El escritor checo Milan Kundera advertía sobre los despropósitos de las tiranías. Comienzan -dice- por tratar de desmemoriar a los ciudadanos, que olviden sus orígenes, que no tengan referencias ciertas de su identidad; ese es el primer tramo que recorren para avanzar en la perversa intención de liquidar las naciones. Por eso arrasan con los libros, no dejan vestigios de su verdadera cultura porque hay que escribir nuevos libros donde desparramarán su narrativa, la interesada, la manipulada al antojo del tirano de turno. Se comenzará a impartir en las escuelas otra historia, tal como comenzó a hacerlo Chávez y ahora Maduro. Por eso las batallas de Carabobo o de La Victoria van cediendo su sitial a las montoneras del 4 de febrero o del 27 de noviembre de 1992. Por eso se ensañan contra Páez, el Centauro de los Llanos, porque fabrican otro héroe en Sabaneta. Por eso esa cirugía calculada a nuestro escudo, a nuestro mapa, a los símbolos de la patria. ¡Hasta el rostro del Libertador lo modificaron! Y todo por ese empeño de licuar el tiempo pasado y darle paso a esta burbuja engañosa, donde pretenden encubrir sus patrañas.

La maquinaria publicitaria de la tiranía se activa sin tregua, para fabricar esas mentiras. El esfuerzo va más allá de las fronteras del país que han secuestrado. Se las arreglan para financiar lobistas que le venderán al mundo la agenda del «proceso revolucionario» digno de ser emulado en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Nicaragua, y ¡hasta en Europa! Pruebas de esas franquicias son los primeros encargos desde Grecia y los pasos dados con esa misma misión en España.

Cuando se hurga más adentro del empaque que ofrece en letras doradas “al hombre nuevo”, será fácil percatarse del bodrio representado por ese amasijo de ideas anacrónicas escritas a la vez, con resentimiento y desparpajo. Populismo rancio, ahora más descompuesto por las sobredosis de la corrupción que aplican.

La realidad venezolana es una prueba contundente del fracaso que entraña semejante patraña política. La tragedia incubada en estos últimos 20 años es el espejo donde pueden mirarse los pueblos que buscan mejorar sus condiciones económicas y sociales. En esa aventura fratricida está resumida la negación de esas arengas redentoras que desembocaron en las cañerías de la demagogia y la impostura.

Afortunadamente nuestra indestructible historia sigue viva. Nuestra identidad y nuestras raíces culturales también. Como pueblo sabemos de dónde venimos y ahora, por lo aprendido de esta dura lección, hacia dónde realmente pretendemos avanzar, una vez librados de esta satrapía.


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