Los venezolanos debemos entender que si la militarización llegó a las calles para quedarse, tendremos que enfrentar esa realidad con una estrategia distinta a la que por años hemos estado aferrados, con el resultado de la fatiga que hoy afecta hasta los más entusiastas. Cierto es que durante este régimen, el sesgo castrense -con otros factores- ha constituido su marca de origen. Pero de lo que  se trata ahora es que la dictadura se ha hecho sentir con un peso tal que nos recuerda a los soviéticos arrebatando y ocupando cuanto espacio pretendían.

La estrategia que hasta ahora se asoma luce tan contradictoria como desalentadora. En un giro se desmarca la oposición de un cacareado cese de la usurpación para preparar un camino expedito a unas elecciones parlamentarias. Su justificación no puede explicarse cuando se manifiesta que esas deben celebrarse porque toca hacerlas conforme a lo establecido en la Constitución. Nos preguntamos si fue falta de previsión cuando fue elaborado el Estatuto para la Transición, con el cese por delante como paso inalterable. O simplemente fue un parapeto para correr la arruga y ahora plantear ese desaguisado evento electoral parlamentario.

Esa misma estrategia es la que en forma contradictoria ejecuta la dirigencia opositora al enviar una comisión a negociar en la AN ocupada por los usurpadores y sus compinches chavistas constituyentes, para integrar con estos el Comité de Postulaciones al CNE. Los recibieron con alfombra roja y tanto Cabello como Maduro hicieron loas del asunto. A esta comisión, que acordó que integren ese comité diputados de la directiva usurpadora y constituyentes, no le sacaron los tanques ni los francotiradores, ni los perdigones, ni las lacrimógenas. Preguntamos,  entonces, por qué se convoca a una marcha para ir a protestar al Palacio Legislativo a la que sí repelen. Qué señal se nos está enviando a quienes hemos puesto la esperanzas en un cambio para Venezuela. ¿El pliego de conflictos prevé todo esto?

La estrategia no puede seguir transitando los caminos de la retórica y del aguaje. No puede utilizarse al venezolano para que compre una polarización, cuando hay quienes se sirven de ella con propósitos personales o grupales. El secretismo y la ambigüedad no pueden confundirse con la discreción y la natural suspicacia en el ámbito político. El presidente Guaidó debería decirle de una vez por todas al pueblo venezolano a qué debe atenerse. Su capital político, logrado a sangre y fuego, dentro y fuera del país, no puede quedar expuesto a la hoguera de la incertidumbre. Que escuche a ese pueblo que mayoritariamente se ha divorciado y se sigue divorciando de la política. Reconcilie a ese venezolano de a pie con verdaderos dirigentes.

Hoy, con otra estrategia, se tiene que escuchar una voz que nos guíe para pasarle por encima a esos tanques y superar la ocupación. Ejemplos hay.


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