In God we trust.

En Dios confiamos.

Frase inscrita en el dólar de Estados Unidos.

Todas las sociedades civilizadas siempre han funcionado con la confianza. Confianza en nosotros mismos, confianza en el Estado de Derecho, en que funcionará el ascensor que nos va a llevar al piso donde vivimos. Confianza en que la policía acudirá a nuestro llamado para librarnos de un atracador. Confianza en que nuestros alimentos no están contaminados. Confianza en que podremos surtirnos de combustible para movilizarnos en nuestros vehículos. Confiamos igualmente en que los abogados nos redacten bien los documentos que necesitamos para registrarlos o dar fe de los mismos. Confiamos en que la farmacia de turno nos den el medicamento que necesitamos. Simplemente confiamos en que viviremos el día siguiente.

La sociedad productiva y por excelencia estructurada en la libertad de consumo y de producción es la fundamentada en la economía de mercado. L. L. Angas, un autor de un buen libro sobre colocaciones bursátiles, nos aclara al respecto:

Uno no se da cuenta generalmente de que existen cuatro formas completamente diferentes de «confianza económica», a saber:

(i)  Confianza en el gobierno.

(ii) Confianza en los bancos.

(iii) Confianza en la moneda en sí misma.

(iv) Confianza en el futuro de los negocios.

La confianza en el Estado o gobierno, Angas la resume condicionada en los factores de equilibrio presupuestario, cargas fiscales e intervención del Estado en la vida económica y social de la nación. Y aquí la confianza se agotó desde que el gobierno de Luis Herrera Campins, protegido fiscalmente con elevados precios del crudo, tuvo que declarar un control de cambios que atentó contra la confianza en la moneda. En la actualidad existe la inflación que es el peor impuesto posible, más un impuesto por el uso de dólares o euros en el pago de nuestras facturas. Tampoco existiría confianza en la recuperación económica cuando el gobierno habla de Cuba como el “mejor de los Estados posibles” y se conoce que todavía se continúa ayudando a la dictadura castrista.

Confianza en los bancos: aquí no vamos a explicar que los bancos están sin patrimonio, y que lo único que hacen es revaluar viejos activos inmobiliarios, simplemente diremos que ni siquiera la Federación Latinoamericana de Bancos publica en su página web los principales activos de los bancos venezolanos expresados en dólares, como sí los publica los de los restantes países latinoamericanos.

Confianza en la moneda: otro valor que se ha disipado en su casi totalidad. En 1974, en plena plétora de grandes ingresos fiscales, se modificó la Ley del Banco Central para sacar al bolívar del patrón oro discreto que lo enmarcaba. Después con Luis Herrera Campíns también apoyado por grandes ingresos fiscales amplió la deuda externa que le había dejado el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez e impuso un control de cambios que su sucesor amplió hasta agotar las reservas internacionales en 1988. Se impidió que el equipo técnico que acompañaba a este gobierno saneara las finanzas públicas y acabara la inflación reptante y desgastadora del poder de compra. Llegamos al gobierno de Chávez, y éste le quitó reservas internacionales al BCV y mercados a PDVSA, etc.

De tal modo que con la hiperinflación se dio el toque de difuntos al bolívar, moneda instaurada por Antonio Guzmán Blanco en el siglo XIX. Y ahora el gobierno se enfada terriblemente porque la población emplea el dólar sin pedirle permiso a autoridad alguna. Hoy por hoy, tenemos la inflación más elevada del mundo.

Confianza en el futuro en los negocios: el propio John Maynard Keynes, tan abusado en sus recomendaciones, basó su tesis central en el retorno de los llamados “espíritus animales” para el regreso de la confianza y la recuperación de la inversión privada.  Pero, uno de los grandes problemas de la economía venezolana desde hace muchos años, es el enjambre de controles, permisos y un tinglado normativo que ahogan la iniciativa privada. Años de control de cambios y de precios han creado un empresariado que, en lugar de ir a competir en los mercados de productos y servicios prefiere los pasillos de Miraflores y los ministerios. Cuando el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez unificó la tasa de cambio, los vientos de la furia empresarial la cogieron contra él, las conspiraciones militares fluyeron, y al final fue derrocado hasta por su propio partido. En los actuales momentos cuando el gobierno simula un acercamiento al mundo empresarial, al devolverle el centro comercial Sambil de la Candelaria a sus dueños, vemos con estupefacción cómo le ha suministrado un crédito de 15 millones de dólares a una empresa productora de ron, cuyos propietarios provienen de la más rancia burguesía industrial de la nación. Si la empresa exporta y está bien dirigida ¿por qué no acudió a la banca norteamericana o europea? Dudo mucho que este sea el tipo de empresario schumpeteriana, que compite, que crea nuevos métodos, nuevos productos y genera empleo. Dentro de la política económica surgen nuevos impuestos como el de 3% a las transacciones en divisas, impuesto éste que requiere de una costosa máquina fiscal. ¿Hay entonces confianza empresarial? No lo creemos.

La inversión privada tanto nacional como internacional está ausente de este ambiente donde los principales voceros oficiales alaban al socialismo, al marxismo, al gobierno cubano y su primo el nicaragüense, y ahora al extremismo de los “ayatolás de Irán.” Tampoco el gobierno se somete a un acuerdo de reestructuración de la deuda externa, bajo la supervisión del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, prefiere echarles la culpa a unas sanciones del gobierno estadounidense. Pero se sabe que solo los acreedores chinos y rusos logran conseguir ciertos pagos o abonos a sus acreencias contra la República. Y todavía menos, trata de entablar un programa de apertura petrolera, donde licite mundialmente la explotación y la comercialización de los crudos venezolanos, donde obtendría fondos frescos y va a ganar ahora que el mundo requiere y ansía con urgencia petróleo.

 

 


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