El motor del avance económico del planeta sin duda es China.

Pero es preciso aclarar que, en su interior, la distribución de la riqueza es más desigual que en ningún otro país del globo. Es la nación que más ricos alberga habiendo desplazado recientemente a Estados Unidos de ese sitial.

Las autoridades chinas consideran la pobreza como el obstáculo más grande para garantizarle derechos a los ciudadanos. Para atender esta necesidad, desde el inicio de la administración de Xi Jinping, él mismo lanzó una campaña de lucha sin cuartel contra la precariedad en las zonas rurales y, de acuerdo con los datos oficiales, rindió el fruto de erradicar la pobreza extrema del país como tenía previsto, antes de 2020.

Cuando los planes económicos de Xi fueron estudiados el año pasado para su designación en un tercer mandato se determinó que el desarrollo del país era acelerado, mas igualmente «desequilibrado e insuficiente»: 1% de los que más ganan en China tiene una mayor participación en la riqueza que el 50%. Solo el 20% más rico de los chinos tiene un ingreso promedio de más de 10.000 dólares anuales, pero ello representa 10,2 veces lo que gana el 20% más pobre.

La transición a una economía de mercado y la industrialización acelerada parecieran ser los detonantes del agravamiento de esta poderosa fractura social. La razón es que la movilidad social de origen ocupacional y de origen educativo se aceleró desde inicios de los ochenta, pero en los años más recientes el ascenso se ha tornado cada día más lento.

De acuerdo con estudios del Grupo de Davos y el Reporte Mundial sobre Movilidad Social de 2020, una familia de bajos ingresos en la China citadina tarda siete generaciones en acercar a su descendencia a un ingreso digno, mientras que en países de alta movilidad social como los nórdicos ese período es de dos o tres generaciones. En Estados Unidos son cinco y en Brasil, nueve.

Lo que resulta más frustrante para el hombre de la calle es la condición de impermeabilidad de esta estructura de riqueza. Escalar la ladera de lo social es una tarea épica para aquellos que no nacieron en familias pudientes. Impulsar a un hijo o a una hija en ese ascenso es más duro que en cualquier otro país en proceso de desarrollo porque existen poderosas barreras de acceso a dos elementos cruciales de la movilidad: educación de alto nivel y propiedad inmobiliaria.

Debe quedar claro que sí existe conciencia plena en los círculos del PC de que es necesario diseñar una batería de medidas para equilibrar la balanza de lo social una vez que 850 millones de personas han dejado atrás la pobreza extrema en 4 décadas.

Poner a los ciudadanos en un pie de igualdad de oportunidades es otra meta inmediata a alcanzar para mejorar la situación de los derechos humanos. Pero juega en desfavor el imperio de las tecnologías informáticas y las plataformas digitales, el manejo de datos voluminosos y la automatización, realidades estas que no solo impactan a la baja la demanda de trabajo sino que además recompensan desproporcionadamente a las personas altamente calificadas.

Mientras tanto, las distorsiones siguen siendo inmensas: en un país donde aún hay 600 millones de personas con ingresos mensuales del orden 128 dólares, en su interior surgen 2 multimillonarios cada semana.

 


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