Milagro José Gregorio Hernández
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Dedicado a la memoria del Dr. José Gregorio Hernández, insigne profesor universitario andino, como un homenaje a su beatificación

II. El milagro como una manifestación natural de una realidad superior

El Viernes Santo de 2033 se conmemorarán  2.000 años de la muerte de Jesús en la cruz y también de su resurrección, milagro supra naturam ejecutado por Él mismo para asombro de sus discípulos, allegados y de los demás que lo persiguieron y crucificaron. Previamente, el profeta Elías había hecho un milagro similar (1 Reyes 17:17-24) al igual que el profeta Eliseo (2 Reyes 4: 8-37), y el mismo Jesús con Lázaro (Juan 11). Entonces, faltan apenas 13 años para esa efeméride milenaria de la resurrección de Jesús, asumiendo que Jesús tenía 33 años cuando murió. Pareciera que el milagro de la resurrección es tal porque viola una ley física: la segunda ley de la termodinámica clásica o de procesos irreversibles; la persona vuelve a la vida (o se cura de una enfermedad fatal o crónica) por interposición de un proceso reversible y desconocido, que obra en sentido inverso reponiendo el estado inicial del individuo, en forma casi instantánea, sin aparente uso de energía extra por parte del resucitador que echa para atrás un proceso espontáneo;  es como si el tiempo se hubiera invertido para esa persona  (“volvió a nacer” o “el alma le volvió al cuerpo” diría el refranero popular). ¿Cómo puede ocurrir esto?

Cuando Jesús caminó sobre la tierra [y sobre el agua también (Mateo 14:22-33)], en pleno auge del Imperio romano, la geometría (plana) de Euclides (donde, entre otras cosas, la menor distancia entre dos puntos en una recta, dos rectas paralelas se cortan en el infinito, la suma de los tres ángulos internos de un triángulo es de 180 grados, etc.) ya se conocía desde hace 300 años en Alejandría (Egipto). Esa fue la geometría que aprendimos en primaria y secundaria 2.300 años después. Esa geometría clásica en la que colaboraron Thales (con su famoso teorema), Pitágoras (con su famoso teorema), Hipócatres y Eudoxio, tuvo una aplicación en la administración social y ordenamiento del espacio físico, así como también con un fin puramente teórico a través de sus axiomas, lemas, corolarios y teoremas. Esta geometría ayudó a entender heurísticamente cómo se mueven los astros (Ptolomeo), por qué flotan las cosas y cómo funcionan las palancas mecánicas (Arquímides), a desarrollar la óptica geométrica, y otras cosas más. El sentido de ancho, largo y profundidad, las tres dimensiones de nuestro espacio terrenal, pudieron llevarse a la teoría a través de axiomas y teoremas presentados en esta geometría. Las figuras geométricas regulares, y sus dimensiones, fueron organizadas por sus semejanzas y congruencias, etc. Subió Jesús a los cielos, para sentarse a la diestra de Dios Padre todopoderoso (Marcos 16: 19), y el cristianismo quedó formalmente constituido de conformidad con el Nuevo Testamento (Marcos 16: 20); de allá para acá han pasado 2000 años durante los cuales la geometría euclidiana, junto con la aritmética, ha contribuido con el avance de las matemáticas y de ahí con las bases matemáticas del conocimiento físico de nuestro entorno y de los fenómenos que en él ocurren, incluyéndonos a nosotros mismos como seres tridimensionales. Si algo “extraño” ocurre en nuestro espacio tridimensional euclidiano y no explicado por las leyes naturales sujetas a esta geometría, tendrá el calificativo de sobrenatural a menos que… nuestro espacio admita una geometría diferente, no-euclidiana o meta-geometría, es decir, que existan realidades “ocultas” circunscritas a espacios mayores de tres dimensiones (o hiperespacios) donde… dos líneas paralelas sí se cortan en el infinito y en donde la mínima distancia entre dos puntos ya no es una recta sino una curva, puesto que el espacio en realidad, en su perspectiva más amplia, es curvo y no plano admitiendo por lo tanto el concepto clásico de “curvatura” de una superficie [introducido por  Carl Freidrich Gauss (1777-1855), el de la famosa campana de Gauss en Estadística].

Supongamos que usted ve un río fluir desde muy alto, pero no puede ver su cauce ni el terreno que lo contiene ni el resto de lo demás, ¿qué diría del río en cuanto a por qué se curvea? Usted diría que es por la geometría del entorno, su topografía, que no se ve, pero eso es lo que lo curvea. Ahora, sustituya el río por un rayo de luz en el espacio, bien colimado, ¿cómo se sabe si va en línea recta o va curveado y qué lo determina? ¿La geometría y topología del espacio, que no ve?  Agregue esto: si un milagro es un hecho natural que ocurre o viene de otra realidad diferente y superior a la nuestra, ¿cuáles son las características geométricas y topológicas del espacio donde estos ocurren? Pareciera que lo paranormal no es tan anormal, en mi opinión; más bien, me atrevería decir, especulando metafísicamente, que lo “fantasmal” no es más que la manifestación natural o acción “milagrosa” gravitacional invisible, a pequeña escala, de fluctuaciones aleatorias del espacio-tiempo tetra-dimensional [que yo lo llamaría el “duendecillo de Einstein” (que me hace recordar el “diablillo” de Maxwell en Termodinámica o el “gato” de Schrödinger en Física Cuántica)]. ¿Le sorprende esta especulación que usted no sabía? Si un objeto aislado se mueve solo (hay unos cuantos videos de esos en YouTube que lo muestran), ¿quién o qué lo empuja? ¿Un fantasma? ¿El hombre invisible? ¿Cómo lo hace? ¿Aplicando una fuerza mecánica de contacto, de tracción, de empuje? ¿Por qué piensa en un fantasma y no en otra cosa más natural que sobrenatural? No lo creo; eso no es así. Entonces, un fantasma es un falso positivo y los “cazafantasmas” están cazando otra cosa y no lo saben. Volveremos sobre esta hipótesis más adelante, hacia el final. Antes, situemos el problema de la cuarta dimensión en contexto histórico y sus antecedentes.

Abrigo la esperanza de que esta segunda parte que ofrezco al doctor José Gregorio Hernández, como un homenaje a su beatificación, será leída con interés.

Justificar matemáticamente hoy día un espacio de cuatro dimensiones o más no es muy difícil, pero que estos tengan realidad física es otra cosa, que es a lo que pretendo llegar al final de esta entrega para conectarla con los milagros. Por lo tanto, se sospechó y se especuló en torno a su existencia. Esto me recuerda que en nuestro mundo existen tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso, pero hay otra más, el plasma (materia altamente ionizada, como en las estrellas); entonces, ¿habrá otro estado de la materia, una quinta, diferente a estas cuatro en una dimensión superior? Algunos llaman a este estado de la materia “ectoplasma”, pero esto es una denominación esotérica sin ningún basamento científico que podemos pedir prestada: líquido, sólido, gaseoso, plasma y ectoplasma.

En este punto, escribir sobre estos temas, me produce un sentimiento de nostalgia que brota en mí al recordar mis cursos en Caracas de catecismo en el colegio La Salle (La Colina), mis cursos de religión en el colegio Salesiano, los temas de trigonometría de bachillerato en el liceo Andrés Bello, y los cursos de Matemática III en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela y de Álgebra Lineal en la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes-Mérida, cuando hacía mi licenciatura en Física, donde los hiperespacios, como espacios vectoriales, los estudiaba con emoción.

La idea de una cuarta dimensión geométrica tuvo inicialmente un rechazo en los pensadores griegos de la antigüedad porque era contra natura (contra el sentido común), como lo reporta Florian Cajori en su artículo de 1926 “Origins of Fourth Dimension Concepts”, publicado en The American Mathematical Monthly, Vol. 33, Nº 8, pp. 397-40. Sin embargo, la idea siguió flotando en el aire, pasando a la Edad Media con el francés Nicolás de Oresme (1320-1382), quien la desechó a pesar de que la necesitaba para resolver un problema, y al Renacimiento con el matemático italiano Girolamo Cardano (1501-1576) quien desistió de interpretar geométricamente la cuarta potencia de una variable algebraica por ser contraria a la naturaleza. Al respecto, el sacerdote jesuita alemán Christopher Clavius (1537-1612), famoso por haber presidido la comisión papal para la reforma del calendario encomendada por Gregorio XIII, retomó la prueba matemática de Ptolomeo según la cual era imposible trazar más de tres ejes perpendiculares entre sí, negando así la existencia de la cuarta dimensión. En el Renacimiento el francés René Descartes (1596-1650) también se dio cuenta de la posibilidad de usar geométricamente la cuarta dimensión para representar gráficamente el movimiento acelerado (cinemática), pero se mostró cauteloso al respecto y no dijo más. Blais Pascal (1623-1662), otro francés, le llegó a la cuarta dimensión por la vía matemática, no pasando de ahí el asunto.

Mediado el siglo XVII, Henry More (1614-1687), un platónico de Cambridge y contemporáneo de Newton, publicó en 1659 su Inmortality of the soul (La inmortalidad del alma), en la que refería, por la vía de la especulación teológica, un “cuarto modo” con la cual pretendía darle al espíritu lugar físico con propiedades de extensión, contracción, dilatación y cambio de forma las cuales se mantenían simultáneamente (i.e. si se contraía, no perdía extensión, etc.) para lo cual necesitaría un “cuarto modo” (o dimensión). More era enfático al tratar de probar que las explicaciones mecanicistas (cartesianas) no son suficientes para elucidar los movimientos del mundo físico. La materia es pasiva y solo el espíritu es activo, esta es la dicotomía metafísica principal. Acuñó el término Spissitude para describir una cuarta dimensión espacial en la que creía que se extendía el reino espiritual. El término se refiere a la medida de la longitud de un objeto en la cuarta dimensión, de forma análoga a la extensión en las otras tres dimensiones físicas, así como las direcciones cardinales en las tres dimensiones se refieren a los términos arriba/abajo, norte/sur y este/oeste (en inglés longitude, latitude, altitude). En 1671 volvió a insistir sobre el punto en su manual de Metafísica Enchridion Metaphysicum, publicado en segunda edición en 1682, el cual provocó crítica. Ya por aquellos años la discusión sobre el concepto de milagro como violación de las leyes mecánicas planteadas por Kepler, Galileo y Newton estaba en pleno desarrollo [véase Peter Harrison y su “Newton science, miracles and thelaws of Nature”, publicado en Journal of the History of Ideas (1995), Vol. 56, N° 4, pp. 531-553].

Las ideas especulativas teológicas de More sobre una cuarta dimensión de tipo espiritual tampoco tuvieron notable impacto entre sus contemporáneos. Por el lado matemático, la idea de una cuarta dimensión continuaba siendo rechazada (John Wallis, 1685; J., Ozanam, 1691; Gottfried Leibniz, 1673). La geometría plana de Euclides, muy arraigada por sus contribuciones al conocimiento físico, no permitía el avance del hiperespacio. La sospecha de que “el más allá”, heredado de la Alta Edad Media, (el trasmundo) debía, como obra de Dios, estar en alguna parte, con lugar geométrico y todo, no dejaba de fascinar; recordemos el Infierno (Divina Comedia) de Dante Alighieri de 1472 y a las Dos lecciones infernales de Galileo Galilei (1554-1642) leídas públicamente por este último entre 1587 y 1588, a pedido de la Academia Florentina (Italia) y en las que intentó situar y medir el Infierno supuestamente en el interior de la Tierra, tal como lo conocemos desde Dante. Y así llegamos al siglo XVIII donde célebres matemáticos y filósofos del hiperespacio le “metieron cabeza” al problema.

Hablemos primero del célebre filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), quien en 1747 escribió en su Pensamientos sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas y crítica de las demostraciones… lo siguiente:

«Si es posible que haya extensiones de otras dimensiones, también es muy probable que Dios las haya puesto en alguna parte, porque sus obras tienen toda la grandeza y diversidad que solo ellas pueden abarcar. Espacios de esta clase no podrían en modo alguno estar relacionados con los que son de una naturaleza completamente diferente; por eso tales espacios no pertenecerían en absoluto a nuestro universo, sino que tendrían que constituir universos propios. Antes he mostrado que, en sentido metafísico, podrían coexistir varios universos; pero esta vez a la vez la única condición por la que, según me parece, sería también probable, que existieran también muchos universos».

La investigación documental de Cajori, arriba citado, revela que fueron los franceses Jean le Rond D’Alembert (1717-1783) y Joseph-Louis Langrage (1736-1813) los primeros en sugerir que el tiempo podría considerarse como una cuarta dimensión (más no la 4ta dimensión). Si esto es así, estamos ante la presencia de una importante idea innovadora de aquellos tiempos y que Einstein se encargaría de explotar y popularizar mucho después. El primero, en 1754, escribió en la sección “Dimensiones” de la Enciclopedia editada por Diderot (citado por Cajori):

«He dicho anteriormente que es imposible concebir más de tres dimensiones. Un hombre de partes, de mi conocimiento, sostiene que sin embargo se puede considerar la duración como una cuarta dimensión, y que el producto del tiempo y la solidez es en cierto modo un producto de cuatro dimensiones. Esta idea puede ser cuestionada, pero me parece tener algún mérito que no sea el de la mera novedad».

Y el segundo en su libro sobre la teoría de funciones analíticas, escribió en 1797(citado también por Cajori):

«Dado que la posición de un punto en el espacio depende de tres coordenadas rectangulares, estas coordenadas en los problemas de la mecánica se conciben como funciones de t [tiempo]. Por lo tanto, podemos considerar la mecánica como una geometría de cuatro dimensiones, y el análisis mecánico como una extensión del análisis geométrico».

Así, comenzamos a ver los primeros intentos de conectar el mundo físico con el hiperespacio después de ver lo propio con los intentos místicos, metafísicos y teológicos que, a pesar de todo, continuaron y no dejaron de hacerse como veremos en breve. Algo parecido sucedió con la idea metafísica de los antiguos griegos sobre la materia formada íntimamente por átomos (invisibles) (Demócrito y Epicuro) hasta la demostración de su existencia física a partir del siglo XIX. Y es en este siglo XIX cuando se dan los principales avances para conectar el hiperespacio con el mundo físico, con el advenimiento de las geometrías no-euclidianas y su aplicación al espacio-tiempo de cuatro dimensiones. Vamos por partes… ¿cuál era la situación en aquel tiempo? La especulación mística, metafísica y teológica seguía prevaleciendo, como veremos pronto, pero el escenario o aproximación física, propiamente dicha, gradualmente se acercaba; así, 100 años después de la atrevida idea de Langrage, alguien quien no se identificó sino con una simple letra “s” publicó en 1885 en la revista británica  Nature, Vol. 31, p. 481, una nota bajo el título “Four-dimensional space”, que dice:

«Posiblemente la pregunta, ¿cuál es la cuarta dimensión? puede admitir un número indefinido de respuestas. Por lo tanto, prefiero proponer considerar el tiempo como una cuarta dimensión de nuestra existencia, hablar de ella como una cuarta dimensión y no como la cuarta dimensión. Puesto que esta cuarta dimensión no puede introducirse en el espacio, como se entiende comúnmente, requerimos un nuevo tipo de espacio para su existencia, que podemos llamar espacio-tiempo. Entonces no hay dificultad en concebir los análogos en este nuevo tipo de espacio, de las cosas en el espacio ordinario que se conocen como líneas, áreas y sólidos. Una línea recta, moviéndose en cualquier dirección que no esté en su propia longitud, genera un área; si esta área se mueve en cualquier dirección que no está en su propio plano, genera un sólido; pero si este sólido se mueve en cualquier dirección, todavía genera un sólido, y nada más. La razón de esto es que no hemos supuesto que se mueva en la cuarta dimensión. Si la línea recta se mueve en su propia dirección, describe solo una recta; si el área se mueve en su propio plano, describe solo un área; en cada caso, el movimiento en las dimensiones en las que existe la cosa, nos da solo una cosa de las mismas dimensiones; y, para conseguir una cosa de dimensiones más altas, debemos tener movimiento en una nueva dimensión. Pero, como la idea del movimiento solo es aplicable en un espacio de tres dimensiones, debemos sustituirla por otra que sea aplicable en nuestra cuarta dimensión del tiempo. Tal idea es la de la existencia sucesiva. Por lo tanto, debemos concebir que hay un nuevo espacio tridimensional para cada instante sucesivo del tiempo; y, imaginando para nosotros mismos el agregado formado por las sucesivas posiciones en el espacio-tiempo de un sólido dado durante un tiempo dado, obtendremos la idea de un sólido de cuatro dimensiones, que puede llamarse un sur-sóldo. Nos ayudará a tener una idea más clara, si consideramos un sólido que está en un estado constante de cambio, tanto de magnitud como de posición; y un ejemplo de un sólido que satisface esta condición lo suficientemente bien, es otorgado por el cuerpo de cada uno de nosotros. Que cualquier hombre se imagine a sí mismo el agregado de sus propias formas corporales desde el nacimiento hasta el presente, y tendrá una idea clara de un sur-sólido en el espacio-tiempo».

Por la vía de la analogía el tema entra en la literatura de ciencia ficción con la famosa y muy citada novela de Edwin A. Abbott titulada Planilandia: una novela de muchas dimensiones, publicada en 1884, sobre seres bidimensionales que no pueden imaginar un espacio de tres dimensiones. Se dice que Abbott se inspiró en uno de los pioneros de la cuarta dimensión del siglo XIX: Gustav Theodor Fechner (1801–1887). Pocos años después aparece H. G. Wells de 1895 con su obra titulada La máquina del tiempo, en la que el usuario de esta máquina viaja hacia adelante y hacia atrás en el tiempo.

A propósito de Planilandia, sus habitantes planos o chatos (que son incapaces de hacer nudos o de encaramarse el uno sobre el otro por carecer de una tercera dimensión), un día ven que de la nada aparece un punto luminoso en el plano donde viven. El punto, luego, comienza a transformarse en un anillo brillante que, poco a poco, se va expandiendo hasta cierto diámetro; luego, el círculo comienza a contraerse hasta que llega al punto del cual se originó y… desaparece. ¿Qué pasó? ¿Qué fue eso? No se lo explican. Unos dirán que fue un “milagro”; otros, que fue un fenómeno paranormal. A lo mejor, algún dirigente político de la izquierda fascista “rojo-rojita” de Planilandia dirá que fue un ataque con un arma geofísica o cibernética de la CIA para desestabilizar el gobierno, etc. Un comité convocado por la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Planilandia, formado por metafísicos (filósofos), matemáticos (y geómetras) y físicos (algunos espiritualistas) (no confundir con el vocablo “espiritista”), busca una explicación natural del fenómeno y llega a la conclusión de que lo observado se debió a una manifestación natural de una interacción entre su mundo plano y un mundo de dimensión superior. En su informe dicen que lo visto se originó por el cruce (intersección) de una esfera (que ellos no pueden ver, pero se la imaginan matemáticamente), existente en la tercera dimensión (o en R3, como lo llaman los matemáticos) con el plano (o R2 como lo llaman también). La intersección de la esfera con el plano se ve como un anillo brillante que a medida que cruza el plano, origina que el que este se agrande y se encoja, a partir de ese punto (que lo llaman R0 por no tener dimensión), y es cuando y en donde la esfera hace contacto tangencial con el plano. El fenómeno desde una dimensión superior no tiene nada de paranormal ni milagroso; no viola ninguna ley. El “milagro” del anillo misterioso de Planilandia se realiza en la intersección de R3 con R2, incluyendo R0. Con el tiempo los seres planos observan, de vez en cuando, solo puntos luminosos móviles que aparecen y desaparecen, aparecen y desaparecen, otras veces ven discos en lugar de anillos que, además, se trasladan y dan vueltas sobre sí mismo, y los medios comienzan a referirse a ellos como “objetos rastreros no identificados” ORNIs; son esferas que solo hacen contactos tangenciales con el plano, o esferas no huecas que giran y se mueven mientras intersectan a Planilandia.  Lo que ven los planilandeses no es más que un corte o sección transversal de R3.Con el tiempo, vieron aparecer el punto, el anillo aumentando de diámetro y una desaparición súbita de este… y ahora, ¿qué pasó? El comité de la Academia establece que fue una figura tridimensional llamada cono (que no pueden ver, pero sí matemáticamente), lo que pasó por ahí. Un teólogo planilandés, que no pertenece a esa academia, emite opinión diciendo que ese fenómeno tiene un mensaje “divino” del más allá. En la rueda de prensa que dio la comisión de la Academia, para dar a conocer el informe, hubo mucho alboroto porque algunos periodistas preguntaron: y si se ven aparecer otras figuras planas como el cuadrado, el rombo, la elipse, polígonos de varios lados, ¿qué cosas pasaron por allí? La cosa fue a mayores cuando la comisión se levantó y se retiró, diciendo en voz alta: …las respuestas se las dejamos a ustedes como tarea para la casa. ¿Algo parecido sucede con los milagros observados en nuestro mundo, como producto de una interacción con una dimensión superior de la realidad creada por Dios?

Las analogías anteriores me permiten establecer una propiedad adicional de los milagros, a las discutidas en la primera parte de este trabajo, publicada en la web de El Nacional el 5 de septiembre de 2020 [https://www.elnacional.com/opinion/la-medicina-desde-el-mas-alla-milagros-de-j-g-hernandez-i/]: un milagro es un hecho, fenómeno o suceso extraordinario que ocurre en un lugar definido por la intersección de un espacio de una dimensión superior con un espacio de una dimensión inferior. Esa intersección no es más que la sección transversal del espacio de dimensión superior, proyectada, vista y sentida en la dimensión inferior. Es allí, en esa intersección, en donde pareciera que las leyes naturales fueran violadas por acción de un milagro, pero no lo son porque no se termina de entender cómo ellas funcionan en el “más allá”. Volveremos sobre este punto más abajo. Las analogías anteriores, en su esencia, no son mías; las he visto en “Thefourth dimension and the Bible” por William Anthony Grenville (The Gorham Press, Boston, 1922). Esta propiedad de los milagros niega las curaciones milagrosas por acción de contacto físico de personas sobre otras (uso de las manos, por ejemplo) en nuestra dimensión terrenal, sin ninguna interacción con el hiperespacio; pareciera que esto está reservado exclusivamente a seres del hiperespacio, salvo las excepciones descritas en la Biblia ocurridas en nuestra dimensión (Moisés, Jonás, Josué, Ezequiel, Eliseo, Elías).

Así como entes inteligentes de R3 pueden incursionar en el mundo R2 de Planilandia, entes de la cuarta dimensión podrían hacer lo propio en el nuestro. André Saint-Lagüe en su artículo “Viaje a la cuarta dimensión”, publicado en Las grandes corrientes del pensamiento Matemático (Eudeba, 1962, pp. 136-152), escribe:

«Los pequeños animales chatos de los que hablábamos, ofrecerían a nuestra vista todas las células que los componen y veríamos el interior de sus cuerpos. De igual modo, un ser de cuatro dimensiones vería simultáneamente todos nuestros órganos y quizá conocería todos nuestros pensamientos si corresponden a movimientos visibles de ciertas partículas nerviosas. Podría sacar un hueso de nuestro esqueleto, un fémur o un omóplato, sin que ningún traumatismo, ningún desgarramiento horadara nuestra piel, esta ‘bolsa de cuero’ que nos rodea».

¿Es esto lo ocurre con las curaciones milagrosas de los santos, beatos, venerables y siervos de Dios, habitantes de dimensiones superiores a la nuestra?

Si quiere divertirse más, jugando con las especulaciones que se generan con la cuarta dimensión, le recomiendo leer el libro El prodigioso jardín de las matemáticas, de Alexander Niklitschek (Ed. Iberia, 1964; pp. 263-361). En alguna parte este autor dice (p. 327):

«Supongamos que por descuido hemos tragado un alfiler. La consecuencia puede ser una grave herida interna y aun la muerte. Es cierto que nuestros médicos pueden también mucho: con el auxilio de los rayos Roentgen [rayos X] se determina primeramente la posición del alfiler; pero luego, para llegar al cuerpo perjudicial y extraerlo, es preciso abrir cruelmente con el bisturí un camino a través de nuestro cuerpo. Pero si pudiéramos ir a consultar con nuestro hombre del R4, que puede hacer con nosotros lo que se le antoje, cogería con una dulce sonrisa la aguja: al primer vistazo lo habría descubierto en nuestro cuerpo, del mismo modo que se descubre una pulga sobre un papel blanco, y la extraería en seguida sin causarnos la más insignificante herida ni el más ligero sufrimiento. En cambio, tendríamos que guardarnos con la mayor precaución, como la peste, de exponernos al menor contacto con el espacio tridimensional; pues, en cuanto un dedo de nuestra mano penetrara en él, se habría acabado todo. En ese mismo instante se abrirían todos nuestros vasos: la sangre fluiría, de repente, en la cuarta dimensión, que está “abierta”, y nos desangraríamos sin haber recibido la más leve herida. Y si penetrásemos del todo en ese cuarto espacio, al instante moriríamos…».

¿Es así como se ejerce la medicina desde el más allá, a través de las curaciones milagrosas, como las descritas en el libro de 1953 de Henri Bon & François Leuret titulado Las curaciones milagrosas modernas realizadas en Fátima? o ¿en el libro de Saverio Gaeta de 2006 titulado Milagros – Cuando la ciencia se rinde?

Regresemos a nuestra relación histórica sobre el tema de la cuarta dimensión, en el siglo XIX en donde nos seguimos encontrando con más opiniones de connotados y polémicos científicos como la del astrofísico alemán Johann Carl Freidrich Zöllner (1834-1882) con su libro Transcendentale Physik, publicado en 1879, con edición en inglés en 1881 titulada Transcedental Physics, además de un tratado en ese mismo año titulado en el que explica los milagros de la Biblia con base en el espacio en cuatro dimensiones (citado por Helge Kragh en su Zöllner’suniverse, publicado en 2012 en Physics in Perspective, Vol. 14, pp. 392-420). Las ideas de Zöllner sobre la cuarta dimensión y su conexión con “el más allá”, previas a su libro, aparecieron publicadas bajo el título “Onspace of fourdimensions” en TheQuarterly Journal of  Science, abril de 1878, pp. 227-237. En esas publicaciones, Zöllner reporta sus esfuerzos, con la ayuda del psíquico y médium americano Henry Slade, de probar, vía experimento, la existencia de la 4ta dimensión en presencia de testigos distinguidos, como los científicos Gustav Theodor Fechner (psicólogo y físico), Wilhem Weber (célebre físico electricista de Göttigen), Ernst Mach (físico y filósofo), Wilhem Scheibner (matemático), Carl Friedrich Wilhem Ludwig (fisiólogo) y Wilhem Max Wundt (psicólogo y filósofo). La participación del psíquico Slade en el asunto le restó seriedad científica al experimento a los ojos de algunos, quienes sospecharon gato “enmochilado” en el resultado. Slade anuda y desata, en el experimento, nudos en una cuerda cerrada insinuando que esto solo es posible con la ayuda de una cuarta dimensión. Hoy día, eso lo hace un niño aprendiz de mago. Véalo en [magohttps://www.youtube.com/watch?v=wjWLEAaJQE8]. Al final de ese artículo Zöllner defiende a Slade de los ataques recibidos acusado de impostor. Zöllner también llevó lo suyo bajo el ataque crítico de George S. Fullerton publicado en 1884 en The Journal of Speculative Philosophy, Vol. 17, N° 2, pp. 113-121, bajo el título “On space four dimensions”, y del marxista Federico Engel en su obra Dialéctica de la Naturaleza (capítulo “Los naturalistas en el mundo de los espíritus”). Sin embargo, no hay que quitarle mérito a Zöllner en cuanto a su esfuerzo por conectar las leyes de la naturaleza con la estructura curveada del espacio, siguiendo la revolucionaria geometría no-euclideana de Georg Friedrich Bernhard Riemann (1826-1866), llamada geometría elíptica, en la cual se redefine el concepto de curvatura de una superficie ofrecido por Gauss, además de dar una generalización de una geometría no-euclidiana anterior, llamada geometría hiperbólica, propuesta por matemáticos como el ruso Nikolas Ivanovitch Lobatchewsky (1793-1856) y el húngaro Farkas Wolfgang Bolyai (1775-1856), entre otros.

Gustav Theodor Fechner (1801-1887), previamente citado, fue un impulsor inicial de la cuarta dimensión en el siglo XIX. En 1846 publicó Vier Paradoxa, la cual fue reimpresa en 1875 bajo el título Kleine Schriften, con un anexo titulado “El espacio tiene cuatro dimensiones” y en la que cita a Kant (arriba referido), a Riemann y a otros. Adicionalmente, escribe otro documento titulado “La sombra está viva” la cual probablemente fue la fuente de inspiración de Abbott para que escribiera Planilandia. El acceso a estos documentos lo hemos hecho por la vía del artículo de H.G. Fellner & W.F. Lindgren, quienes lo publican en inglés en su artículo “Gustav Theodor Fechner: Pioneer of thefourth dimensión”, TheMathematical Intellingence, 2011, Vol. 33, pp. 126-137, y quienes opinan que estos documentos son los escritos populares más tempranos jamás hechos sobre el tema. Como psicólogo y físico, el enfoque de Fechner sobre el tema tuvo, más que todo, un sabor psicológico con giro satírico hacia la forma de cómo los filósofos trataban el asunto cuando debería ser más físico; en sus palabras (citado por Fellner & Lindgren):

«Para determinar la forma del espacio tetra-dimensional, solo hay que considerar la variable (temporal) t como una cuarta coordenada espacial. En segundo lugar, el científico obtendrá nuevas formas de mirar la naturaleza. Por ejemplo, si vemos un planeta moviéndose alrededor de su órbita, es solo porque el planeta se extiende en la cuarta dimensión como un haz en forma de espiral o de sacacorchos. En un momento dado, la superficie tridimensional en la que se encuentra el planeta atraviesa este haz espiral al igual que el papel bidimensional lo hace a través de los haces de luz al cortarlos, por lo que parece que el planeta se mueve alrededor de una órbita. Es iluminador considerar el universo entero como un gran desarrollo de fibras espirales y toda la astronomía simplemente como una parte microscópica de la botánica».

Hacia el final del siglo XIX y principios del XX, la cuarta dimensión era un tema que acaparaba la atención de más autores libre-pensadores como Charles H. Hinton, quien publica entre 1884 y 1888 una serie de pequeños panfletos titulados “Scientific Romances” dedicados mayormente a este tema, los cuales son comentados en detalle por Alfred M. Bork en su artículo “Thefourth dimensión in nineteenth-century Physics”, publicado en 1964 en Isis, Vol. 55, 3, N° 181, pp. 326-358. Por otra parte, Hinton publica en 1888 su New Era of Thought, en la que arguye que el hiperespacio es la base científica del altruismo y la religión. En conferencia ante la Sociedad Filosófica de Washington en 1901, Hinton presenta sus ideas sobre la cuarta dimensión la cuales aparecieron publicadas en Bulletin of thePhilosophical Society of Washington,1902, Vol 14, pp. 142-162. Leemos en párrafos de apertura:

«Hay dos direcciones de investigación en las que se puede proceder en la investigación de la realidad física de una cuarta dimensión. Una es la investigación de lo infinitamente grande, la otra es la investigación de lo infinitamente pequeño.

Mediante la medición de los ángulos de los grandes triángulos cuyos lados son las distancias entre las estrellas, los astrónomos han tratado de determinar si hay alguna desviación de los valores dados por la deducción geométrica. Si los ángulos de un triángulo celeste no son iguales en su conjunto a dos ángulos rectos, habría una evidencia para la realidad física de una cuarta dimensión».

Las ideas de Hinton fueron fuentes de inspiración para una versión ampliada de ellas por parte del ingeniero aeronáutico irlandés J. W. Dunne (1875- 1949), quien en un largo ensayo titulado “An experiment with time” de marzo 1927 habla sobre la precognición y la experiencia humana del tiempo; fue una obra muy leída y sus ideas promovidas por otros autores como C.D. Broad en su trabajo <<Mr. Dunne’s Theory of Time in «An experiment with time»>>, publicado en Philosophy, Vol. 10, N° 38, pp. 168-185.

A continuación, con el ruso Peter Demianovich Oupensky (1878-1947), cerramos estos comentarios sobre cómo la cuarta dimensión y el hiperespacio fueron tratados en el pasado, por algunos autores (no todos fueron citados aquí, como Ball, Clifford, Maxwell, Heaviside, Helmholtz), como concepto abstracto en el área de la geometría pura y metafísica, bajo sospecha de existir físicamente como extensión de nuestro espacio de tres dimensiones.

La obra de Oupensky se reparte en varias publicaciones aparecidas entre 1912 y 1949, las cuales han sido comentadas críticamente por George B. Burch en su artículo de 1951 “Thephilosophy of P.D. Ouspensky” en TheReview of Metaphysics, Vol. V, N° 2, pp. 247-268. Este autor resalta el libro Tertium Organum de Ouspensky de 1912 como el más importante de todos y en donde analiza, bajo la influencia de Kant y la de Hinton, el asunto de cómo los seres vivos interpretanen sus cerebros las dimensiones espaciales. Por lo tanto, Ouspenky hace una interpretación psicológica de las dimensiones y no un enfoque físico. No obstante, algunas ideas de él pueden ser citadas.

Hay seres inferiores en el reino animal que reaccionan solo a las sensaciones, correspondiéndoles, entonces, un mundo unidimensional o de una sola dimensión. Para ellos un mundo de una sola dimensión es todo. Hay otros animales, superiores a estos, que además usan la facultad de la percepción, correspondiéndoles un mundo de dos dimensiones y nada más. Nosotros, los humanos, animales superiores, apoyados con nuestras facultades mentales, podemos formar en nuestras mentes conceptos, a partir de las percepciones, y de ahí construir un mundo de tres dimensiones y percibirlo. La tercera dimensión se fabrica en el cerebro y queda descrita por la geometría. El ingreso a la cuarta dimensión se realiza por la vía de la espiritualidad y la creación artística, y esta es otra manera de conocer el mundo. Se necesita la cuarta dimensión para desarrollar la religiosidad y el misticismo, y no hay por qué aplicar conceptos. La idea y sentido del espacio, definido como el poder de representación por medio de la forma, es para cualquiera conciencia, una medida de su habilidad para aprehender el mundo, y esta habilidad varía con las facultades mentales disponibles. Así, para un ser humano de conciencia superior capaz de aprehender la cuarta dimensión, un objeto en tres dimensiones debe aparecer no como una cosa sino como la frontera o sección transversal de una cosa. Si el tiempo es la cuarta dimensión, la quinta debe ser la eternidad. En la Epístola de San Pablo a los Efesios (3: 14-19) encontramos curiosamente una coincidencia en los propósitos de este autor por considerar la cuarta dimensión como un lugar místico. Leemos en esos versículos (súplica de San Pablo):

«Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda mi familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que  Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en al amor podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios». (cursivas mías).

Mayores comentarios sobre Ouspenky no hacen falta y remitimos al artículo de Burch para las críticas a la obra sobre este autor.

No podían faltar, sin embargo, críticas que se oponen al idealismo contenido en todas estas disquisiciones metafísicas, que provienen del lado del materialismo dialéctico. A. M. Mostepanenko y M. V. Mostepanenko en su libro Tetradimensionalidad de espacio y tiempo (edic. Pueblos Unidos, Montevideo, Uruguay, 1968) se expresan despectivamente de estas disquisiciones de la siguiente manera (p. 118):

«El carácter tridimensional del espacio está estrechamente vinculado con la materialidad del mundo exterior y con las leyes de la causalidad. Se sabe cuán ardorosamente especuló el idealismo con la idea de la cuarta dimensión del espacio, localizando en ella a los espíritus y tratando de utilizarlas para demostrar la existencia de los milagros. Se sabe también que Lenin, en Materialismo y empiriocriticismo, criticó enérgicamente a Ernst Mach por la hipótesis de que no es forzoso representarse los elementos químicos en un espacio de tres dimensiones.

¡Cuántas invenciones anticientíficas, fruto de la ignorancia, fueron propuestas a fines del siglo XIX y comienzos del XX a propósito de la cuarta dimensión!».

Dejando atrás a los filósofos y matemáticos del hiperespacio, de los cuales solo hemos presentado y revisado una muestra (con información bibliográfica para los interesados), vayamos al grano en la parte final de este artículo-homenaje y entremos a su parte medular: ¿existe o no el hiperespacio de cuatro dimensiones como realidad física y no tanto como algo meramente matemático, místico o metafísico? ¿Qué relación directa o indirecta podría tener el hiperespacio físico con los milagros? Aquí estamos ante una historia fascinante de la Física y pegamos un salto de los precursores D’Alembert y Lagrange, pasando por Fechner y el incógnito “S”, para caer en el físico Hermann Minkowski (1864-1909), quien fue profesor de Albert Einstein (1873-1955), siendo este último el que le pone la rosa que le faltaba al ramo con su Teoría de la Relatividad. Es Minkowski quien introduce la dimensión temporal como variable matemática en un espacio de cuatro dimensiones llamado en su honor el “espacio de Minkowski”. A Einstein le tomó 10 años, desde 1905 a 1915, para sentar las bases de un Universo tetra-dimensional con una estructura geométrica no-euclidiana cuya “curvatura” la conectó con la gravedad, prescindiendo así del concepto de fuerza; y esto, para mí, tiene una tremenda consecuencia en la interpretación del fenómeno paranormal a nuestra escala, como lo discutiré al final, bajo la referencia de “duendecillo de Einstein”.

En el viejo mundo nuevas ideas venían corriendo desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con relación a cómo reinterpretar el mundo físico y que merecían pruebas observacionales para ser aceptadas como válidas. Varios fueron los científicos europeos que participaban de esta corriente, además de Minkowski y Einstein: Henri Poincaré (1854-1912), Ernst Mach (1838-1916), Hendrik Lorentz (1853-1928) y George Francis Fitz Gerald (1851-1901). Lorentz fue quien introdujo las transformaciones matemáticas, en el espacio de Minkowski, que permiten pasar de un sistema de referencia a otro, pero tomando en cuenta la constancia de la velocidad de luz. Por su parte, Fitz Gerald atacó el problema de la contracción de la longitud en la dirección del movimiento, que llevó a la idea de que la luz se mueve con independencia del sistema de referencia desde donde se está midiendo.

Desde 1905 Einstein venía con sus revolucionarias ideas con las que cuestionaba la interpretación que se le daba a la caída de la manzana que inspiró a Isaac Newton a la creación de la teoría de la gravitación universal en 1667, y que aprendimos en bachillerato: dos cuerpos considerados puntuales se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia (euclidiana) que los separa. En esta ley ni el tiempo estaba incluido y la velocidad de la luz tampoco. Para Newton, la gravedad era una fuerza de atracción independiente del tiempo; para Einstein, esa atracción no lo era. Para Newton masa era una cosa y energía era otra, para Einstein eran lo mismo (equivalentes). Para Newton, espacio (absoluto-euclidiano) era una cosa y tiempo (absoluto) era otra cosa, para Einstein los dos eran relativos (al observador en movimiento) y entremezclados en una estructura físico-matemática de cuatro dimensiones llamada «espacio-tiempo», en donde los eventos físicos son simultáneos para unos y no para otros debido a la velocidad finita de luz (la portadora universal de información), con propiedades geométricas diferentes a la clásica geometría de Euclides que aprendimos en la escuela. Toda una revolución en Física. Para 1916 ya Einstein tenía lista y publicada (en varios artículos) su teoría de la gravitación, que sustituiría ampliaba la de Newton; solo faltaba la pruebas. El tema es tan extenso que en todas las bibliotecas y librerías del mundo hay estantes full de libros dedicados al tema en todos los idiomas.

Uno de los puntos claves de esta teoría es la naturaleza de luz y sus propiedades físicas que obligan a considerar al escenario donde se ejecutan los eventos y sucesos físicos como un espacio de cuatro dimensiones: tres relacionadas con la posición y una relacionada con el tiempo, que llamaremos (3 + 1). Me interesan dos cosas aquí: las propiedades físicas y ontológicas de la luz y la interpretación de la gravedad como acción de la curvatura topológica de ese espacio.

En un universo imaginario donde las cosas pudieran moverse a velocidad infinita, como velocidad máxima, el tiempo carece de sentido y el espacio sería el mismo para todos. El tiempo no transcurre, el tiempo se detiene y el espacio se expande al infinito porque podemos estar en todas partes. Y así usted no envejecería jamás y sería eterno. Pero una velocidad infinita no tiene sentido; de hecho, no se tiene toda la energía del mundo para alcanzar tal velocidad.  En consecuencia, ni usted ni yo, ni ninguna otra cosa o evento puede estar en un mismo sitio al mismo tiempo o concurrir simultáneamente. Por consiguiente, tiene que haber algo que tenga la velocidad límite máxima; hoy día se sabe que ese algo es la luz y el resto de las radiaciones electromagnéticas, cuya velocidad en el vacío es de 300.000 km por segundo y ese valor no depende del observador que la mida; ese valor es una constante de la naturaleza. La luz no reconoce el sitio desde donde le están midiendo su velocidad, eso no le importa, ni tampoco necesita un medio material para transmitirse como otras perturbaciones (así es ella). Ella, o sus fotones (partículas de luz) es o son los portadores universales de información; en consecuencia, la luz debe ser independiente de la velocidad, posición, etc., de los receptores de la misma. De lo contrario, si la velocidad de luz no fuera independiente del sistema desde donde se midiera, tendríamos excusas para decir que no nos dimos por enterados: sencillamente ajustaríamos nuestra velocidad para que la luz no nos alcanzara, y esto podría ser objeto de manipulación política por aquellos que detentan el poder. Así, esa independencia es uno de los postulados de la teoría especial de la relatividad de Einstein. Y si alguien se atreviera o intentara alcanzar la velocidad de la luz, nunca lo va a poder porque su masa iría en aumento tal que esta se haría infinita, lo cual es imposible según lo predice la teoría de la relatividad. La luz dice: ¡Mira! Tú nunca podrás alcanzarme y pone ese obstáculo. Vivimos en un universo cuyos eventos siempre sufren retraso, en relación con otros, mientras se transmite la información de un sitio a otro, o de un observador a otro, que a su vez se mueven entre sí. Sin embargo, en nuestro reducido ambiente las distancias son tan cortas y la velocidad de transmisión de información es tan grande, que en nuestro mundo (meso-cosmos) los eventos ocurren simultáneamente y son casi instantáneos en la práctica. Por eso no nos damos cuenta de la naturaleza cuatro-dimensional de nuestro espacio.

Ahora bien, si yo digo que la luz no envejece, nunca se pone vieja, no hay luz nueva, no hay luz vieja, ¿qué opina? ¿Es eso verdad? Alguien contesta: claro, lo que cambia y/o envejece es la fuente, o sea, a la luz no le importa que el tiempo pase. A la luz le es indiferente que el tiempo pase. Para la luz el tiempo se detiene, vale cero… no existe, por eso no envejece, ¿cierto? Pero la luz necesita cierto tiempo para llegar de un sitio a otro porque su velocidad es finita, ¿qué implica esto? Implica  que no hay simultaneidad en los sucesos; para unos, un suceso ocurrirá primero, y para otros, después.

La luz es eterna… ¿Es lo único eterno? No hay nada que viaje más rápido que la luz y si para ella el tiempo se detiene, cualquier cosa que intente viajar cada vez más cerca de la velocidad de la luz, comenzará a sentir que el tiempo pasa más lentamente; mientras más rápido, envejece más despacio pero nunca se volverá eterno porque solo la luz (y Dios) es eterna; por eso, Dios dijo primero hágase la luz (y después lo demás) (Génesis 1: 3-4).

Lo anterior tiene que ver con la pregunta que se hizo Albert Einstein cuando era un joven veinteañero: Si usted va con la velocidad de la luz, ¿cómo se vería el mundo? Él la contestó con su teoría de la relatividad. El 29 de mayo de 2019 se cumplieron exactamente 100 años del eclipse total de Sol (29 de mayo de 1919) que se usó para comprobarla por primera vez en la historia de la ciencia su teoría general de la relatividad.

Si usted deja a su hermano gemelo en la Tierra y se va por ahí, por el espacio, vagabundeando a velocidades cercanas a la de la luz, cuando regrese a la Tierra a lo mejor su hermano gemelo habrá muerto hace mucho tiempo o lo encontrará mucho más viejo que usted porque para usted el tiempo pasó muy lentamente. Conocida como “la paradoja de los gemelos” si esta se diera y encontrara a su hermano gemelo mucho más viejo que usted, al regresar a la Tierra, ¿es eso un milagro o algo natural? Como evento mundano o natural, si este se pudiera presenciar, esta paradoja no podría ser considerado como algo milagroso, aunque pareciera, y esto lo decimos con base en el trabajo de Alastair McKinnon titulado “Miracle and Paradox” publicado en 1967 en American Philosophical Quarterly, Vol. 4 (N° 4), pp. 308-314. No obstante, pone en relieve las cosas “raras” que pudieren suceder cuando ubicamos la realidad física en su apropiado espacio tetra-dimensional (3 + 1).

Pero no es necesario acudir a la anterior paradoja para demostrar que el tiempo pasa más lentamente con aumento de la velocidad. En la edición especial de la conocida revista Scientific American de septiembre de 2004 (Vol. 291, N° 3) dedicada a la teoría de la relatividad de Einstein por cumplirse el primer centenario de la parte especial de la teoría publicada por él en 1905, aparece un artículo titulado “Everyday Einstein” por Philip Yam (pp. 50-55). En él se explica, entre otras cosas, que el sistema de posicionamiento global (GPS en inglés) debe tener una corrección relativista en los relojes que los satélites llevan a bordo, debido a la velocidad de los satélites. A esas velocidades los relojes corren aproximadamente 7 microsegundos más lento por día que los localizados en tierra, pero a su vez, a esas alturas con gravedad menor, los relojes se adelantan 45 microsegundos por día con relación también a los de tierra, por lo que hay que hacer una corrección neta para que los GPS den lecturas correctas.

La visión del Universo visible, captado aquí en la Tierra con instrumentos de exploración astronómica es, aunque usted no lo crea, materialmente una “fotografía” en cuatro dimensiones. Aun cuando no tenemos ninguna percepción directa de las distancias esterales, lo que estamos viendo realmente es el espacio en profundidad, en sus clásicas tres dimensiones y al tiempo, y esto se debe a la finitud de la velocidad de la luz. Dicho de otra manera, para un instante dado de observación, hay imágenes de objetos que son más viejas que otras. Es más, se puede dar el caso de estarse recibiendo todavía imágenes de objetos que, para el momento, ya han dejado de existir. Recuerde esto cuando esté viendo la imagen espectacular del cielo estrellado en una noche despajada sin Luna, lejos de la contaminación lumínica.

Sabiendo ahora que nuestro mundo físico existe en un espacio de cuatro dimensiones, ¿qué tipo de geometría lo caracteriza? Einstein planteó que era una geometría no-euclidiana introducida por Riemann en 1854, y hecha pública en 1867, en donde el concepto de curvatura y su medida fue ampliado más allá de lo que nosotros entendemos por curvatura en nuestro espacio R3. El espacio donde se asienta un campo gravitacional, se caracteriza por poseer curvatura que determina la acción de la gravedad sobre los cuerpos que hay en él y cómo se van a mover, siguiendo las líneas de campo llamadas geodésicas. Por lo tanto, para que un cuerpo se mueva por acción de la gravedad, no hace falta pensar en la acción de una fuerza como la que se imaginó Newton cuando vio la manzana caer desde un árbol; en otras palabras, no es necesario la noción de fuerza. ¿Cómo se le ocurrió esto a Einstein? Esa es una historia que está narrada en muchos libros de divulgación sobre la teoría de la relatividad. Pero si me permiten, voy a hacer un gran esfuerzo para explicar, a través de una analogía mecánica, cómo la curvatura de un espacio y su geometría, se puede conectar con una acción gravitatoria.

Imagínese usted en el espacio interplanetario o interestelar viajando en una nave, ¿cómo sabe usted que se está moviendo? Viendo por la ventana; solo se pueden ver las estrellas que están tan lejanas que no se mueven respeto de usted, por lo que no pueden ser usadas como referencia. Pero de repente, usted siente que se va hacia atrás y es aplastado contra el fondo de la nave. Usted dirá, la nave prendió sus cohetes retro-propulsores posteriores y aceleró hacia adelante hasta que los apaga y el aplastamiento desaparece. Pero si usted ignora esto, ¿quién lo empujó? Mientras la nave acelera, usted adquiere cierto peso temporal en esa dirección, pero hacia atrás (recuerde que en el espacio no hay arriba ni abajo). Usted cambió de rapidez, pero no de dirección. Si une el fondo de la nave con la parte delantera con una cuerda tensada, sabe que esa es la dirección de su movimiento. Usted apoyado en esa cuerda puede moverse libremente, en estado de ingravidez, a lo largo del eje longitudinal de la nave. Hasta aquí todo bien.

De repente, la nave además de prender otra vez los cohetes retro-propulsores de atrás, prende los que están a un lado, perpendiculares a los primeros. La nave es sometida a un movimiento en dos dimensiones que la hace tomar una trayectoria curva, por ejemplo, en el sentido contrario a las agujas del reloj, y usted se va a mover perpendicularmente a la cuerda hacia el lado derecho de la nave contra la cual se va a aplastar mientras dure esa aceleración doble de la nave. La curva que describe la nave en el espacio está asociada a un movimiento suyo (perpendicular a la dirección previa de la aceleración anterior, dada por la cuerda) que lo lleva a adquirir gravedad o peso temporal cuando se aplasta con ese lado lateral de la nave. Se puede sacar la conclusión de que usted fue sometido a una acción gravitacional como resultado de la curvatura del espacio, y comienza a pensar en una expresión matemática entre la geometría del espacio y la acción física resultante de una fuerza gravitatoria. La Física de Newton nos dice que tal fuerza, desde afuera, es una del tipo centrípeta cuya magnitud, de acuerdo a la 2da ley de Newton, es igual a m x (rapidez tangencial) x (rapidez tangencial) x (1/r), donde “m” es la masa suya y “r” es el radio de curvatura. Usted adentro siente que algo invisible lo empuja hacia y contra la pared lateral de la nave y le llama “fuerza centrípeta”, pero que nadie aplica. La respuesta es la inercia la que actúa haciendo ver que lo empujan (1ra. ley del movimiento de Newton).

Por lo anterior, se observa que mientras más cerrada sea la curva (r menor), habrá más peso, y si la curva es cerrada como una circunferencia, Usted quedará atrapado dando vueltas en una circunferencia de radio “r”, por culpa de la curvatura del espacio, hasta que esa trayectoria curva desaparezca (porque los motores se apagan), saliendo disparado por la tangente. La curvatura completa de la trayectoria lo sacó de la dirección que traía y lo volvió a poner en ella. Usted cayó temporalmente en un “hueco negro” newtoniano. En esta analogía mecánica hemos usado la Física newtoniana en donde la distancia “r” se mide por la métrica de la geometría euclidiana. En la gravitación de Einstein, no hay motores que saquen a los cuerpos de su dirección de movimiento y los pongan a dar curvas; son las líneas del campo espacio-tiempo (3 + 1) tipo Riemann, las que indican a los cuerpos como moverse, y la “curvatura” de este campo tetra-dimensional da una idea de la intensidad gravitacional del campo; para eso, él escribió sus conocidas ecuaciones de campo.

Ahora, pensando más sobre este tema, pero desde el punto de vista especulativo, se me ocurre la siguiente idea. Cuando uno ve en videos, o sabe por testimonios de otros, que hay pequeños objetos que, a nuestra escala, se han movido solos, es decir, sin que alguien escondido lo haga a conciencia, sin que lo haga el viento o alguna otra causa natural como un temblor, sin trucos, lo primero que se viene a la mente es que fue un fantasma, o el alma de alguien, quien lo hizo para llamar la atención o para asustar. Esta hipótesis paranormal o sobrenatural no es necesaria. (Esto me recuerda a aquellos antiguos que pensaban que los planetas, en su curso anual por el cielo, eran movidos por ángeles o dioses).

El movimiento antes descrito pudo haber sido causado por fluctuaciones aleatorias de este campo espacio-temporal alrededor del objeto.  Nadie aplica una fuerza a eso objetos para que se muevan, no es necesario;  de lo contrario, se estaría violando además la tercera ley de Newton del movimiento, o sea la ley de acción y reacción, la cual establece que siempre que un cuerpo ejerza una fuerza sobre otro, este otro reaccionará con una fuerza de igual magnitud, pero de sentido contrario (en la misma dirección) sobre el primero: ¿sobre qué cosa se ejerce la fuerza de reacción del objeto que es movido por la cosa? ¿Sobre un fantasma, que no tiene masa, una substancia, pero que empuja? No lo creo. No hay fantasma. Hay algo en el espacio alrededor del objeto que lo hace moverse solo, y ese algo tiene que ver con una variación súbita de la curvatura del espacio-tiempo. A este efecto yo lo llamo el “duendecillo de Einstein”. ¿Ha visto usted objetos grandes como un carro o algo más grande moverse solos sin que alguien lo haga? ¿Es un fantasma quien lo hace? Adicionalmente,  ¿para qué un fantasma mueves cosas? ¿Para hacer el ridículo como fantasma burlón?

La hipótesis en cuestión se opone a la telequinesia, según la cual hay quienes pueden mover objetos con la mente; nadie puede mover objetos con la mente y esta opinión es compartida, entre otros, por Michio Kaku, de la Universidad de Nueva York, en su libro Física de lo imposible (Dabate, 2009, pp. 119-134). Recuerdo haber visto por TV hace décadas, en un programa maratónico “sensacional”, vespertino-nocturno muy popular, transmitido por un canal caraqueño cada sábado, a un individuo de nombre Uri Geller haciendo un show en el que trataba de doblar cucharas con la mente en el estudio y en las casas de los espectadores. ¿Sería que Geller tenía el privilegio de poseer una curvatura espacio-temporal en su cabeza y transmitir sus efectos por TV para doblar esas cucharas?

Yo, como autor de la hipótesis del “duendecillo de Einstein”, al ofrecer una explicación natural (con base en el espacio tetra-dimensional) de los llamados fenómenos paranormales o extrasensoriales, la veo más aceptable y seria que introducir fantasmas o animas en pena. No soy científico en el área de la relatividad ni gravitación como para plantear una vía de demostración de tal hipótesis; habría que demostrarlo teóricamente y experimentalmente y que, si lo pudiera hacer, nos conduciría, al menos, a una nominación al premio Nobel de Física. Las historias sobre “la sayona”, “el silbón”, “la llorona”, etc. se vendrían abajo. Algunas veces la ciencia avanza así, partiendo de una especulación metafísica como la que aquí planteo, mezclada con otras cosas. Ejemplo de ello es Johannes Kepler (1571-1630), descubridor de las tres leyes del movimiento planetario, para lo cual, para no extenderme más, remito el lector al artículo de Gerald Holton titulado “Johannes Kepler´suniverse: Itsphysics and metaphysics”, publicado 1956 en American Journal of Physics, Vol. 24, pp. 340-351. Las palabras inspiradoras de Albert Einstein no podían ser menos para eso cuando dijo: «El verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación». Y «la lógica te llevará desde el punto A al punto B, pero la imaginación te llevará a donde sea».

Para ir finalizando, después de todo lo anteriormente expresado, ahora podemos precisar mejor que… un milagro es un hecho o suceso extraordinario que se presenta no en la intersección de un espacio de tres dimensiones con un espacio de cuatro, sino más bien en la intersección de un espacio de cuatro dimensiones con uno de cinco. ¿Es allí en este espacio penta-dimensional, en esa quinta dimensión, donde se encuentra “el más allá”? ¿Es allí donde se encuentran las almas de los siervos de Dios, venerables, beatos y santos, como nuestro José Gregorio Hernández, que hacen milagros en esa intersección?

James E. Beichler, en ponencia publicada en 2002 en Conference Proceedings for the Academy of Religion and Psychical Research, pp. 40-52, titulada “The Relationship between Physics, Death and Communication”, expresó:

«A pesar de su popularidad, el vidente es contrario a la ciencia moderna. Dado que la ciencia es una parte extremadamente importante de nuestra cultura, el vidente nunca será completamente aceptado hasta que una teoría científica pueda explicar cómo la conciencia sobrevive después de la muerte del cuerpo material. Incluso la evidencia experimental actualmente disponible de esa sobrevivencia no es suficiente para influenciar las opiniones de los científicos sin una teoría que respalde los datos obtenidos de los experimentos.  Solo una teoría, en la actualidad, puede explicar tanto la conciencia como esa sobrevivencia, y es la teoría del campo único de cinco dimensiones.

¿Cuál es esa quinta dimensión? No hay más espacio para discutir esa ponencia aquí, pero dejamos al lector interesado esta información para que pueda acceder a ella, aunque hablaremos de ella en la próxima entrega.

Insisto, como lo hice en la primera entrega de este trabajo-homenaje (arriba citado) que Dios no viola sus propias leyes naturales para mostrar su grandeza y poder; eso no le hace falta, además que no es buen ejemplo. Él hizo este Universo a su medida, a su buen entender y saber, y siempre dejará o se reservará algo misterioso pero natural para mostrar esa grandeza y ese poder.

Karina Ramírez es una joven estudiante de Medicina de la Universidad de los Andes-Mérida, quien asegura haber sido favorecida con un milagro del Dr. José Gregorio Hernández justo cuando el cirujano la iba a intervenir para corregirle un defecto anatómico en una de sus piernas. La operación se suspendió súbitamente, estando ya lista en el quirófano, porque ya no hacía falta, según lo dictaminado por el médico tratante cuando fue a ponerle el bisturí sobre la piel. En la tercera y última entrega de este trabajo, en el marco de esta segunda parte y de la primera, dedicado a su memoria y como un homenaje a su beatificación, nos referiremos a este y a otros milagros de José Gregorio Hernández, los cuales estarán en la mira del Vaticano en el proceso hacia su canonización.

Pero no olvide, cuando sienta que las cosas se mueven solas, cuando las puertas o ventanas se abran o se cierren solas, cuando las cosas por sí solas caigan al suelo como bolas de un arbolito de Navidad, etc… no se asuste, no es ningún fantasma o ánima en pena; es “el duendecillo de Einstein” en nuestro hiperespacio de cuatro dimensiones el que lo está haciendo.

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@PenalozaMurillo


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