En el mundo de la política, hay verdades oficiales y verdades secretas, pero como contraparte, hay mentiras oficiales y mentiras secretas. Que al fin y al cabo, lo que buscan es el mismo efecto en la población, alienar, manipular y engañar para sobrevivir, generando falsas expectativas, construyendo enemigos ficticios y alargar el tiempo, para poder sacar el mayor provecho de las mieles del poder.

La mentira oficial se estructura porque el gobierno de turno no quiere reconocer la verdad, por ende debe sazonar su realidad con engaños, además, porque es más fácil repetirla una y otra vez, para transformarla en una certeza.

Muchos dicen que los seres humanos estamos estructurados para mentir, porque en esencia somos egoístas y en casos extremos autodestructivos. Sin embargo, surgen inconvenientes y es cuando dichas palabras generan esperanzas en aquellos que necesitan oír esas promesas que les permitan empadronarse de una realidad, pero que está muy alejada de la exactitud de los hechos.

Los demagogos son esos sujetos que venden sus falsedades, para generar esa ilusión que muchas personas necesitan escuchar, para poder así creer en algo y en alguien que los va a ayudar a salir de la situación a la que esos mismos gobernantes, con promesas y engaños, los llevaron disfrazando la realidad, creando historias para cambiar ese pasado que los condenaría. En otras palabras, es una forma de legalizar el engaño, institucionalizarlo, arroparlo con impunidad, con hambre y represión, eso sí, todos al unísono deberán repetir siempre los mismos términos, los mismos gestos, las mismas falsedades, de esa manera se construye la falacia, el embuste y la falsedad, para convertir todo en la verdad oficial, instaurando un engranaje de miedo y chantaje para aquellos que osen discrepar.

Aquí no se salva nadie, sean de izquierda, de derecha, de centro y sus variantes ideológicas, la carrera de un político siempre es la misma, poder que a su vez atrae dinero y más poder. Debemos estar claros que el caso venezolano no es la excepción. Por ejemplo, los apóstoles de la revolución, que hace veinte años no tenían ni para comprar un boleto en el Metro y mataban el hambre comiendo perros calientes en Plaza Venezuela, ahora se desplazan por Caracas en carros de alta gama, viven en urbanizaciones exclusivas y tienen avión privado.

Este es el caso de los civiles, pero también tenemos a los militares. ¿Se imagina volverlos a confinar en los cuarteles y que se subordinen al poder civil, como mandan la Constitución y las leyes? Ellos controlan todo, importaciones, contratos, fronteras, donde las comisiones son muy onerosas y en dólares americanos, ¿van a volver a dirigir a pelotones de harapientos cobrando un sueldo de hambre? Ni de vaina. Por eso, aquello de militares institucionales no existe, todos anhelan tener una buena vida y la manera más fácil de obtenerla es con el mínimo esfuerzo, gritando consignas y doblando las leyes lo más que se pueda para su beneficio personal.

El problema de Venezuela no es un cambio de gobierno, es un cambio de mentalidad y ese será el gran reto para los próximos años. Esto se corrobora haciendo un simple ejercicio mental. Supongamos que haya un cambio en la presidencia. Perfecto, todos felices, se fue la tiranía, etc., etc. Primer día de gobierno. La primera expresión del próximo presidente sería: ¿coño, cómo arreglamos esto?

Surgen las siguientes preguntas:

1.    ¿Qué vamos a hacer con el excedente de empleados públicos, que ocupan cargos por ser clientes políticos? ¿Tirarlos a la calle? ¿Jubilarlos? No hay empresa que los absorba por su baja formación, tanto profesional como académica. A esto se suma que no hay dinero para pagar sus prestaciones sociales.

2.    ¿A qué se dedicarán si se quedan sin empleo? Muchos a la economía informal, otros, a le delincuencia. En fin, el problema social generado por esta revolución en los últimos años es enorme.

3.    ¿Qué se va a hacer con la deuda interna? ¿Cómo pagarán los compromisos con los acreedores nacionales?

4.    ¿Y los servicios públicos, es decir, agua, luz, vialidad, etc.? Para mantenerlos, hace falta sincerar sus tarifas. Es decir, el venezolano se debe acostumbrar a pagar, eso naturalmente causará malestar en la población, porque el poder adquisitivo es casi nulo.

5.    ¿Qué hacer con la gasolina? Tema que ha sido tratado con pinzas, pero a la vez se han satanizado sus ajustes. No se puede seguir manteniendo a ese precio, bueno, no tiene precio, porque uno paga lo que su alma caritativa desee. No se puede seguir subsidiando, porque ese dinero se podría utilizar para otras cosas prioritarias.

6.    ¿Las empresas nacionalizadas? ¿Devolverlas a sus antiguos dueños? ¿Y los pagos a las diferentes demandas?

7.    ¿Y los bonos emitidos por el gobierno, cómo pagar sus intereses?

8.    ¿La deuda externa y la morosidad de los últimos años? ¿De dónde sacar el dinero? ¿Y la hiperinflación, la devaluación y la recesión, cómo combatirla?

9.    ¿Hay que dolarizar la economía? Perfecto, pero ¿de dónde saldrán los dólares para que circulen en el país? ¿Cuánto será el sueldo?

10. ¿Cómo reactivar el aparato productivo sin caer en falsas esperanzas, sin encender el ventilador para airear mentiras a diestra y siniestra?

Por lo tanto, en un futuro próximo, en caso de darse un cambio en el gobierno, claro, si las pugnas internas cesan y son capaces de pensar más en el país que en sus parcelas de poder, los próximos gobernantes estarán obligados, como sus antecesores, en construir una mentira oficial, porque lamentablemente, con la verdad, no se ganan elecciones.

Hace falta engañar para generar esperanzas, pero cuando la realidad obligue a los venezolanos a trabajar de verdad, que ya no van a recibir ni  bonos ni bolsas de comida y van a tener que pagar todo lo que consumen, muchos mirarán por el retrovisor y añorarán los años de la revolución, porque pensarán que con Chávez y Maduro se vivía mejor. Por lo tanto, seguir mintiendo será la consigna para construir un mejor país.


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