Mientras residía en Inglaterra y hacía mis estudios doctorales allá, tuve la oportunidad de visitar tres importantes lugares de peregrinación cristiana donde se produjeron emblemáticos sucesos milagrosos atribuidos a la intervención divina: Tierra Santa en Israel y Palestina, el santuario de Lourdes al sur de Francia y el santuario de Fátima en Portugal. Todos conocemos lo que ocurrió en esos lugares y cuáles milagros iniciales se produjeron en esos sitios, correspondiendo a Jesús los milagros más espectaculares de toda la historia sagrada que van desde su concepción hasta su subida al cielo en cuerpo y alma (ver mi artículo “Jesucristo Superestrella”, El Nacional, 20 de abril de 2013). En Lourdes pude vivir la profunda experiencia espiritual de haberme bañado en una piscina con aguas de la fuente que milagrosamente brotó allí, en la gruta de la Virgen de Lourdes, cuando ésta se le apareció a Bernadette Sourbirous en 1858.

Estando en Betania, cerca de Jerusalén, pude visitar la tumba de Lázaro en donde éste fue resucitado por Jesús. Sitio no custodiado por los Franciscanos sino por uno u otro árabe que cobra para que uno pueda pasar, bajé hasta una profunda cámara alumbrada con luz eléctrica y en donde no hay más nada que la cámara vacía; y ahí, yo como físico y astrónomo me pregunté: ¿de aquí salió un hombre caminando, que estaba muerto? Si, el milagro de la resurrección (milagro supra naturam); en otras palabras, la muerte de la muerte. ¿Cómo pudo haber pasado? Antes de resucitarse a sí mismo, Jesús resucitó a otro e hizo otros famosos milagros. De ahí para abajo, y desde que Jesús subió a los cielos, siguieron ocurriendo bastantes milagros en la historia, unos a través de intermediarios como ángeles, arcángeles y querubines, y otros que, de acuerdo a la iglesia católica, logran convertirse por eso en siervos de Dios, venerables, beatos y santos.

Cuando uno revisa la literatura sobre el tema de los milagros no es raro ver que algunos comiencen tratando de definir lo que es un milagro llevándonos inclusive, sobre este punto, hasta las consideraciones hechas por San Agustín (354-430) y por Santo Tomás de Aquino (1225-1274), para no ir más atrás hasta la cultura greco-romana de dioses, héroes y reyes divinos, o aún hasta los tiempos bíblicos del Viejo Testamento. San Agustín fue el primero en intentar dar una definición teológica de milagro, como lo relata John A. Hardon en su trabajo “The concept of miracle from St. Augustine to moderm apologetics” publicado en Theological Studies (1954), vol. 15, 229-257.  Actualmente, la discusión sobre este tema es densa y compleja (multidisciplinaria); para algunos no fue suficiente decir que es una simple violación, un suceso extraordinario, o una excepción a las leyes de la naturaleza como lo pensó el filósofo inglés David Hume (1711-1776) en tiempos más modernos; esto tiene varias aproximaciones o enfoques por lo cual el concepto de milagro ha evolucionado con el tiempo a medida que avanza el conocimiento humano. Hume, por ejemplo, pensaba que, si la constatación del orden natural no era evidencia en favor de ninguna religión natural, salvo para el hombre religioso, ¿qué pasaba con el quebrantamiento de aquel orden, esto es, con los milagros? Si alguien testifica haber contemplado uno, ¿puede esta testificación considerarse como una evidencia en favor de alguna particular creencia religiosa? Esta fue la cuestión que Hume, en su época, trató de responder. Entonces, ¿cuál es la mejor definición de milagro dada hasta la fecha? ¿Qué los caracterizan? El Dr. Daniel P. Sulmasy, en su trabajo “What is a miracle?” (Southern Medical Journal, 2007, Vol. 100, N° 12, 1223-1228), poniendo aparte los abusos que se hacen de la palabra y de su concepto, revisa seis definiciones a la luz de la teología y de la filosofía de la ciencia. Las seis caracterizaciones dadas por este autor tratan de eludir la vieja idea determinística de que un milagro es una simple violación al orden natural. Como suceso extraordinario o raro es una “excepción a la norma”, pero dentro de lo normal o natural. El adagio popular según el cual toda norma tiene su excepción, ¿es tomado de allí? ¿Toda ley natural tiene su excepción “milagrosa”? Esto nos lleva al concepto probabilístico o estadístico del milagro. Por ejemplo, uno se podría preguntar, ¿cuál es la probabilidad de que alguien se salve de un tiro en la cabeza? Obviamente esto depende de las circunstancias del caso y, mientras más difícil o grave sea el caso, más milagroso será si se salva (como el caso del milagro praeter naturam que llevó al Dr. José Gregorio Hernández a la beatificación). La conocida ley estadística de los grandes números nos llevaría a plantear la pregunta de la cantidad de personas que han recibido un disparo en la cabeza, cuántas se han salvado y cómo han quedado al recuperarse. «Se salvó de milagro» es la expresión más popular para explicarlo. Ese milagro es simplemente una coincidencia de muy baja probabilidad, pero que de vez en cuando sucede; digamos, es un milagro terreno, que supuestamente no tiene intervención divina, directa o indirecta, porque fue algo al azar. Pero cuando se viola el azar (que no es por azar… no fue por azar y asombra), el punto se pone más interesante. Entonces, existen milagros naturales terrenos justificados al menos por la teoría de las probabilidades y milagros divinos, fuera de toda probabilidad (uno de sus requisitos). Pero antes de que esa teoría se conociera, científicos y filósofos naturales del renacimiento se ocuparon del tema de ahí en adelante. Desde 1543 cuando Nicolás Copérnico publicó su obra Sobre las Revoluciones de las Orbes Celestes hasta la publicación de Principios Matemáticos de Filosofía Natural por Isaac Newton en 1687 transcurrieron 144 años, durante los cuales la ciencia dio un gran primer giro y el concepto de milagro cayó bajo el examen del determinismo científico con Newton a la cabeza. A partir de allí el concepto de milagro fue pasando por la lupa de la ciencia hasta que llegó a consideraciones más serias, desde el punto de vista teológico, en el siglo XVIII con el papa Benedicto XIV, quien sentó las bases y pautas para los procesos de beatificación y canonización católicas.

¿Qué decían San Agustín y Santo Tomás de Aquino sobre los milagros? Tomemos en cuenta que en sus respectivos momentos las leyes de la naturaleza aún no se conocían, por lo que un milagro, como una violación a estas, no estaba en discusión. Veamos algo de lo que ellos dijeron, a través de un par de citas que aparecen comúnmente en la literatura especializada:

San Agustín por el año de 387 escribió en su “De la utilidad de creer” (Obras, tomo IV, BAC, Madrid, 1956; p. 893) lo siguiente:

«Milagro llamo a lo que, siendo arduo e insólito, parece rebasar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla. En este orden no hay nada tan acomodado a la capacidad de los pueblos y de los ignorantes como lo que cae en el campo de los sentidos. Pero también entre estas obras distinguimos una dualidad: unas solamente producen admiración, otras suscitan gratitud y benevolencia. En efecto, si se viera a un hombre volar, como este hecho no trae al espectador más ventaja que el espectáculo en sí, el hecho nos produce admiración, y nada más. Pero si alguien, enfermo de gravedad y sin esperanza de curación, con sólo ordenárselo se encontrara al instante restablecido, su gratitud hacia el autor de su curación sería mayor que la admiración. Milagros así tenían lugar en los días en que Dios se mostraba como verdadero hombre, en la medida en que era esto posible. Sanaban los enfermos y quedaban limpios los leprosos; a los cojos se les devolvía el poder caminar, a los ciegos la vista, y el oído a los sordos. Los hombres de entonces vieron transformarse el agua en vino, comer hasta la saturación con sólo cinco panes cinco mil personas, pasar a pie enjuto los ríos y resucitar los muertos. Algunos de estos milagros, como obrados en el cuerpo, mostraban con mayor claridad su aspecto beneficioso; otros eran un signo dirigido a la mente, y todos testimoniaban al hombre la majestad divina; así atraía hacia sí la autoridad de Dios a las almas errantes de los hombres. Me preguntas: ¿por qué no se obran milagros ahora? Porque no nos impresionarían, si no eran algo extraordinario; y si fueran habituales, no serían extraordinarios…» [https://www.augustinus.it/spagnolo/utilita_credere/utilita_credere.htm].

Más tarde el doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino, 883 años después de Agustín en el siglo XIII, retoma el tema en su obra Suma de Teología (BAC, Madrid, 2001). El Artículo 7 de la primera parte lo titula “Todo lo que Dios hace fuera del orden establecido, ¿es o no es milagro?” y se lo dedica a discutir el concepto teológico de milagro. Entre otras cosas allí expresa que:

«El milagro se dice que es una obra difícil, no precisamente por la condición del sujeto o materia sino porque excede el poder de la naturaleza. Asimismo, se dice insólito, no precisamente porque acontezca raras veces, sino porque acontece fuera del orden naturalmente acostumbrado. Y respecto a exceder el poder de la naturaleza, se ha de entender esto no sólo en cuanto a la sustancia de lo hecho, sino también en cuanto al orden con que se hace. Se dice que sobrepasa la expectación de la naturaleza, pero no que sobre- pase la esperanza de la gracia, que se fundamenta en la fe, por la que creemos en la resurrección futura».

Con la llegada de la revolución científica se comienza a vislumbrar o descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el Universo, y la discusión sobre si Dios, como autor de esas leyes, interviene o no en su obra para manifestar su poder en forma de milagros, toma otro giro. Las definiciones de Agustín y Aquino ya no son adecuadas. Los fundadores de la ciencia moderna (con Isaac Newton a la cabeza), y sus colaboradores y discípulos, abordan el tema desde un punto de vista determinista y mecanicista. Unos dicen que Dios debe estar constantemente “dándole cuerda” a su obra para mantenerla funcionado; otros, dicen que, de vez en cuando, deben intervenir para corregir alteraciones o desvíos azarosos; otros dicen que interviene ex profeso para mostrar su poder, bondad o misericordia (milagros supra naturam); la resurrección, la concepción virginal de María, el embarazo de Sara (la esposa de Abraham) y otros, son ejemplos bíblicos de milagros supra naturam. Otros añaden que, sin violar las leyes físicas que Él instauró, Dios se aprovecha de ciertas deviaciones muy excepcionales de esas leyes, para hacerse omnipresente y omnipotente (milagros contra naturam), como es el caso del diluvio universal, las diez plagas de Egipto, la multiplicación de los panes y la conversión de agua en vino en las bodas de Canaán, entre otros. Pareciera, entonces, que Dios se reserva para sí los milagros supra naturam y contra naturam, dejando los milagros praerte naturam a sus emisarios. Así, en su intervenir, realiza acciones prodigiosas a través de su hijo Jesucristo o la Virgen María y otros emisarios para manifestar su gracia y grandeza (milagros praerte naturam). Dios decide qué tipo de milagro aplicar, por lo cual Él no tienes sus manos amarradas por sus propias leyes, como decía Robert Boyle de la Royal Society de Londres y uno de los padres de la Química. Los milagros a través de venerables, siervos de Dios, beatos y santos, son del tipo praerte naturam. El caso de las curaciones milagrosas del beato venezolano Dr. José Gregorio Hernández es el más emblemático y notorio de nuestro país, sobre el cual iremos más adelante.

Pero hay un cabo que sobre esto queda suelto: ¿conoce el ser humano todas las leyes de la naturaleza? Porque si no las conoce, puede haber sucesos, hechos o fenómenos naturales no explicados todavía por la ciencia, que pueden interpretarse como milagrosos y no lo son; no lo sabemos. La realidad creada por Dios puede trascender nuestro espacio-tiempo tetra-dimensional en donde, nosotros, en nuestra localidad euclidiana plana, restringida a tres dimensiones, solo somos una proyección de un espacio de dimensión mayor o hiper-espacio y en donde los milagros pudieran ser fenómenos naturales que también suceden, pero en una realidad superior proyectados sobre el nuestro… y que nosotros interpretamos como milagros super naturam o contra naturam (más sobre esto después). Y es en esos hiper-espacios donde queda “el más allá” y desde donde el alma de José Gregorio Hernández y todos los venerables, siervos de Dios, beatos y santos, ejercen la medicina para hacer “curaciones milagrosas” en nuestro mundo terreno [para una relación de estos seres milagrosos ver “Los santos patronos de la medicina, la cirugía y la odontología” por Guillermo Murillo-Godinez, Med. Int. Méx. (2019), 35 (4), 585-593]. Ellos salen del hiper-espacio y entran al nuestro, para “ejercer su medicina” y se retiran sin que esto quiera decir que anden buscando la beatificación o canonización. Su misión es encomendada por Dios. Si el milagro de la resurrección existe (todos resucitaremos al final de los tiempos), ¿por qué una cura milagrosa, que es menos complicada, no puede suceder? Aquí, estoy cruzando aspectos teológicos con aspectos metafísicos y físicos.  Según el anterior enfoque, entonces, Dios no violaría las leyes de la naturaleza que Él mismo creo… No se aplicaría el “precepto” de que “cada regla tiene su excepción”. Que el más allá existe y tiene un lugar natural, etc. Aquí, San Agustín, cabe perfectamente:

«Tenemos costumbre de decir (sic) que todos los milagros son obras hechas contra la naturaleza, pero no es así. ¿Cómo aquello que tiene por causa la voluntad de Dios, podrá ser contra la naturaleza, cuando la naturaleza de cada cosa creada no es precisamente otra que la voluntad de ese soberano creador?» (De Civ. Dei. 1.21, c. 8,2).

Habría que averiguar cuáles son los “mecanismos” y leyes que gobiernan la interacción entre ese mundo supraterrenal y el nuestro. Al parecer, ellos escuchan nuestras oraciones, nuestras súplicas, nos ven y en los actos milagrosos, se dejan ver; ¿quién decide a quién curar y a quién no? ¿Ellos? ¿Dios? ¿Ambos?

Algunas ideas metafísicas y teológicas anteriores no son mías… vienen del siglo XIX con el advenimiento en las ciencias exactas de las geometrías no-euclidianas (Gauss, Lobachevski, Riemann) aplicadas a la realidad física (FitzGerald, Lorentz, Minkowski, Einstein), como lo explicaremos en la segunda parte de este trabajo. En estas geometrías la menor distancia entre dos puntos ya no es una recta sino una curva que se llama geodésica, cuya “curvatura” Einstein asoció, en su teoría general de la gravedad de 1917, con la gravitación. Si dos cuerpos, siguiendo sus trayectorias geodésicas se acercan en virtud de su “curvatura”, es debido a eso y no porque cada una de ellas siente la acción de una fuerza de atracción (como lo planteó Newton) sobre la otra; en este escenario el concepto de fuerza “newtoniana” o mecánica desaparece, etc. Esto último, para mí, tiene implicaciones muy importantes al momento de explicar algunos fenómenos paranormales que algunas veces sentimos y que podemos ver en video por YouTube (más sobre este punto en otra entrega). Cambiando de escala, en el mundo dominado por la Física cuántica, suceden fenómenos que para la Física clásica (determinista y mecanicista) podrían interpretarse como “milagrosos” porque parecerían imposibles de suceder, pero suceden.

Entonces, dejando por un momento las referencias filosóficas y científicas al milagro, ¿qué es, en general, un milagro desde el punto de vista religioso? Retomando el trabajo de Daniel P. Sulmasy, arriba citado, y, considerando que los milagros pueden manifestarse en diferentes modalidades (según Henri Bon & François Leuret en su clásico y célebre libro Las Curaciones Milagrosas Modernas, Fax, Madrid, 1953; pp. 15-26) como milagros materiales, en los seres vivos, en el cuerpo humano, intelectuales y espirituales, y de fe, su definición religiosa se basa en: (1) un milagro debe ser un acontecimiento real e individual, cuyo hecho debe ser (o debe haber sido), al menos en principio, susceptible a la verificación empírica; (2) un acontecimiento milagroso debe ser extremadamente inusual o históricamente sin precedentes desde la perspectiva del conocimiento científico empírico; (3) un acontecimiento milagroso debe evocar una maravilla generalizada; (4) un milagro es algo que sólo puede ser dado libremente por Dios y no puede ser conjurado; (5) un milagro debe ser entendido como un signo especial de Dios que trasciende los hechos desnudos del caso y comunica un mensaje espiritual; (6) un milagro debe ser afirmado como tal por la comunidad de creyentes y su mensaje debe dirigirse a más de un miembro de esa comunidad, al menos indirectamente. Bon & Leuret, antes citado, basados en el cardenal Alexis L’épicier (1863-1936), presenta al respecto las siguientes características generales de un milagro: (1) el hecho debe presentarse tal que Dios no ha creado el mundo para derogar a cada paso sus leyes; (2) por su origen divino, el hecho no puede ser una fantasía o prestidigitación de carácter dudoso; (3) ha de tener siempre un evidente fin espiritual; (4) ha de procurar un bien general o individual; (5) lo caracteriza frecuentemente el ser instantáneo; pero también puede darse con carácter progresivo (utilización por Dios de las causas segundas o secundarias); (6)  La persistencia de sus efectos, es una de las cualidades que la Iglesia exige habitualmente para su autenticación; pero no es indispensable. Hay milagros que, por naturaleza, son limitados en el tiempo. Una curación puede ser otorgada como manifestación de la existencia de Dios, o de la eficacia de la oración; y obtenido tal fin, la dolencia, detenida como por la acción de un antibiótico, puede de nuevo reanudar su curso; (7) el milagro, en general, responde a una oración o súplica. El lector podrá, combinando tanto los criterios de Sulmasy como los de L’épicier, tener una idea panorámica de lo que debe cumplir un hecho o suceso para ser considerado como un milagro, pero desde un punto religioso… pero, de nuevo: ¿qué desde un punto metafísico? Retomaremos este tema en nuestra próxima y segunda entrega bajo la premisa de que la intención de Dios no es la violación de sus propias leyes sino más bien, respetarlas para lo cual la realidad física creada por él tiene más dimensiones que las que nos rodean.

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@PenalozaMurillo

 


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