Los partidos políticos triunfan o son destruidos por sus conductores. Cuando un partido político se viene abajo, no es el partido político quien tiene la culpa, sino el conductor”. Juan Domingo Perón

De nada ha servido crear leyes electorales  y dotar de autoridad discrecional a los organismos que rigen esta materia, porque la máxima de Maquiavelo de que “el fin justifica los medios” termina por demostrar que la lucha por el poder se hace más cruenta y bárbara, pues no importa pisotear dignidades y sentimientos, mediante la mofa y falta de respeto a sus adversarios políticos y al país nacional.

Y esto ocurre debido a la pobreza de la cultura política que exhiben ciertos representantes del oficialismo en el seno del Poder Legislativo.

El debate por parte de actores del PSUV consiste en acusaciones sin sustento, sin pruebas y se convierten en meros pleitos callejeros con lenguaje procaz, grosero, intimatorio y sarcástica burla que traslada a sus seguidores, quienes hacen gala de una postura radical contra los que se encuentran en la acera de enfrente, por no compartir sus maneras de pensar y de sentir, como ocurrió el pasado 5 de enero, bochornoso acto en el que a troche y moche impusieron en la directiva del máximo cuerpo legislativo sin el debido quórum respectivo, a los fulanos diputados de la oposición que vendieron sus votos.

Además de los ataques personales, los sucesos ocurridos en días pasados en la Asamblea Nacional convirtieron a la sede del Poder Legislativo en un escenario dantesco, como si se tratara de un circo romano, en el que las fieras dan rienda suelta a su voraz apetito destrozando a sus presas indefensas.

Antes de este lamentable espectáculo, se denostó  contra sus víctimas a través de correos electrónicos, redes sociales, medios impresos del oficialismo, canales de la televisión, que como Globovisión repiten recurrentemente todos los días, a partir de ese instante, micros en el que aparece el fulano Parra, sin la hojita que tape sus partes íntimas, exhibiendo su alevosa actitud y despotricando de los “bandidos, ladrones, traficantes, imperialistas, mercenarios y vendepatria” (sic), sin el menor recato y vergüenza.

Estas campañas del miedo, de ataques personales y demás argucias falaces son conocidas bajo el concepto de violencia política o bien bullying político. El incremento de la perversión del poder ha provocado que quienes disfrutan el privilegio de mandar, cometan actos que atentan en contra de la dignidad de la persona, implementando situaciones deshonestas que denigran de la integridad de sus adversarios, además de campañas y guerras sucias con solo el objetivo de dañar su imagen. Y es que la perversión de los actores del oficialismo ha llegado a extremos insospechables.

En numerosas ocasiones hemos escuchado a los personeros del oficialismo invocar a connotados líderes de procesos políticos, como paradigmas de la llamada revolución socialista del siglo XXI, entre otros al parlamentario, abogado y político Jorge Eliécer Gaitán, vilmente asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948. Pero desconocen que este ilustre colombiano, pese a haberse declarado socialista, pues hasta incorporó muchos de los postulados marxistas en su lectura de la realidad, no proponía un cambio radical del sistema sino una transformación gradual, que beneficiaría no solo a las clases populares sino a sectores medios y de empresarios.

Históricos son sus discursos en la calle y en el Parlamento. Uno de ellos, pronunciado en la plaza Bolívar de Bogotá y que denominó “Una oración por la paz”, que debería ser de necesaria lectura para los apóstoles de socialismo, marxismo y mal llamado bolivariano del siglo XXI,  por lo que nos permitimos transcribir parte del mismo, para que les dé luz y brillo a su accionar político:

«Señor presidente Mariano Ospina Pérez: Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.

Señor presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.

Nosotros, señor presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!

Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.

Señor presidente, nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

Os decimos finalmente, excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!».

Una clara y diáfana demostración del verdadero talante democrático del caudillo colombiano, que debería ser asimilado por quienes exhiben falsos ropajes de demócratas, contrariando la esencia y el espíritu de un pueblo que anhela vivir en paz y armonía, sin odios, rencores, injusticias y atropellos a la dignidad del ser humano.

Necesariamente tendríamos que tomar como punto de referencia la distinción entre «la moral política» y «la política moral», junto a la valoración que Kant hace de ambas posibilidades, al explicar que una “moral política sería una aberración, mientras una política moral es, precisamente, el fin que debemos desear para la política”.

Se puede concebir un político moral, es decir, un político que entienda los principios de la habilidad política de manera que puedan coexistir con la moral, pero no un moralista político que forje una moral útil a su propia conveniencia. Es decir, la política es moralmente legítima, mas no un atributo que la determine para ponerla al servicio de mezquinos intereses, como bien lo refiere un fragmento de La paz perpetua.

¡He allí, la lección!

 

[email protected]

@_toquedediana


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!