Asamblea Nacional está configurado por miembros todavía en su cargo nominal sin poder para ejecutar sus deberes constitucionales, otros siguen a distancia como exiliados, clandestinos, presos, torturados y los que no pudieron continuar suicidados o directamente asesinados por el régimen.

A propósito del episodio reciente cuando la abogada larense Eva Leal fue agresivamente maltratada por la teniente Ana Palmera, funcionaria de la Guardia cubanista bolivariana casi al punto de asfixiarla con métodos iguales a los de los policías blancos que asesinaron hace poco al negro estadounidense George Floyd, releí una pequeña gran novela del prolífico escritor y periodista español Ricardo Menéndez Salmón, editada por Seix Barral en 2009.

Titulada La ofensa testimonia en su intensa calidad narrativa carente de diálogos, cómo el nazifascismo manipuló la inocencia de humildes jóvenes apolíticos, dedicados a su oficio, obligados a transformarse en monstruos fratricidas. El mismo recurso al utilizado por fascistas etiquetados como izquierda salvadora de fechorías cometidas únicamente por oligarcas, capitalistas traidores ,traidores de la patria comunista que disfrazan como socialista.

Si Eva representa lealmente la ley que asegura un orden social para la convivencia de los distintos, Ana Palmera, con los ojos desorbitados al momento de arañar el rostro de la abogada, es la imagen diáfana de una o dos generaciones en cuya matriz se engendró la delincuencia organizada: un sector privilegiado de nuevos multimillonarios ladrones llamado bolichicos que ya son boliadultos y una mayoría de niños de la calle ya adolescentes y jóvenes nacidos en barrios marginales, padre ausente encontrado por proyección emocional en la figura del padrecito Comandante Chávez. En su nombre y uniformados, ahora revolucionarios delincuentes por fuerza de un derivado mixto: nazismo más estalinismo, al día. Tropicalizado como heroico liberador fidelismo castrista. Idénticamente criminal.


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