La coyuntura venezolana corre el riesgo de estancarse. Un riesgo palpable, notable y tal vez irremediable por la forma en la que se han dado los acontecimientos de los últimos meses. Porque ni Nicolás Maduro ha abandonado el poder ni Juan Guaidó ha logrado cristalizar el llamado cese a la usurpación.

El tema Venezuela sigue estando en la palestra internacional. Indudablemente. Pero los actores del concierto mundial no ven ya la salida del chavismo de forma inmediata. Y una vez cesadas las expectativas de cambio, comienzan las maniobras de contención: que el problema que creó el chavismo se limite a las fronteras venezolanas, que el caos que deviene del socialismo no permee más allá del país suramericano. Porque la situación es caótica, terrible, desoladora. Una vergüenza para la humanidad, Latinoamérica y los lineamientos de la modernidad, pero los costos de erradicar los males que aquejan a Venezuela parece que superan sus beneficios para la región.

Dentro de este contexto pueden entenderse las recientes acciones de la comunidad internacional: imposición de visados para el ingreso de venezolanos, visitas de representantes de organismos internacionales para monitorear la situación del país, declaraciones diplomáticas manifestando preocupación, alguno que otro tweet para la galería recordando que no se han olvidado de Venezuela. Valga decir, una burocratización del tema en el ámbito internacional, con sus respectivas dilaciones y rodeos.

Por duro que suene, ningún Estado tiene el deber moral de intervenir en Venezuela. Máximo cuando ni siquiera la propia dirigencia política venezolana ha dado muestras claras de cuál debe ser el destino que debiera seguir el país una vez culminado el régimen actual. Nadie duda de la mayoritaria indignación ciudadana hacia las circunstancias del presente, del hastío que sufren quienes día a día padecen las miserias socialistas; pero la falta de determinación, la ausencia de cohesión hacia dónde ir más allá de la retórica, ha contribuido de forma sostenida a que la situación venezolana se encuentre en buena medida sin brújula.

A la luz de los hechos recientes es lógico pensar que otros Estados de la región no estén dispuestos a ir más allá en el caso venezolano. Una intervención, la elaboración de una coalición cuesta dinero, mucho dinero. Y lamentablemente la única forma de financiar ese tipo de operaciones depende enteramente de la expoliación ciudadana: el pago de impuestos. Para quienes tienen que tomar decisiones de gobierno en países vecinos, es bastante complejo explicar por qué se debe destinar una determinada porción del presupuesto en la posible “liberación de Venezuela” en vez de utilizarlo en mejoras y provisión de servicios básicos como educación y salud que requieren los electores de sus respectivos Estados.

Frío. Calculador. Pero en buena medida, esos son los hilos que mueven la política, y mucho más en un continente que, como el latinoamericano, está colmado de políticos estatistas, sociedades hipertrofiadas de asistencialismo y un creciente y recurrente Estado de bienestar. Y los venezolanos en la diáspora, para bien o para mal, todavía no representan una minoría política significativa en cualquiera de los Estados vecinos. Puede que lo sean en el mediano o largo plazo, pero lamentablemente el horizonte político de este tipo de cálculos se mueve en el tiempo del hoy.

En adición a ello, es nuestra opinión que la apuesta de Estados Unidos, país líder de la coalición internacional para el retorno de la democracia a Venezuela, se dirige hacia un quiebre interno dentro del chavismo, especialmente en su sector militar, y el establecimiento de un gobierno de transición hecho sobre la base de retazos del mundo oficialista y algunos sectores de la oposición.

Son muchos los comentarios que pudieran hacerse sobre el particular. Especialmente por el hecho de que una transición “a la chavista” difícilmente pudiera conducir al establecimiento de una democracia liberal, y lejos estaría de las bases de una república moderna sujeta al Estado de Derecho. Pero hasta ahora, no encontramos indicios que sugieran que la comunidad internacional avizore una nueva Venezuela que surja de la caída y mesa limpia, de la tabla rasa. Por el contrario, la era post Maduro cada día parece más compleja de superar, y de finalmente culminar, serán muchos los actores que se sientan insatisfechos e incompletos, puesto que el nuevo orden de cosas no será como el que ellos desean. Ironías de la historia, un cambio de insatisfacción generalizada es la opción más palpable que está servida sobre la mesa.


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