Foto Europa Press

Ya son 8 los muertos, más de 400 heridos y más de 500 arrestos por las protestas en varias ciudades de Irán. Los manifestantes, principalmente mujeres, muestran en las calles su indignación por Mahsa Amin, una joven de 22 años de edad que murió después de que la “policía moral” del régimen la detuviera por llevar el velo obligatorio de manera incorrecta y pantalones apretados.

Por supuesto que el gobierno afirma que las causas de la muerte de Mahsa fueron naturales. Insisten en que ella tenía condiciones médicas previas, que había sido operada de un tumor en la cabeza a los 5 años de edad, que era epiléptica y diabética. La familia niega todo eso e insiste en que ella estaba completamente sana.

Lo que ocurrió es que fue detenida por la “policía moral” por no cumplir con los códigos de vestimenta que el régimen iraní impuso a las mujeres desde 1979 cuando se instauró con una “revolución”. Este cuerpo de seguridad anda por las calles encubierto y vigilante de que los códigos se cumplan. Se supone que no está facultado para hacer arrestos (debido a una reforma relativamente reciente) pero igual lo hacen.

La familia insiste en que Amin fue golpeada en la cabeza y además contra el vehículo policial y se la llevaron para ser “entrenada” sobre el uso del velo. La joven colapsó estando detenida y se supone que la llevaron a un centro asistencial de inmediato, pero murió a los tres días.

Esa ha sido la pólvora que ha encendido las protestas en pueblos y ciudades de Irán. Las mujeres gritan en las calles que quieren su libertad. A través de las redes se les ha visto quemando el velo y cortándose el pelo como muestra de la indignación que sienten. Han recibido la solidaridad de manifestantes en otros países. En Irán están cansados de la brutalidad de un régimen que considera a la mujer mucho menos que un objeto.

Y casualmente ese es el país al que Nicolás Maduro llama “hermano”. No el de las mujeres valientes en las calles que exigen el derecho que tienen de ser tratadas como iguales y sin estrictos y mortales códigos. El presidente chavista se identifica con la cúpula del gobierno iraní, con su presidente Ebrahim Raisi y con su guardián religioso Alí Jamenei, el responsable de todas esas reglas que limitan a los ciudadanos.

Con ellos hace todo tipo de negocios, les pide ayuda y les debe muchos millones de dólares. A ellos les ofrece 1 millón de hectáreas para que vengan a “cultivar”. Con ellos pretenden además llegar a acuerdos en los sectores de la salud e industrial. Y la guinda: con ellos también negocia la formación en Irán de venezolanos de entre 14 y 16 años de edad en el área científica y tecnológica. Esto último es muy grave, pues de todos es conocido lo moldeable que es la mente de un adolescente y esta será expuesta a una educación en un país ajeno a nuestros valores, a una cultura que denigra a la mujer, que no respeta los derechos humanos. ¿Y lo que no se dice pero es un secreto a voces? Los campamentos que reciben a estos muchachos se dedican a entrenar en materia militar y hasta terrorista para que estén dispuestos hasta inmolarse por su líder. ¿Puede un gobierno llegar más lejos? Por muy buenas que sean las relaciones con la república islámica entre los gobernantes desde que Hugo Chávez asumió el poder, debe haber límites.

La muerte de Mahsa Amin es una tragedia que ha indignado no solo a la sociedad iraní sino al mundo entero, porque es algo que ha venido pasando desde hace más de 40 años. ¿Puede una «policía moral» decir si está bien asociarse con este tipo de regímenes? ¿Será que en Miraflores voltean para otro lado por conveniencia? Venezuela definitivamente está sobre los intereses de la cúpula chavista y hay que decirlo.


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