El lenguaje como estructura social siempre ha aportado también datos interesantísimos -precisamente- para lo que vamos a exponer a lo largo de este escrito.

De manera contraria a lo que alguna gente cree, dejamos en claro que no se hace inclusión de lo femenino en la sociedad, ni se reivindica a la mujer si se dice muchachos y muchachas, ellas y ellos, todas y todos; o poniendo arrobas en los enunciados para abarcar ambos géneros de una sola vez. Esto último resulta tamaña extravagancia.

Muchas veces porque se pretende enarbolar falsos feminismos escuchamos participantes y participantas, concejales y concejalas, alférez y alfereza, oficinistas y oficinistos, periodistas y periodistos, camaradas y camarados, asistentes y asistentas, y por esa ruta distorsionada y ridícula se termina por ofender o poner en entredicho el verdadero valor de las mujeres en nuestra sociedad.

Las mujeres requieren de nosotros, hoy tanto como ayer, una nueva mirada sociohistórica.

Así entonces las cosas, no le pidamos a las construcciones gramaticales que reivindiquen lo que algunas sociedades, enteramente masculinizadas, excluyen en casi todos los actos de habla, en la vida diaria y en cualquier desenvolvimiento.

Preguntamos, ¿acaso se siente la mujer excluida o discriminada al no verse visualizada en cada expresión lingüística relativa a ella?

Podemos entregar, una y otra vez, las mismas y decididas respuestas a la anterior pregunta: los abusos en los desdoblamientos referidos al género gramatical son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico.

Se nos hace inaceptable e impertinente, en esta época contemporánea, que alguien pueda llegar a pensar que las mujeres son inferiores. No hay el más mínimo argumento serio que avale una aseveración de ese tenor.

Le invito a que hagamos una especie de “tomografía” de bastantes cortes a la palabra mujer.

Es un vocablo muy antiguo y con tantísima densidad sociocultural y emocional, que desde que se formó ha ido evolucionando en estructura y en significado hasta llegar a su valor actual.

El étimo latino original es mulier, que deviene, luego, al español como mujer.

También nos sorprende la proximidad de la palabra mulier con el vocablo mulcere, que significa palpar, tocar suavemente, acariciar;  y la cercanía con el término mulgere, que quiere decir ordeñar. No entremos en discusiones en cuanto al evidente parentesco entre estas dos últimas expresiones lexicales; no ameritan mayores comentarios.

Por otra parte, debemos detenernos críticamente también en la inequidad de género que ha arrastrado y sufrido la mujer a lo largo de la historia; fenómeno que hoy resulta inaceptable desde todo punto de vista.

Insistamos que en cada vocablo hay implícito una carga valorativa; de tal manera que aflora con mulier-mujer una intención oculta de descalificación muy marcada que en ellas ha venido pesando injustamente. Práctica que ebullía con descarada fuerza en la época medieval -con tantos prejuicios-, provocando la desigualdad entre los géneros. Apartheid sufrido por la mujer y que han intentado perdurarlo en el tiempo por cuanto, las estructuras simbólicas han contribuido a crear una concepción de lo femenino conducente a perpetuar la inferioridad de la mujer. Súmesele a esto la adherencia, casi inconsciente que ellas mismas asumen de unas lógicas patriarcales que improntan y deciden un modo de ser, hacer y decir de la mujer.

Para alcanzar la equidad de género debemos, junto con ellas, deconstruir la cultura patriarcal que es, precisamente, donde se alojan, reproducen y encriptan, en su mayoría, las racionalidades que imponen los designios hacia el género femenino.

Observemos con sumo cuidado que hay una relación entre los significados (descalificativos mencionados) asociados al vocablo mujer, y la manera cómo la mujer es (mal)tratada en la sociedad.

Muchos pensadores que se tienen por serios, que aportaron enjundiosos estudios, también contribuyeron con sus escritos a reproducir los menosprecios y la invisibilización de las mujeres. J.J Rousseau sostenía con desparpajo en plena modernidad esto: “… la mujer está destinada a la vida doméstica, por la fuerza de la naturaleza, por sus funciones biológicas, por su razón débil y caprichosa y por lo tanto no habría motivos para reclamar derechos para la mujer”.

Sin embargo, a pesar de muchas limitaciones sociopolíticas, la mujer ha logrado reivindicarse, ha procurado sus propios reconocimientos históricos, ha alcanzado la igualdad de oportunidades y la equidad en el ejercicio de sus derechos, hasta transformar y hacer una resignificación de la palabra mujer, una nueva conceptuación para que deje atrás la heredad desde sus orígenes.

A nadie se le ocurriría en estos tiempos contemporáneos traducir, dogmáticamente, del latín mulier o mujer en español, el menor asomo que implique idea despectiva, porque se ha construido con suficientes esfuerzos -y densamente justificado- una nueva tesitura discursiva, para la plena dignificación de nuestras mujeres.

Aunque persisten, todavía, resabios de una cultura androcentrista que intenta imponerle a la mujer su modo de ser, que terminan limitándola a una constreñida trama sin mayores posibilidades.

Nos regocija que la mujer haya ido deshilachando tales anudamientos existenciales.

Algunos han querido que ellas sigan viviendo bajo ilimitado sometimiento patriarcal; para tales propósitos recurren a la subestimación y al alojamiento en el inconsciente de la mujer un patrón de conducta ajeno a ella misma, para que lo legitime y acepte; con lo cual le producen un daño severo a su autoestima.

Indudablemente que el presente siglo XXI es el siglo de las mujeres. Vamos a permitirnos esa profecía razonable. Ciertamente, la presencia de la mujer en los cargos de responsabilidades había sido lenta, pero se ha vuelto indetenible.

La pregunta que se formula la mujer ante los desafíos de la sociedad ya no es cómo acceder sino la trascendencia de su participación y las consecuencias de sus decisiones. Admitamos, con honestidad, que en estos y en los próximos tiempos habrá muchas mujeres en desempeños públicos y privados para orgullo de los seres humanos y de ellas en particular.

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!